Edith gritó tan fuerte, que Alain y Erriel se levantaron. El masculino estaba nervioso, no lograba comprender lo que pasaba.
—Edith, ¿qué ha sucedido? —preguntó mientras se frotaba los ojos.
—N…no lo recuerdo muy bien, pero fue macabro. —Al pronunciar dicha palabra, se atoró, pues le dolía la garganta: era como si le hubieran atravesado un espadazo.
—Pero, ¿qué había en ese sueño?
—Bueno —exclamó—, déjame explicarlo todo.
Edith se dedicaba a detallar, esclareciendo poco a poco las ideas. No podían conciliar el sueño y eso los agotaba… pero se quedaron charlando, y el chico cambió de tema para no seguirla sofocando.
—Cuéntame ¿Qué es lo que más te gusta hacer?
Edith no pudo evitar sonreír.
—Bueno… jugar con Erriel, recorrer el bosque o practicar con mi espada. ¿Y tus tiempos libres, para qué los utilizas?
—Me gusta despejarme, salir por la mañana y volver por la tarde. Mirar el atardecer, apreciar la naturaleza y, obviamente, aprender de la herrería.
—¡Herrería! Jamás hube imaginado que te interesara. ¿Aspiras a ser el mejor herrero de Racktylern? —preguntó la muchacha, intentando conocer más de él.
—Será imposible. —Se recostó—, conozco muy buenos herreros en este pueblo, soy inexperto a su lado.
—¿Imposible? —rechistó Edith—, te hubiste disfrazado de oso y me asustaste, recorriste días a caballo para comprar una pócima… convenciste a aquel siervo de que nos permitiera platicar con Odhilia. —Lo miró—, Alain, nada es imposible si te lo propones.
El muchacho quedó embobado durante varios minutos, en un silencio que decía mucho, a pesar de no decir nada. Su autoestima se veía impulsada cuando Edith estaba a su lado, y esto lo ayudaba a ser más sociable.
Además, por un momento Edith dejó de prestar atención a las palabras, pues lo veía especialmente guapo. Luego se apresuró a dejar de lado los pensamientos… ¿qué diablos le pasaba? Estaban planeando una guerra, no había tiempo para tonterías como el amor.
Por lo tanto, se atrevió a preguntarle:
—¿Y cuál es tu meta a futuro? —Alain se atrevió a preguntarle.
—Acabar con Octab… —No pudo terminar.
—Más allá de esta guerra, Edith —exclamó—, ¿hubiste pensado alguna vez en lo que harás luego de esta revuelta?
Edith quedó muda. Era verdad, jamás se lo había planteado seriamente.
Todos sus deseos se relacionaban con Octabious y, por más ganas que tuviera de matarlo, era horrible aspirar metas tan oscuras. ¿Dónde había dejado su humanidad? ¿Por qué jamás pensó en el futuro?
—Bueno… —suspiró—, si no muero en la batalla, considero ideal volverme una guerrera de aúpa. Reconstruir esta región, junto a todos, y poder guiarla a un curso menos destructivo.
El chico se sorprendió. Sus aspiraciones a herrero quedaban completamente opacadas ante las de ella, que eras grandes, y útiles.
Edith estaba pensativa, un poco callada, y luego de las risas y conversaciones triviales, se animó a más.
—Cuéntame, Alain… ¿qué hay de tu pasado?
—¿Mi pasado? ¿Qué deseas saber de él? —le preguntó, curioso.
—Tu procedencia, por ejemplo —lo largó—, ¿tus padres están en Racktylern?
Alain se incomodó bastante. No le gustaba hablar de su familia, era algo delicado, por lo que prefirió no decir nada, aunque quisiera:
—Lo lamento —dijo cabizbaja—, no hubo sido mi intención.
—Descuida… siempre me preguntan lo mismo. —Y al mirarla una vez más, su corazón se ablandó. Si confiaba en ella, debía contarle al menos un poco, y eso hizo—. Mi padre era un abusador, siempre me despreció y fue en contra de lo ideal.
—¿Era malvado?
—Malvado es poco para describir a semejante escoria. —Se llenó de rabia, y sus ojos se acristalaron—, golpeaba a mi madre, tanto que un día casi fallece. ¿A mí? Me hubo impedido durante cuatro días entrar a mi casa por haber roto un cuenco.
Alain tomó aire y prosiguió:
—Incontables fueron los azotes y puñetazos que recibí desde pequeño, tantos que hasta hoy en día llevo las marcas.
Se subió la camisa, poco a poco, y dejó al descubierto una sesión de manchas oscuras en su abdomen y espalda. Estaba golpeado, mucho, pero se mostraba resistente, y cada vez que hablaba de su padre su mirada se tensaba.
—¿Tu abuela no te acogió antes? —le preguntó Edith, que estaba conteniendo el llanto.
—No pudo —le explicó—, mi padre poseía tratos con la élite, y amenazó a todos para que nadie nos rescatara. Luego, cuando lo requirieron en Arnau, marchó y nos abandonó, dejándonos solos.
Edith vio nuevamente los moratones. Deslizó su dedo con suavidad sobre las heridas, y pudo imaginar las torturas que aquel joven había vivido. Sentía pena e impotencia.
Se lanzó a sus brazos y lo abrazó.
Editado: 20.07.2022