Toda la tensión se vio disipada cuando la realeza abandonó el bosque… ya no se sentían acechados, y ese instante era crucial para llegar a Racktylern.
Continuaron su travesía luego de presenciar la oportunidad más grande que habían tenido: las esperanzas de triunfar en la guerra crecían.
Mithanur y Racktylern conformarían una escolta que el rey del norte debería temer.
Edith estaba eufórica, ¿en verdad Octabious había caído tan rápido?
No hubo tiempo para respuestas, algo más estaba llamándola. Un grito que pronunciaba su nombre era escuchado en la lejanía.
—¡Edith, Erriel! —Poco a poco se acercaron a la voz.
Y cuanto más se acercaban, mejor podían descifrar quién era: Rostislav, que ya exhausto y a punto del desmayo, los estaba buscando.
El zorro fue primero. Habilidoso corrió hasta toparse con un tronco caído, en el cual se posicionó para observar mejor sus alrededores.
Allí estaba, parado frente a ellos, con varias lágrimas en los ojos y una sensación extraña en su corazón.
Los había hallado, y estaban vivos.
—¿Rostislav? —dijo Edith—, ¿qué hace aquí, y solo?
Aun jadeando, el anciano tomó varias bocanadas de aire para no morir asfixiado.
Vio al pelirrojo, pero no le prestó mucha atención.
—Os… os perdimos de vista. —Recuperaba el aire—, desde que os largasteis, no pudimos dar con vosotros, ¿dónde os metisteis?
Edith se encargó de ayudarlo a que se sentara y pudiera recuperarse un poco mejor. Ya cómodos, comenzó a explicarle todo.
Blazh se apartó un poco para no interrumpir la charla, pues se sentía fuera de lugar. Volvería en un par de minutos, cuando Edith le diera la señal.
La chica le contó que habían encontrado la civilización que buscaban, y el anciano no daba crédito.
—Pero… —La interrumpió entonando una voz curiosa—, ¿dónde se encuentra Mithanur? Recorrimos este bosque de izquierda a derecha una y otra vez.
—Usted no lo creerá, Rostislav, pero ese pueblo está, y a la vez no está en este bosque —dijo la moza—, yace bajo nuestros pies.
—¿Qué? —preguntó, repleto de dudas. No sabía si la colorada estaba mintiendo o lo decía con veracidad.
—Así es, un pueblo subterráneo se extiende bajo este bosque. —Miró al cielo—, y para colmo, las personas que lo habitan son como yo.
—Edith, eres única entre las personas de estas tierras.
—No lo digo en tal sentido, señor Rostislav, mas bien me refiero a que los residentes de Mithanur son pelirrojos, ¡absolutamente todos! —Hizo hincapié en la última palabra.
De repente, un incómodo silencio se vio efectuado en todo Pocatrol.
El hombre no contestó, se había quedado perplejo, como si eso que Edith dijo lo marcara de alguna forma extraña.
Cada cierto tiempo, se tornaba hacia ella y la observaba con ojos llorosos. ¿Incomodo? Cuanto menos, ya no sabía que más hacer para que el viejo dejara de mirarla.
Pasó un rato, necesario para que Edith se atreviera a preguntar.
Estaba nerviosa, no sabía cómo hacerlo y cuál sería la reacción, pero tenía la certeza de que, si este llegaba a actuar de mala manera, un zorro bien armado de zarpas y colmillos intervendría en el asunto.
—Disculpa, Rostislav, ¿qué es lo que sucede contigo? —dijo en un susurro inquietante.
—Nada —contestó—, no creo que me atreva a decirlo. —Bajó la mirada algo triste.
Edith insistió, no quería quedarse con la duda. Comenzaron a charlar mientras el zorro correteaba un par de luciérnagas.
—Yo tenía una hija. —Se frotó las manos—. Una bella muchachita.
—¿Quién era ella? —Edith se atrevió a preguntar.
—Lena era su nombre.
—Es uno precioso —comentó la cobriza.
—Diez años cumplía el día en que la perdí —suspiró ahogado en lágrimas—, yo trabajaba en las minas de azufre, nadie quedaba en el lugar. Todos los siervos habían terminado sus turnos y yo debía quedarme para conseguir un poco más de dinero... debía pagar cuentas y alimentar a mi familia para no decaer en la hambruna.
Edith no dijo ni una palabra, no podía opacar la tristeza del hombre. Lo escuchó e intentó comprenderlo:
—Esa misma noche, noté como varias personas se adentraban a la cueva, se oían carcajadas y el llanto de una niña —replicó—, de mi pequeña Lena. En aquellos tiempos yo era débil, un simple hombre que no sabía defenderse... y allí los vi.
—¿A quiénes? —La pelirroja estaba conteniendo las lágrimas.
—Eran cinco, yo estaba paralizado. —Tomó una pausa al casi ahogarse en lágrimas—. Cortaron sus rizos con una espada, la lanzaron al suelo y abusaron de ella. Intenté evitarlo, pero me propinaron una paliza —suspiró—, luego, me obligaron a ver como la mataban y me encerraron años en el calabozo. —Permaneció en silencio hasta que no pudo contenerse más—. Era pelirroja.
Editado: 20.07.2022