—Edith no irá a Amún… porque ella ha sido rasguñada por un animal rabioso.
—¿Qué? —preguntó la colorada, sin creer lo que escuchaba.
El pueblo temió, muchos retrocedieron y se alejaron de ella, formando una atmosfera de tensión. Los granjeros de antes la miraron, con una sonrisa de satisfacción.
—Edith, ¿es cierto? —preguntó Milosh, preocupado.
—¡Claro que no lo es! —gritó ella, sacada de quicio—. Erriel no me hubo lastimado, jamás lo haría.
—¡Es mentira, Erriel no tiene rabia! —saltó Alain, deseando que ella fuera—, Edith irá al viaje, no habrá problemas.
La chica le lanzó una sonrisita de agradecimiento. Tener apoyo en los momentos de tensión servían de mucho, y valoraba eso.
—Aunque no tuviera rabia —intervino un sujeto—, considero arriesgado que una dama vaya a la guerra. No podemos arriesgarnos, hay que mantenerlas a salvo.
Otros tantos empezaron a asentir.
—Podría morir si va a una misión de este calibre… —dijo otro.
Edith quedó boquiabierta.
—¿Y entonces por qué fui a buscar las armas al castillo de Octabious? —les reprochó, furiosa—, ¡no creo que ser dama afecte algo, señores!
—Niña, hubo sido una misión menor —dijo otro—, no podemos arriesgarnos a que se estropee una batalla tan delicada como esta.
Milosh, Blazh y Alain miraban a los hombres con repudio. Edith hizo más siendo dama, que muchos de ellos siendo hombres. Injusto, por encima de todo.
Y Dorete, que estaba lejos, siguió corriendo la voz.
—Lo hubiste dicho antes, Edith, ese animal intentó herirte. —Señaló hacia su muñeca—, miradle las manos, son claros zarpazos.
Poco a poco, la ira de la bermeja fue creciendo. Detestaba las mentiras, odiaba que hablaran sin saber… y lucharía para que le creyeran. Si había alguien en ese pueblo que no podría herirla nunca, sin dudas era su mejor amigo.
—¡Estas heridas son de batalla! —Elevó la mano—, porque luchamos para que no murierais de hambre. Necesito partir a ese condado, y lamento si no todos estáis de acuerdo, pero mi misión está marcada.
Cuando Edith se dio la vuelta, se topó con dos hombres, que la tomaron de los brazos para inmovilizarla. La llevaron a su cabaña.
Cuando llegaron, abrieron la puerta de golpe, la tiraron al suelo y cerraron.
Edith vio por la ventana, con una mirada frenética, y notó como los residentes continuaban sus vidas como si nada. Entró en pánico, hasta le faltó el aire.
¿La dejarían de lado en la lucha que más ansiaba tener?
—¡Abridme, malditos! —Empezó a golpear la puerta, intentando librarse.
Pero fue en vano.
Tras pocos minutos de encerrarla, los hombres llegaron con tablas, clavos y martillos. No dudaron en tapiarlo todo.
—Melisende se encargará de alimentarte en nuestra ausencia… amígate con ella y esa ventana, porque habrás de verle el rostro todos los días —dijo un sujeto, terminando de colocar el último tablón.
La habitación se envolvió por la oscuridad. Las ventanas dejaron entrar poca luz, y la muchacha largó en llanto. Sentía tanta impotencia, que no quiso verle el rostro a nadie más durante mucho tiempo.
Pero olvidaba que, a tres metros de ella, un zorrito seguía enjaulado.
—Erriel… —exclamó, ahogada en lágrimas—, ¿qué haremos, amigo mío?
Edith se acercó, y sin dudarlo abrió la jaula. Pasaron los minutos, y el zorrito salió de ahí. Sus ojos se iluminaban con la luz del sol, estos seguían asustados, pero no tanto como antes.
La muchacha estiró su mano, dejando que la olfateara. Poco a poco, Erriel llegó hasta su pecho, y se acurrucó.
Era el mismo de siempre.
Edith oyó un golpeteo desde la ventanilla. Se asustó, pero rápidamente se acercó hasta ahí para ver quién era. Para su sorpresa, se topó con un rubio, un pelinegro y un bermejo.
—Chicos —dijo ella, aun sollozante—, sacadme de esta tortura, por favor. Necesito ir con vosotros.
Los tres estaban callados, como si no quisieran responder, hasta que Blazh habló.
—Creemos necesario que te quedes en Racktylern por algunos días —respondió cabizbajo—. No por el hecho de que seas doncella, ¡porque eres mejor que muchos caballeros! Sino por la rabia…
—Edith, no queremos arriesgar al grupo. —Milosh dio unos pasos hacia adelante—, y aunque dejarte en estos paramos sea la idea más injusta que hay, debemos cuidarnos entre todos.
—Aunque para vosotros el motivo sea la rabia, ¡sabéis que para ellos es que sea mujer! —gritó ella—, ya los habéis oído.
—Edith… —quiso decir Alain, pero no le dio tiempo.
—Partid, ¡partid ahora y dejadme sola! —contestó en cólera.
Dio media vuelta y se fue a la cama. Cuando estallaba, era mejor que nadie estuviera cerca de ella. Los aldeanos pusieron en prueba su integridad, la creyeron incapaz, y demostraría que estaban muy equivocados, pero necesitaría tiempo.
Editado: 20.07.2022