La cuerda empezó a deshilacharse, dejando que la mujer cayera hasta terminar en un montón de arbustos. Se oyeron las ramas quebrarse, y el llanto de Lydia, que estaba espantada.
—¡Atrapadla! —gritó Rostislav.
El tiempo pareció detenerse para ella. El impacto dolió, sí, pero la desesperación de ver una ola de hombres acercándose hacia ella hizo que se levantara.
Sintió como su hombro se dislocaba, pero siguió huyendo. Estaba acostumbrada al dolor.
Se escabulló entre las casas para perderlos de vista, improvisaba sobre la marcha. La lluvia no cesaba, y empezaba a crear pantanales en las calles del condado… un barro espeso ralentizaba todo, provocando que se hundiera con cada zancada.
Debía ser ágil para no salir perjudicada de aquella pesadilla.
—Esta arpía no huirá —dijo Valak—. ¡Vamos, debemos atraparla!
Los rebeldes se agruparon y empezaron la búsqueda. El diluvio no sería impedimento para que se hiciera justicia.
Pasaron los minutos y Lydia seguía corriendo. Pensaba que estaba lejos de ellos, pero vio una silueta acercándosele entre la oscuridad, que saltó sobre ella para tirarla al suelo.
Lydia atestó un puñetazo en el rostro del hombre, y tardó segundos en reincorporarse para seguir corriendo. Vio que su rodilla sangraba, pero aun así se acercó hasta las murallas del condado, escondiéndose cerca de ahí.
—¡Vuelve aquí! —gritó el desconocido.
Ella podía ver la silueta del sujeto reflejarse en el suelo de la plaza principal, gracias a la luna, que estaba hecha un punto despampanante en el cielo.
Rostislav
—¡Suélteme, por favor! —gritaba la fémina—. ¡Mi nombre no es Katerina, es Lydia… Lydia Heraldimes! —rogaba misericordia, pero no recibió otra cosa más que un golpe.
—Por favor, cuida tus palabras —masculló el hombre con rabia—, conoces los problemas que le has causado a Deimos… es hora de que pagues.
Rostislav no le dio tiempo a que esta contestara. La tomó con fuerza, para luego atarla con una cuerda que guardaba en su bolsa.
—¡Me está lastimando, deténgase! —dijo la mujer, sintiendo como la cuerda quemaba su piel.
—Le ruego a Dios que no perdone tus pecados, y te quedes en el eterno olvido —le susurró al oído de la castaña que, sin entender nada aún, lloraba y pataleaba.
Las calles cedieron ante el silencio por segunda vez. Katerina fue capturada, y le darían un final digno de la escoria que era. Por eso, Rostislav retornó al grupo con la mujer en brazos, impaciente por terminar aquel ataque y regresar sanos a sus hogares.
—¿Cómo ha podido capturarla? —preguntó Valak mirando a la mujer, que intentaba gritar, pero que estaba amordazada.
—Fue tan fácil que hasta parece falso —dijo un poco burlón—, al parecer, nuestra condesa no fue lo suficientemente astuta esta vez.
Mientras tanto, dentro del palacio, Katerina volvía a la realidad y dejaba su delirio atrás. Toda estrategia se frustró, y las posibilidades de que la descubrieran eran altas.
Si Lydia huía y contaba la verdad, no habría escapatoria.
Por eso mismo, se armó de valor e hizo lo que nunca hubiera creído. Huir. Lo dejó todo atrás, hasta sus lujos, y empezó a adentrarse en el salvajismo.
Katerina recorrió cada pasillo oscuro de su castillo para no ser vista. Durante diez minutos estuvo reflexionando, redimiéndose, pero no podía volver el tiempo atrás y tenía que salvarse. Pasado el rato, llegó hasta una puerta que daba a los bosques traseros a Amún.
Fue testigo de un sinfín de bombardeos mentales que la impulsaron a seguir. Toda su vida en Amún fue dolor, algo tan superficial como la nada, dolorosa e injusta. ¿Debía importarle dejarlo todo atrás?
Más que en nadie pensó en sus padres, y en lo déspotas que fueron con ella. Recordó a Veremunda, los castigos que le daba y las cosas que le obligaba a hacer.
Todos en esa pocilga rodeada de acantilados eran polvo para ella. La convirtieron en un vampiro tan frio como el hielo, y no cambiaría esta vez.
Logró ver tres siluetas frente a ella, producto de su deteriorada mente.
—Gracias, a todos vosotros —les dijo—. Gracias por convertirme en lo que soy… porque me hicisteis fuerte a pesar de vuestro despotismo. —Sintió las primeras gotas caerle en la cara—, me creísteis incapaz, y aquí me tenéis desgraciados, más viva que la tierra.
Sumergió su pie en el barro, luego el otro, y comenzó a correr hacia la arboleda mientras oía los gritos de su hermana siendo apresada. Los entes se esfumaron como el humo cuando los atravesó.
No se dignó a mirar atrás por última vez, porque no le importaba nadie más que ella.
Y así sin más, la identidad de Katerina Heraldimes quedó hundida en el lodo del diluvio, al igual que sus tacones. Nadie la encontraría en un buen tiempo…
…
…
…
—Hay que llegar a Racktylern, Edith estallará de los nervios. —Alain avanzó, y con la ayuda de Rostislav, cargaron a Lydia para llevarla a las afueras del castillo.
Editado: 20.07.2022