Infierno Escarlata

Capítulo 32

Edith y Alain corrieron a la entrada del pueblo agitados, y cuando la puerta se abrió toda la tensión fue disparada. Estaban demacrados, sucios y heridos: clarísimos signos de que lucharon.

—¡Llamad a los curanderos, de inmediato! —gritó un guardia, al ver como una mujer caía desorientada al suelo.

Edith obedeció, y salió corriendo hacia la choza de Dorete. Abrió la puerta de golpe y…

—¡Dorete, señora Dorete! —dijo la muchacha. También estaba allí Melisende, ayudando a su instructora.

La anciana y la morena salieron desde atrás de unos barriles, y al ver la cara de Edith lo entendieron todo. Minutos después, más de cinco sanadores llegaron a la gran puerta para ayudar.

Cargaron a los más débiles, llevándolos hacia una choza de cuidados. El tiempo sabría determinar su paradero, al igual que los ungüentos.

—Cuidad muy bien de ellos, Dorete y Melisende —exclamó Alain—, sus vidas dependen de vosotras ahora.

—Haremos lo posible —contestó la chica—, pero temo que las esperanzas han de ser pocas… mira.

Melisende alzó su dedo y señaló hacia el pecho de un hombre. Estaba repleto de heridas, pero entre ellas una resaltaba.

—¿Qué es eso? —dijo el rubio, acercándose hasta el cuerpo del sujeto. Vio un borde amarillento fosforescente, que resaltaba entre las demás cicatrices.

Cuando quiso oler, se vio inundado por un hedor espantoso que le quemaba la nariz.

Azufre.

—De algún modo estas personas tuvieron contacto con grandes cantidades de azufre… a simple vista es imperceptible, Alain, pero están muriendo.

—Estás en lo correcto, muchacha —intervino Dorete.

Alain tragó saliva.

—Debe haber alguna forma de salvarlos. —Se dirigió hacia la anciana—, usted es inteligente, puede encontrar la solución.

Dorete empezó a divagar por el salón, estaba perturbada. Era inteligente, sí, pero no hacía milagros: asegurar una salvación temprana sería mentirles descaradamente, por lo que prefirió callar.

—Son muchos los infectados, pero haré el mayor esmero para que sobrevivan… ayúdenme, por favor.

El muchacho asintió, decidido a dar lo mejor de sí para salvarlos. Entre los tres empezaron su trabajo.

Mientras tanto, en las entrañas de Racktylern, Edith intentaba calmar a una jovencita de los inminentes ataques de pánico que estaba sufriendo.

—Respira, respira —exclamó la pelirroja, mientras la tomaba de la espalda para llevársela lejos—. Aquí habrás de estar mucho mejor, no temas.

La muchacha hiperventilaba, pero, a medida que se alejaban de la multitud, empezaba a recuperar fuerzas. Estaba en un choque traumático que Edith desconocía, y sería cuestión de esperar hasta que pudiera saberlo:

—Siéntate, iré a por agua. —Le señaló el aljibe que tenía a pocos pasos—, no habré de dejarte sola.

Cuando lo disponía, la colorada podía sacar un lado de sí que pocos conocían. Uno más empático, comprensivo y servicial.

Tomó agua con sus manos y se la alcanzó a la muchacha, invitándola a que bebiera.

—G…gracias —dijo esta mientras largaba un suspiro.

Edith pudo notar algo extraño en el cuello de la joven, y era que tenía varios moratones que la rodeaban. A simple vista, por su color, pudo dar con que eran recientes.

—¿Te encuentras mejor?

—Sí, gracias… —quiso decir su nombre, pero aún no lo sabía.

—Edith. —Le sonrió—, mi nombre es Edith. Soy una de las líderes en este pueblo, por lo que siempre podrás acudir a mi si lo necesitas. —Le siguió el juego, esperando a que la otra se presentara.

—Moira es mi nombre, Moira Gágames. —Miró a los ojos de Edith, que denotaban alegría.

La muchacha tomó las manos de Moira, recitando unas palabras:

—Bueno, Moira. —La acarició—, es un placer teneros en estas tierras. Sois verdaderos sobrevivientes, y sé que juntos podremos liderar esta revuelta para buscar justicia contra Octabious.

Y cuando dijo ese último nombre, el mundo de la recién llegada volvió a desmoronarse. Largó en llanto, desesperada, hundiéndose en el hombro de Edith.

Fue entonces cuando la líder comprendió lo que sucedía. No llegaron por decisión propia, sino por la fuerza.

—¿Qué os hubo sucedido para que vinierais luego de tanto tiempo? —preguntó Edith, impaciente por saber lo que pasaba—. Os esperamos más de cuatro meses y jamás disteis respuestas.

—¡Porque ellos atacaron! —seguía sollozando—, ¡ellos nos torturaron durante mucho tiempo, fue atroz!

La mente de Moira se disparaba al pasado, recordando cada momento de tensión que vivió. Pudo oír en sus pensamientos los gritos, el llanto y los espadazos ir y venir, carcomiéndola cada vez más:

—Ellos fueron los culpables, ellos y nadie más —concretó, para volver a ahogarse en lágrimas.



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En el texto hay: fantasia, misterios, aventura epica

Editado: 20.07.2022

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