Los gritos empezaron a sembrar el caos por todo Racktylern. Nadie entendía qué pasaba, era difícil ver hacia el lugar cuando toda la gente se amontonaba.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntaba Edith, que ya tenía varias cervezas encima.
Fue tambaleándose hacia el origen del barullo, no sin antes ver como Milosh y Blazh salían de entre los arbustos muy juntos. Le pareció extraño, pero hizo caso omiso y siguió con lo suyo.
—¡Llamad a Dorete y a Melisende, por favor! —gritaba una mujer, pero fue en vano.
Estaba muerto, y pudieron comprobarlo por la cantidad de sangre que salía por sus venas.
Ni la medicina más poderosa o las suturas mejor hechas podrían revertir lo que sucedió. Y, al morir Adeus, se llevó los motivos a la tumba.
Milosh y Blazh llegaron tarde, y para cuando se percataron de lo sucedido, no pudieron creer lo que sus ojos les mostraban. El pelinegro fue el más afectado… y no sabía por qué, puesto que intentó de todas formas olvidar su pasado.
Pero el pasado siempre terminaba por volver para torturarlo.
«Aléjate de mi vista, Adeus… No has de ser mi padre, y jamás lo fuiste» sintió una punzada en el pecho… «No me busques, no tolero a los mentirosos y vosotros me mentisteis toda la vida» su cabeza pareció impactar contra un muro de roca.
Poco a poco se percató de lo cruel que fue con Adeus, y lo comparable que era su egoísmo con el del difunto.
Se llevó las manos a la cabeza, y mientras veía el cuerpo chorrear sangre a la vez que lo levantaban, fue como si terminaran de extirparle el corazón.
Una parte de Milosh quedó vagando por el bosque, como si su espíritu se hubiera fraccionado. Aquella imagen tan impactante le quedaría de por vida, pero fue rápidamente sacado de trance cuando una pelirroja se acercó a él.
—Milosh… —dijo Edith, para luego abrazarlo—, lo lamento mucho.
Blazh se unió a la muestra de cariño también. Estaba realmente preocupado por su… amigo, tanto que se le quitó la última jarra de cerveza.
El alcohol era traicionero en tiempos de luto.
Las horas pasaron y todo pareció calmarse, al menos por fuera. ¿Dentro de sus mentes? Todo era un descontrol: principalmente en Edith.
La joven no dejaba de pensar y pensar en aquellos soldados. Les tenía rencor, demasiado, y la cerveza la ayudaba a fluir sus pensamientos.
¿Matarlos? No, todos irían en su contra.
¿Darles un castigo? Era buena alternativa, pero a aquellas bestias les parecería hasta gracioso ser abucheados por una mujer.
¿Probar su valía?
—Debo irme a dormir —dijo la borracha, despidiéndose de sus amigos con un abrazo.
Todos vieron como la pelirroja desaparecía entre los árboles. Y cuando Racktylern dormía, el plan despertaba:
—¡Erriel, despierta! —exclamó en un susurro la chica, viendo como el zorrito abría los ojos y empezaba a acelerarse—. ¡Ese es mi Erriel, así de enérgico como siempre!
El animal saltó a los brazos de su amiga, y luego ella lo escondió en su bolsa de cuero. Tomó un arco, una daga y una espada.
—Vámonos —le dijo a Erriel, recibiendo varias lamidas en la mejilla.
Caminaron con cautela hasta los establos, y sin hacer ruido desataron al más grande de ellos. Drago era su nombre.
Edith miró por última vez hacia las casas para corroborar que nadie la observara. Tenía ventaja en esos momentos, ya que la luna estaba tapada por las nubes y era difícil ver.
Se subió al caballo y empezó su fuga:
—Muy bien, mis muchachos, sin hacer ruido —les hablaba a los animales—. Saldremos del pueblo sin ser vistos, como una sombra.
Cuando llegaron a la entrada, Edith se bajó del caballo para abrir la puerta. Tardó lo suyo, sí, pero por fin lo logr…
—Edith —dijo una voz a lo lejos.
La pelirroja quedó petrificada. Erriel asomó su cabeza, topándose con Moira, que bastante curiosa se acercaba a investigar.
—Moira, qué sorpresa la tuya —rio nerviosa—, ¿qué haces a estas horas por estos lares? Es peligroso.
—Salgo cada noche a mirar las estrellas para inspirarme —le contestó—, y he de agradecerte por cómo me recibiste —dijo la muchachita—, te hago entrega de un presente, espero y te guste.
Moira sacó de su bolsillo un objeto envuelto en fibras y hojas de árbol. Lo desenvolvió, dejando ver una pulsera de la que colgaba un tallado en madera.
El tallado representaba a una mujer portando un arco, y a su lado, un zorrito. Era hermoso, con un estilo hosco, rígido y runas cenefas a su alrededor.
—Es hermoso. Me encanta, Moira. —Edith lo recibió con ansias, colocándose la pulsera—, ha de quedarme fantástica.
Moira sonrió.
—Vi el vínculo que tenéis tú y tu zorro, sois increíbles juntos. —Miró un poco tímida—, ese talismán sellará vuestro lazo para siempre.
Editado: 20.07.2022