Edith salió corriendo de las cocinas, no sin antes tomar alimentos y una botella de vino, para luego ir hacia los tapices. Vio la sombra de cuatro soldados formándose entre los pasillos, a causa del fuego de las antorchas.
Se escondió detrás del telón, pegándose lo más posible a la roca para no ser descubierta.
—¡Malditas criadas, no limpian! —se quejaba un guardia, al ver el motivo de tanto revuelo.
—Mañana serán castigadas —respondió otro—, no toleraremos algo así otra vez.
Los hombres enyelmados retornaron a sus puestos, perdiéndose entre los pasadizos del castillo. Edith inspiró aire como nunca, sintió alivio luego de aquel momento.
Decidida, continuó caminando por los tapices hasta llegar a un punto de corte. Pudo ver entre las hendiduras de la lana como unas escaleras de caracol subían varios metros, indicándole a Edith que estaba por llegar al segundo piso.
El rey estaba en el quinto, lo recordaba por las palabras de Rostislav.
A un lado de la subida yacía un marco de puerta bastante grande. Edith se asomó por ahí, topándose con el salón de ceremonias únicamente iluminado por la luz de la luna, que incidía por un vitral.
Su mente la llevó casi un año atrás, cuando las preocupaciones eran menos. Trazó los movimientos de baile, recordó a Milosh y a Alain…
Una sonrisa se le dibujó en el rostro. Pudo rozar la melancolía con las yemas de sus dedos.
Y fue ese recuerdo que la motivó a seguir adelante.
Puso un pie en la escalinata y empezó a subir. Llevaba la bandeja repleta de frutas, por lo que procuró no caerse. En pocos minutos llegó a la segunda planta, donde las paredes estaban llenas de candelabros.
De estos colgaban hilos de cera endurecida, dándole al castillo un aire tétrico.
—Con calma, Edith, lo haces bien —susurraba la pelirroja.
Y así fue subiendo, piso por piso, tapiz por tapiz. Los soldados pasaban de vez en cuando, obligándola a esconderse. Tuvo dificultades a la hora de orientarse, puesto que en el tercer piso los pasillos se ramificaban.
Perdió mucho tiempo regresando donde antes.
El tiempo pasó y llegó al quinto y último piso. La energía negativa se podía sentir por todo el lugar, como si un cumulo de fantasmas paseara por ahí como si nada.
Pudo entender por qué las voces decían que el rey estaba loco.
Vio varias puertas, pero una destacaba entre ellas. Tenía en su dintel una corona hecha de madera, distinguiendo a los aposentos de cualquier burda habitación.
Cuando estaba por llegar ahí vio varios cuadros colgados en la pared. Retrataban a la perfección figuras angeladas, con aureolas y alas. Además, la cantidad de rosarios era inmensa, indicándole a Edith cierto fanatismo religioso por parte del rey.
—Muchacha —dijeron dos personas detrás de ella—, ¿qué hace aquí?
Guardias.
Edith volvió al personaje de sirvienta, portando entonces una sonrisa y mirada sumisa.
—Buenas sean sus noches —contestó con emoción—, vengo yo a traer un banquete a los aposentos del rey Octabious… me lo hubo ordenado, junto con otras peticiones de índole privada.
Los guardias se miraron y voltearon sus rostros a la mucama.
—¿Qué lleva en esa bandeja? Quite el velo y déjenos ver.
La muchacha obedeció, retirando la tela que llevaba encima el banquete. Dejó ver dos manzanas, un racimo de uvas, rebanadas de pan y el vino.
Tenía aire sofisticado.
—¿Se encuentra el rey en la recamara? Quisiera preparar su banquete como corresponde.
—No sin antes corroborar algo —dijo el hombre más alto—, ¿sabe usted cuantas mujerzuelas intentaron envenenar al rey?
—N…no tenía idea, señores —respondió ella, atónita por aquel dato.
Si habían sido muchas, muy difícilmente podría pasar.
—Beba un poco —exclamó uno.
—¿Disculpe? —preguntó confusa.
—Beba un poco de ese vino —insistió—, si no le hubo puesto mercurio, vivirá y la dejaremos acceder a la cámara del rey.
Pan comido.
La sirvienta abrió la botella y bebió un poco con placer. Esperaron varios minutos y, al ver como no tenía efecto alguno sobre Edith, le dieron permiso a pasar.
—Tened buena noche —dijo el guardia mientras la muchacha se alejaba.
La joven rodó los ojos, asqueada por las personas que comandaban aquel castillo. Se lamentó no haber podido envenenar la comida, era buena alternativa y fácilmente podría trucar a los guardias.
Entró al cuarto y preparó todo. Apartó algunos objetos de la mesilla que había al lado de la cama. Entre tantas cosas destacaba un bestiario y herbario, dos inmensos libros que contenían ilustraciones.
Quería curiosear, pero no tenía tiempo. Se escondió debajo de la cama y aguardó allí hasta que Octabious entrara. No le molestaba estar ahí minutos, horas o días.
Editado: 20.07.2022