Infierno Escarlata

Capítulo 38

El sonar de los cuernos de guerra explotó por Deimos, saltando las alarmas y haciendo que los enemigos se defendieran. El 6 de abril de 1616 marcó un antes y un después para la vida de muchos.

—¡Rápido, debemos salir de este lugar! —gritaba un rebelde, viendo como las primeras escoltas del rey aparecían—, ¡más barriles, Rostislav!

—¡Enseguida!

El hombre salió de detrás de un mercadillo con dos pequeños barriles entre brazos. El olor a pólvora quemaba las narices de todos, pero era la única alternativa.

¡Boom!

Otra explosión se originó en un muro del castillo, provocando que los escombros volaran.

Las tropas retrocedieron. Tenían tiempo para huir.

—¡Vamos, vamos, vamos! —dijo Alain, desesperado por salir de allí. Sentía un pitido en los oídos que lo torturaban, y cada movimiento que daba parecía suceder con extrema lentitud.

El rubio miraba hacia todos lados, tratando de asimilar lo que estaba viendo.

«Mi Dios, no puede ser», pensó, sintiendo las náuseas revolviéndole el estómago.

Pero, de pronto, el grito de más soldados lo devolvió a tierra firme. Debían escapar.

Corrieron hacia la entrada principal. Estaba repleta de enemigos, no podrían fugarse tan fácilmente.

Valak, que tenía a la moribunda pelirroja cargada en brazos, decidió meterse entre toda su gente para no verse vulnerado ante posibles ataques.

El peliblanco notó los cortes de Edith en el rostro, seguido de los moratones y el cabello alborotado. Y cuando bajó su vista a las manos de ella…

—Le cortaron un dedo. —Se dirigió hacia Alain con terror en sus ojos—. Esos animales le cortaron un dedo.

Alain miró la joven, sintió un nudo envolverse por todo su estómago. Estaba devastado, no podía verla así.

—¡Rendiros ahora, forasteros! —gritaban los soldados de la puerta principal.

—¡Jamás, seréis vosotros los que morderéis el polvo! —gritó uno de los campesinos aliados, justo antes de ser atravesado por una flecha.

Los gritos empezaron a oírse por el pueblo. Poco tardaron en empezar a luchar, las cabezas iban y venían, los flechazos atravesaban el cielo y las espadas lo rebanaban.

Fue una masacre.

—¡Moriréis, en nombre de Octabious Evreux! —gritaron los caballeros, comenzando la cacería.

De repente todo pareció detenerse. Edith estaba semiinconsciente, y oía cada grito, cada llanto, cada sufrimiento de sus aliados esparcirse por el Reino del Norte.

Y todo, todo, había sido por su culpa.

Pudo sentir como Valak se apartaba de la batalla. El hombre se escabulló entre las personas, saliendo del matadero y llegando hasta unos cajones de calabazas que había en los mercadillos.

La depositó ahí, donde nadie pudiera verla.

Volvió a la disputa, dejando a Edith sola y desamparada.

—¿A…Alain? —balbuceaba ella, intentando recomponerse. Abría y cerraba los ojos, se tambaleaba y parecía ya una muerta más del montón.

Pero tenía fe.

Edith logró ponerse de pie. Su mundo daba vueltas, casi desorbitado, y la agonía interna que llevaba encima terminaría de matarla pronto. Vio cómo su gente moría a manos de la escoria, y eso no pudo llenarla más de desilusión.

¿Desilusión? Sí.

De ella misma:

—¡N…no! —Se retorcía de dolor la muchacha, viendo como un soldado de los suyos era decapitado.

Cada muerte era como un navajazo en el pecho. Ardía como nunca, era insoportable.

«Esto fue culpa mía, maldición», se dijo a sí misma, cerrando los ojos tras ver otro asesinato más.

«Todas sus familias… no, no, ¡no! ¿qué he hecho?», pensaba, incapaz de procesar todo lo que sucedía.

Y la cabeza rodando de aquel aliado asesinado fue, entre tantas desgracias, una que le quedaría marcada en el corazón por el resto de sus días.

Edith dio pasos lentos, su cuerpo parecía un árbol en invierno. Tan frágil y atrofiado que en cualquier momento podía caerse. Y eso fue lo que le pasó.

¡Boom!

Otro bombazo.

—¡Edith, vamos! —Oyó la voz de Rostislav, que corría a socorrerla y se la llevaba con prisas.

Habían bombardeado la puerta principal y tenían tiempo para escapar. Los escombros fueron cayendo uno por uno, levantando nubes de polvo tan altas como los árboles de Pocatrol.

Lo último que vio la joven fue el derrumbe de la entrada. ¿Luego de eso? Perdió el conocimiento por completo…

El sonido de un carruaje desganado resonaba por el bosque.

Edith empezó a abrir sus ojos, dificultosa, hasta verse encandilada por la luz del sol. Estaba subida a un carromato, acompañada de varios soldados aliados y suministros.



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En el texto hay: fantasia, misterios, aventura epica

Editado: 20.07.2022

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