Edith salió corriendo sin previo aviso. Moira y Erriel le siguieron el paso, llegando los tres juntos hasta la plaza del pueblo.
—¡Compañeros de Racktylern! —gritó Edith con todas sus fuerzas, llamando la atención de la muchedumbre.
De repente tenía un montón de miradas fijadas en ella. Tragó saliva, notando como el rubor de sus mofletes se esparcía. Sintió temor, pero de igual forma lo hizo.
«Tranquila, has de poder con esto… son aliados» se dijo a si misma:
—¡Requiero de vuestra atención! —volvió a decir.
—¿Ya planea huir de nuevo, pelirroja? —contestó un hombre—. No la queremos en estas tierras, lárguese.
—¡Cierre la bo…! —Se detuvo al ver como Moira le hacía señas desde lejos—, requiero de vuestra atención, compañeros, porque deseo sincerarme ante vosotros.
La gente se acercó entre susurros y fulminantes miradas.
—¿Qué quieres, muchacha? —se atrevió a decir una señora.
Edith tomó aire y se concentró. Sus manos le temblaban, pero ella era más que eso, era brava, un discurso no podría intimidarla.
—Hube sido una pésima líder este último tiempo —suspiró—, me arriesgué y os arriesgué, y por eso debo pediros una disculpa… soy torpe, impulsiva, me comporto caprichosa en ocasiones.
—¡Ve al punto, no tenemos todo el día! —la interrumpió otro sujeto, alborotando a las masas.
Allí la joven se sintió vacía. Desconocía el motivo, pero en su corazón algo faltaba. ¿El cariño de sus seres queridos? ¿La valía de asumir sus responsabilidades?
Lo pensó dos veces, y todas las cosas que tenía para decir se esfumaron como si nada. Quedó en blanco, hasta que recordó el verdadero sentido de todo aquel viaje.
«Necesito enseñarme tal cual soy… no puedo demostrarles fortaleza cuando no he de tenerla»
Ahí estaba el verdadero sentido de ser un líder. Edith podría tener todo a sus manos, el poder o la ambición, pero sin transparencia jamás podría ser lo que su gente esperaba.
—Pediros perdón. —Retomó la oración—, y deciros que tengo miedo, y que no habré de hacer esto sola… nos necesitamos como pueblo, ¡debemos ser uno! Y fallé, pero estoy dispuesta a remediar mis errores.
Moira, que miraba a Edith desde atrás, pudo sentirse identificada con las palabras de su amiga. Se llevó las manos al vientre, imaginando un futuro donde los problemas no existieran para su pequeño.
Era cierto, necesitaban unirse, porque separados poco podían hacer.
Giró la vista hacia la gente, notando un abanico de rostros. Algunos sollozaban, otros se mostraban neutros y, como siempre, algún que otro molesto negaba rotundamente las palabras de la pelirroja.
—¡Estoy contigo, Edith! —gritó Moira.
El lugar se sumió en el silencio, hasta que alguien se acercó a Edith para abrazarla.
Blazh.
El bermejo connotaba melancolía. Sus ojos estaban brillosos y tenía la cabeza gacha.
—Blazh… —dijo Edith.
—Perdón. —Se redimió este—. Perdón por alejarme cuando más habías de necesitarlo. Tu lucha ha de ser la mía, estamos juntos en esto.
Edith reforzó el abrazo, envolviéndose en los brazos del chico.
—¡Te perdono! —Se escuchó otra voz.
—¡Y yo igual! —intervino una mujer.
Un anciano alzó la voz, pero para quejarse:
—¡¿Cómo podéis estar del lado de esta muchachuela! —Movía los brazos—. ¡Ella delató nuestro paraje, nos apartó de nuestra familia cuando huyó!
Edith giró la vista hacia el anciano, pero alguien la interrumpió.
—Pero también hizo mucho por este pueblo —dijo Milosh, que se acercaba un poco apenado—. Todos cometemos errores, y pagamos las consecuencias… y cuando lo hacemos, tan solo una respuesta hay.
El anciano quedó confundido.
—¿De qué habla, joven?
—De cambiar —le contestó—. Estoy dispuesto a perdonarte, Edith, si tan solo juras ver más allá de ti y pensar como comunidad. Esta lucha es de todos, debemos cuidarnos las espaldas.
La chica se mordió los labios, tratando de no largar en llanto. Vio a Milosh y corrió a abrazarlo, necesitaba el cariño de sus amigos, de su hermano. Permanecieron ahí durante minutos, sintiendo el confort que la reconciliación les daba.
—Cambiaré, lo juro por lo más preciado que tengo en esta vida. —Tornó los ojos a Erriel, que miraba a su amiga con la cabeza inclinada.
—Entonces, manos a la obra.
Edith sonrió cabizbaja, sin darse cuenta de que alguien más se acercaba rumbo a ella. Sintió dos brazos rodearla, y una calidez muy familiar.
Miró hacia arriba, encontrándose con algunos mechones rubios, un par de ojos color miel y, tal cual la recordaba, una sonrisa que plasmaba la más sincera bondad.
—Alain —dijo Edith, sorprendida.
Editado: 20.07.2022