Infierno Escarlata

Capítulo 41

Los ojos del guardia se cerraron. El tiempo pasó, pero nunca tuvo noción de este.

Se despertó en una habitación, tan oscura como la noche. Pudo sentir como un escalofrío le recorría todo el cuerpo, dándole a entender que no estaba solo ahí.

Movió sus brazos para levantarse, pero sintió la tensión de unas cuerdas cortándole la circulación. Atado, a ciegas y solo, empezaba a asumir que su tiempo en vida terminaría pronto.

—¿Hola? —preguntó, desorientado.

Empezó a escuchar ruidos, pero no pudo distinguir de donde provenían. Esperó, hasta que el filo de una espada arrastrándose por el suelo lo alertó.

Sus oídos no soportaron los ruidos estridentes.

—Tres oportunidades para hablar. —Escuchó una voz, y vio un mechón cobrizo salir de la penumbra—. Como lo hicisteis conmigo… tres oportunidades, o te lastimaré.

Luego de eso, dos siluetas más aparecieron detrás de Edith. Alain y Rostislav se le sumaron, cargando unos baldes de agua.

«Malditas ratas», masculló en su mente el enemigo, viendo que no podría escapar. Y comenzó su dilema interno: ¿Serle desleal a su rey y hablar, o morir en la tortura?

Alain tomó el control de la situación.

Edith lo miraba desde lejos. Su mente no podía dejar de pensar en él, pero eso la hacía débil, más aun teniendo frente a ella un enemigo.

Tuvo que dejar en segundo plano sus sentimientos y centrarse en el protocolo.

Alain se acercó hasta el sujeto, levantando su barbilla para quedar cara a cara con él.

—¿Hace cuánto tiempo estáis en el bosque?

El soldado apretó la mandíbula, tanto que parecía salírsele. No contestó nada al principio, pero, al sentir como una daga rozaba su moflete para rasgar su carne, confesó:

—Tres días —susurró, adolorido—. Nos escondimos…nos escondimos en una vieja cabaña cercana, pero no estamos más allí.

Alain retiró el cuchillo, dándole un respiro.

—¿Cuántos erais? —preguntó Edith.

No podía responder eso. Había chances de que algún compañero huyera, por lo que delatarlos sería acortar las posibilidades de que llegaran vivos al reino.

Si todos morían, Octabious jamás sabría la ubicación de Racktylern.

—Tres —mintió—, ¿o cuatro?

Empezó a reír como un desquiciado.

Edith tornó la vista a Rostislav. El viejo asintió, tomando uno de los cubos que tenía.

—¿Hay algo más refrescante que un baño de agua helada por la noche? —exclamó el hombre, justo antes de lanzárselo al rostro.

Poco a poco, el agua empezó a enfriar el cuerpo del sujeto. Sus huesos se estremecían y los labios estaban morados.

—Responde —insistió Rostislav—, no querrás que vuelva a mojarte.

—Te quedan dos oportunidades —le recordó Edith, esta vez poniendo el filo de la espada en su cuello.

Sentía un gran horror al hacer eso. Pero debía asustarlo, no podía dejar pasar la oportunidad de recabar información, por más traumas y pesadillas del pasado despertara.

—¡É…éramos diez! —gritó.

La bermeja asintió, seria.

—¿Y qué estáis tramando? —Alain lanzó la última pregunta.

—No me matéis, por favor —susurraba el guardia—, tengo familia, hijos que cuidar.

Todo pareció ir en picada para ella. Si tenía una familia, era imposible no imaginarse qué sentirían al saber que su padre ya no estaría ahí.

Por eso mismo, el remordimiento comenzó a acobardarla. Sabía que matarlo era la única opción viable, por el bien de toda su gente, pero, desde luego, no deseaba ser ella quien le pusiera fin a la vida del hombre.

—Ha de quedarte una sola oportunidad —dijo Edith, fingiendo rudeza—, habla, en este momento.

Rostislav le lanzó otro baldazo. Era una tortura psicológica y terrible, deseaba ser sometido ante mil flechas antes que volver a sentir el agua correr por su piel.

—¡No lo diré, no lo diré, se me ha prohibido! —gritó este, retorciéndose para intentar escapar.

¿Y, lo que obtuvo? Otra zambullida criogénica.

Edith caminó hasta quedar detrás de él. Posicionó su espada en el cuello del hombre, y dijo:

—Bueno, no nos sirves en estas tierras, será mejor que te…

—¡El rey se está preparando para una guerra! —soltó la verdad—. Habrá de enviar tropas las veces que sean necesarias con tal de descubrir vuestro paraje, ¡y se está recuperando de los ataques!

Todo estaba dicho. Aquel guardia no les servía de más.

—¿Habrás de matarlo? —le preguntó Alain a la muchacha.

Edith se quedó mirando la espada. Luego, miró al hombre, que tenía los ojos llorosos.

Haciendo acopio de una inmensa fuerza de valor, la bermeja elevó la espada y… ¡Zas! La dejó caer al suelo.



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En el texto hay: fantasia, misterios, aventura epica

Editado: 20.07.2022

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