Infierno Escarlata

Capítulo 47

El ejército de Octabious no tuvo tiempo de mirar hacia atrás. Debían escapar de aquel bosque cuanto antes: tardarían tiempo, sí, pero de a poco el infierno cobraba vida en la tierra.

El sonido del fuego expandiéndose era cada vez mayor, Pocatrol se teñía de un vibrante rojo, que encandilaba a cualquiera que lo mirara.

Y avanzaba.

Todo se chamuscaba mientras el azufre se consumía, una nube negra salía disparada al aire y corroía todo a su paso. Cada palo o matojo seco lo convertía en un incendio monumental.

Muchas criaturas escapaban del averno, aturdidas. Serpientes, erizos, ardillas y más, todos corrían a una zona del bosque donde el fuego no pudiera encontrarlos… por el momento.

Cuando Octabious y su gente llegaban a las fronteras del bosque, otra explosión les crispó las nucas. El hombre miró hacia atrás, con una expresión neutra, y pensó en todo lo que sería capaz de hacer con tal de vengar a su madre.

Los arboles crujían, como huesos, anunciando que la catástrofe más grande en Deimos iba propagándose por el bosque.

Racktylern continuaba con su plácido sueño, pero no lo haría por mucho más.

El fuego estaba llegando a las murallas, y la masa de humo se les venía encima, provocando que muchos despertaran tosiendo y un poco ahogados.

Los primeros fueron Melisende y Valak, que vivían más cerca de la entrada. El humo se colaba por los recovecos sin tapar de las paredes de la choza, inundándola de a poco.

—¿Qué es eso? —preguntó la mujer a la par que tosía. 

Sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Pero, ¿y ese olor? —Se percató el peliblanco, al ver como la humareda seguía entrando—. ¿Acaso es… fuego?

Los hermanos salieron de inmediato, yendo hacia la entrada principal de Racktylern. Treparon las atalayas al lado de la puerta y, cuando tocaron la plataforma y miraron hacia el sur, el mundo se les vino encima.

—Valak, hermano, ¡es fuego! —desesperó la chica, al ver como las llamas se seguían acercando.

—Si no hacemos nada por salir de aquí, terminaremos como esos árboles, ¡apura, debemos informar a todos! —le ordenó, con la idea de ir casa por casa para despertar a los pueblerinos.

Estaban desesperados. Ya no había más penumbra, sino luz, luz caliente.

—¡Todos, salid de inmediato! —comenzó a gritar el peliblanco mientras agarraba varias mantas y las empapaba en agua para que los hombres, mujeres y niños pudieran atravesar las llamas un poco más seguros.

—¡Rescatad a las águilas y a los caballos, serán de vital ayuda en la guerra! —gritaba un hombre, yendo a los corrales.

Poco a poco el centro del pueblo se fue llenando de gente. Entre ellos Milosh, Alain, Blazh y… ¿y Edith?

—¡Aguarda… Edith, Erriel Tobías y el crío, aún no salen de la cabaña! —gritaba Melisende, desesperada—. ¡Iré en su búsqueda, sigue ayudando a los demás!

La chica alzó sus ropajes para no tropezar, y nerviosa avanzó entre las humaredas hasta llegar a la puerta. Comenzó a golpearla con brusquedad, y al notar que nadie abría, optó por tirarla abajo:

 —¡Abrid, por los dioses! —Pateó con todas las fuerzas. El primer golpe no fue efectivo, pero a medida que la tensión subía, la adrenalina llegaba.

Patada por aquí, patada por allá, y en cuestión de minutos la puerta se abrió dejando ver como la chica dormía en paz.

No había rastros de humo.

—¡Edith, Tobías, Erriel, despertad de una maldita vez! —Melisende usó las manos para llamarlos y despertarlos, pero como no lo hacían, elevó su mano y con fuerza abofeteó a la pelirroja.

Edith se despertó primero, exaltada, sin saber que estaba aconteciendo.

—¿Qué está pasan…? —Antes de que la pelirroja preguntara, se vio interrumpida por Melisende.

Tobías se levantó de un salto.

—¡Fuego! ¡Hay fuego! Salid de inmediato de aquí, ayudad a todos a que se resguarden… Edith, debemos salvarlos.

—¿Qué? ¿fuego?

 —¡Toma a esa criatura, y reuniros en la plaza! No hay tiempo que perder.

Todos salieron de la casa junto al bebé, y al ver como las llamas cruzaban las salvaguardas, la idea de morir incinerados no era tan lejana.

Se reunieron con Alain, Valak, Dorete, Milosh, Rostislav y Blazh. Todos desesperados por salir del pueblo, pero había algo que se los impedía: los residentes.

Desesperados, se aglomeraban en la puerta, creando un tapón.

Y los menos astutos se olvidaban de las salidas de emergencia que había al otro lado. Tenían la vía fácil, y los más aprovechadores no dudaron en irse por ahí y tomar las barcas que daban al mar.

Cuando se trataba de sobrevivir, el egoísmo florecía.

—Rostislav, Tobías, calmad a la gente y mojad las mantas —dijo Alain, tratando de transmitir seguridad—. Dorete, Blazh, Milosh, recolecten armamento… acumuladlo en carros, haced lo que sea necesario. —Trataba de pensar, pero le temblaban las manos—. Esto fue causado por alguien.



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En el texto hay: fantasia, misterios, aventura epica

Editado: 20.07.2022

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