El ejército de rebeldes se asentó en los cerros, marcando el territorio. Nada ni nadie iba a sacarlos de ahí, no querían seguir huyendo.
Ordenaron todo: comida, ropajes, armamento, hierbajos medicinales.
No podían perder nada.
—Dorete, ¿podría ayudar a mi padre? Su herida se ve mala y… —No quiso concluir la oración. Todo le remitía a aquel zarpazo que el oso le dio tiempo atrás.
Vio la carne al rojo vivo supurar líquidos extraños, y su rostro, su rostro era un retrato del dolor. Tobías era fuerte, o al menos eso quería aparentar, pero esa vez no dejó que su orgullo le ganara.
Estaba agonizando.
—Venga, Tobías, habré de revisarlo —dijo la señora, ayudándolo. Lo recostó sobre un tronco y desprendió el resto de la camisa para ver mejor la sangría.
Se llevó una sorpresa.
—Ni la Pócima de Acaciantro sanaría esta herida por completo… es aguda, hombre. —Tocó con suavidad la quemadura, para analizar su consistencia—. No contamos con medicinas elaboradas, todo se hubo perdido.
—¿Ha de significar eso que moriré, ahora que tengo a mi hija al lado? —bufó el viejo, reacio a oír sus palabras—, si Dios ha de llevarme, no será ahora.
Tobías se puso de pie, furioso, pero no bastaron los segundos para que estuviera otra vez en el suelo.
—¡Padre, no! —gritó Edith, espantada.
Cuando quiso percatarse, todo el pueblo los estaba mirando. Alain y Blazh corrieron a ayudarle, pero Tobías empeoraba.
Debían actuar rápido.
—¡Necesitamos manzanilla y lavanda para desinfectar la zona! —dijo la curandera—, Edith, ¿podrían Alain y tú buscarlas por el alrededor? Son comunes en estas zonas.
Los muchachos se miraron. Asintieron a la vez, sin dudar un segundo en lo que debían hacer.
Edith tomó una bolsa de cuero y en cuestión de segundos echó a correr. Alain y Erriel le siguieron el paso.
La muchacha descendía por el cerro a toda velocidad, analizando cada parcela de tierra en busca de la posible salvación para su padre. Estaba devastada, y la ceniza del incendio comenzaba a afectarle los pulmones.
Era un cumulo de mala suerte.
Miró a su horizonte y vio a Pocatrol envuelto en llamas. Las humaredas y los sonidos de árboles cayendo le erizaban la piel.
«Maldito Octabious, habrá de pagarlas» pensó, justo antes de verse interrumpida por un olor que la llamaba.
Lavanda.
Alain le seguía el rastro, pero se le dificultaba alcanzarla.
—¡Edith, espérame!
Pero la muchacha no podía aguardar más. Siguió corriendo, buscando el origen de aquel aroma tan fresco, y cuanto más se acercaba, más oía un sonido extraño. ¿Qué demonios era?
Se agazapó para no quedar desprotegida. Mientras gateaba, pudo oír otro ruido más: parecía agonizante, como un llanto en busca de auxilio… y estaba justo detrás de un ramo de arbustos.
Edith asomó la cabeza, cuidadosa, para ver de qué se trataba.
«Dios mío… no puede ser»
Los ojos se le acristalaron enseguida. No podía creer lo que veía, era desgarrador, como si le pasaran un puñal por el pecho.
—¡Edith, te hube dicho que me esp…! —A Alain no le dio tiempo a hablar, cuando Edith le tapó la boca.
Erriel iba olfateando el lugar, y al cruzar el arbusto, su curiosidad lo llamó.
Un cachorro de oso completamente incinerado, que aún luchaba por sobrevivir del fuego comiéndolo vivo. Estaba negro, y su pelo derretido se le pegaba en las patas, haciendo que cayera contra el guijarro.
Buscaba a su madre, desorientado.
—Santo cielo… pobre criatura.
Volvió a sollozar, cada vez más débil. Hasta que dejó de respirar.
El entorno quedó envuelto en un ruidoso silencio. Esas eran las consecuencias de la avaricia humana, el desastre, la injusticia, la muerte de criaturas inocentes, tanto animales como humanas.
Y Edith sabía que aquel caos no pararía hasta que uno de los dos bandos desistiera. Pero se le era imposible desistir, por lo que todo estaba claro, aquel osito no sería la última víctima.
Tobías podía ser la siguiente.
—Sigamos, debemos encontrar esas flores de una vez —exclamó la bermeja, dándole la señal a Alain de que la siguiera.
El muchacho estaba nervioso, quería decir algo, pero la tensión del momento se lo impedía.
—E… Edith —balbuceaba, un poco indeciso.
—Dime, Alain —respondió ella, sin prestar mucha atención. Estaba tratando de seguir el olor a lavanda.
—¿Estás bien, luego del incendio? —dijo el rubio, tratando de ablandar la situación.
—De maravilla —contestó, aunque su rostro demostrara lo contrario.
—Con respecto a Cridhen, ¿sabrás qué hacer?
Editado: 20.07.2022