27 de mayo — primavera de 1617.
Un respiro de quince días dejó que en Deimos las cosas se acentuaran. La toma del reino y la declaración de libertad a todos los escarlatas de la región fue un punto de no retorno: pero en buen sentido.
Los muros rotos y los charcos de sangre fueron removidos. La limpieza empezó, renovando la ya manchada imagen de la región. El ganado y la agricultura, entre otras tareas, pudieron florecer con la llegada de la primavera.
Todo pintaba de maravilla.
Cierta pelirroja se levantó, perezosa como siempre, y decidió tomar un paseo por el pueblo para corroborar que todo estuviera bien.
«Hoy nada podrá truncarme, no habré de permitirlo.».
Salió de su nueva casa, aquella en la que fue parida. No recordaba nada más que los sacos de harina y el fuerte olor a humedad que tapaba el techo. Antes de salir abrió las ventanas, dejando que el aire entrara.
—Buenos días, Edith —dijo una mujer, cargando tres pescados en su brazo.
—Hola —contestó ella, un poco tímida.
Se dirigió a los talleres, pasando por la herrería, hasta cruzarse con Alain y Rostislav, que estaban fabricando unas hachas de hierro.
—¡Mirad quién llegó! —gritó el viejo, levantando un fierro—. Mi niña, ¿cómo hubiste amanecido?
La pelirroja se acercó a ellos.
—Como siempre, ni tan bien ni tan mal —le respondió, mientras le daba un beso en la boca a Alain—. Buenos días para ti también.
—¿Qué planeas hacer hoy, Edith? —preguntó el rubio, curioso.
«Pasear a caballo, o correr por el arroyo ¡O ir a contar nubes!» pensaba Alain, ansiando la respuesta de su reconciliada pareja.
Lo estaban intentando, y todo salía como era debido. Tenían tiempo para ellos, se contaban los problemas, charlaban durante horas y se ponían al día.
—Iré en busca de mi padre, me gustaría pasar un tiempo con él. No he de acostumbrarme a esta nueva vida —miró a su alrededor, encontrándose rodeada de herraduras y cacharros—, pero el respiro me sienta bien.
Alain comprendió.
—Que os vaya increíble —exclamó el muchacho, acercándosele—, debería volver a presentarme ante él, ¿no crees?
La pelirroja lo pensó mejor, y era una buena idea.
—Pues vamos, no hay tiempo que perder. —Le invitó, tomándolo de la mano.
Los dos largaron una risita. La pareja se despidió de Rostislav y continuó el trayecto, llegando hasta la panadería, donde un olor a masa recién salida del horno la cautivaba. Le recordaba a aquellos tiempos cuando Aria le hacía de comer.
Abrieron la puerta y…
—¡Edith, hija mía! —Se oyó la voz de Tobías, que salía de entre unas bodegas repleto de harina—. Y Alain, ¿qué tal, muchacho?
—De maravilla, señor Salavert.
Los dos estrecharon manos.
—¿Cómo te encuentras, padre? —le preguntó, mientras tomaba unas migas de pan—. ¿Has de tener tiempo libre ahora? Me gustaría que caminemos los tres por el pueblo.
No pasaron ni minutos, cuando el masculino ya estaba listo para partir. Guardó en su bolsita varios trozos de pan, para comer en el trayecto.
Y caminaron, durante una hora, pasando por cada recinto, cada tienda, saludando a todos con los que se cruzaban, hasta que llegaron al centro del reino.
—Este paseo hubo sido increíble, me divertí mucho —exclamó Alain, risueño.
El chico le echó una ojeada a Edith, buscando su aprobación para que volviera a presentarse luego de tanto tiempo.
—Padre —dijo ella.
—Dime, niña —contestó Tobías, curioso.
—Hace un tiempo, Alain y yo retomamos… nuestra relación —empezó a explicarle, un poco tímida—. Creo que ha de ser momento de que os volváis a presentar, como corresponde.
Los dos masculinos asintieron.
—Adelante, joven.
Alain dio un paso al frente, se llevó las manos a la espalda, y se movía, demostrando su inquietud.
—Buenos días, señor Salavert, mi nombre es Alain, y he de presentarme ante usted para declararme como la actual pareja de su hija, Edith —empezó a decirle, un poco teatralizado.
La situación era más cómica que seria, pero era la gracia.
—¿Y os amáis? —preguntó Tobías, dejando perplejos a los muchachos. Edith y Alain compartieron miradas, avergonzados, y empezaron a reír.
—Bueno, claro que nos amamos, padre —exclamó la bermeja, queriendo escapar del momento—. Ahora, ¿podemos sentarnos? Han de dolerme los pies de tanto caminar.
Tomaron asiento en el borde del cantero donde Erriel fue enterrado.
—¿Qué tal estás últimamente, hija? —se atrevió a preguntarle—. Te noto bien, pero hay algo en ti que ya no ha de ser lo mismo… estás más apagada.
El viejo se preocupaba por ella. Todo el amor que no pudo darle en los años de ausencia debían ser recuperados, por más tarde que fuera. Era su deber como padre, y daría todo con tal de verla sonreír.
Editado: 20.07.2022