Infinidad Parte 2 — Oscuridad Sin Límites

Capítulo 1

Los rayos del sol entraban por la ventana de la habitación, golpeando la cara de John. Abrió los ojos, se levantó con pereza y se dirigió a la ventana. Agarró con sus manos la persiana y la bajó violentamente, haciendo un ruido seco en toda la habitación.
  —Sueño... dormir...
John volvió a su cama y se dejó caer sobre ella antes de escuchar una voz que venía del pasillo.
  —Si ya te has levantado ponte la ropa, que tienes clases.
Ahora John se arrepintió de dejar la puerta abierta cuando se fue a dormir el día anterior.
  —Cinco minutos más...
Cuando terminó de decir esas palabras, John estaba dormido de nuevo, aunque no duró mucho ya que su madre entró en su habitación.
El sonido de la persiana levantándose hizo que John volviera a abrir los ojos y se levantara de mala gana.
  —Vístete ya, que no te queda tiempo para llegar al instituto.
  —Si... si...

Cuando terminó de vestirse con unos vaqueros y una camiseta de mangas cortas blancas, se dirigió a la cocina y desayuno. Después fue al baño y se miró en el espejo.
Pelo negro y ojos verdes, quien no lo conociera creería que era un chico de no más de dieciséis años. Tenía unas ojeras bastante oscuras que se discernían fácilmente con su piel blanca.
Pero John no se fijaba en sus ojeras, intentaba recordar el sueño que tuvo esa noche.
  ¿Se parecía a ella?
John negó con la cabeza y cogió su cepillo de dientes.
  —Creo que es la cuarta vez que tengo el mismo sueño.
  —John date prisa, vas a llegar tarde, quedan diez minutos para que empiecen las clases.
Al escuchar la advertencia de su madre, John abrió los ojos estupefactos y miró el reloj del baño. Quedaban ocho minutos para las nueve.
  —¡Mierda!
John tiró el cepillo en el lavabo y corrió hacia la puerta, cogió la mochila, se la puso en el hombro derecho y se fue.
Corría a través de las calles, tomando atajos por los callejones. Aunque John era rápido, no podía llegar al instituto, que se situaba a nueve kilómetros de su casa corriendo continuamente en menos de diez minutos.
Tras tres minutos corriendo, no pudo seguir el ritmo y paró, era un hecho que iba a llegar tarde por lo que lo asumió y caminó con normalidad hasta que llegó frente a un edificio en construcción.
  —¿Eso es...?
John se acercó a una de las paredes construidas y miró con ojos abiertos. La pared estaba cubierta de sangre y con múltiples arañazos profundos.
  —¡Eh! ¿Qué haces ahí?
La voz de un obrero lo alarmó y volvió a correr hacia el instituto sin mirar hacia atrás.

  —Te lo digo de verdad Mike.
  —Si... claro... tío, tienes que pasarme el número de tu camello.
John había llegado tarde al instituto por unos minutos, aunque en todas las clases hasta el descanso había estado pensando en la sangre de la pared.
  —Es verdad. La pared estaba cubierta de sangre y había muchos arañazos.
John había estado con Mike desde primaria, era uno de sus mejores amigos, aunque también era uno de los más problemáticos, por no decir el único que tenía.
Le había contando lo que vio en el sitio de la obra, pero obviamente, no se lo creyó.
  —John, tío, si eso fuera posible la policía habría tomado cartas en el asunto. Además, ¿no crees que te podrías estar sugestionando? podría ser una alucinación por falta de sueño.
Mike se levantó del banco y se puso frente a John. Vestía una camisa azul con unos vaqueros y unos deportes, su cabello y ojos castaños lo volvían irresistible para las chicas, sin contar el hecho de que era un deportista nato, líder del club de muay thai.
  —Ahora que me acuerdo, John, la chica que te gustaba, ¿cuál era su nombre?
  —...Lucy...
Mike se quedó pensativo un rato antes de volver a preguntar.
  —¿Tiene pelo castaño con ojos verdes, no muy alta y con gafas?
John se sonrojó cuando recordó la primera vez que vio a Lucy. Trató de defenderla de unos abusones, pero al ser cuatro personas John recibió una paliza y se quedó en el suelo, llorando, mientras que Lucy se fue a otro lado cuando comenzó la pelea.
  —Sí.
  —Entonces elimínala de tu mente, está con el líder del club de esgrima. Ese tío es un egocéntrico que se cree que todo lo que se le acerque es suyo, y como se entere de que estás colado por ella, dudo que vengas en una temporada.
John bajó la cabeza y suspiró, sus manos temblaban.
  —Voy a la cafetería a comprar dos zumos, ahora vengo.
John asintió con la cabeza gacha. Cuando dejó de escuchar los pasos de Mike, sus lágrimas comenzaron a caer sobre sus manos. Se sentía impotente, se sentía como si el mundo se le hubiese caído encima, pero sólo podía llorar para desahogarse.
Mike miró a John desde la puerta de la cafetería, suspiró y golpeó la pared con su puño.
  —Esta es la primera vez que lo veo llorar desde que se rompió la pierna hace diez años.
Su puño estaba sangrando, por lo que se alejó de la puerta y fue al mostrador, sin darse cuenta de que unas personas se acercaban a John.

  —Hola, pequeño imbécil.
John se secó las lágrimas de su rostro y miró a la persona que lo insultó.
Tenía el pelo rapado y una cara con facciones muy marcadas. Vestía un kimono blanco y llevaba en la mano una espada de madera. Era el líder del club de esgrima, Fred.
  —Espero estar equivocado. Pero me ha dicho un pajarito, que te gusta una de mis pertenencias.
John no podía contestar, no porque no quisiera, sino porque no le salían las palabras. El sólo recordar que una chica tan pura como Lucy estaba con ese abusón le hacían querer vomitar.
El filo de la espada de madera tocó su cuello.
  —Esta bien que no quieras contestar. Pero ya sabes que tengo una reputación que mantener.
Al momento siguiente, Fred sonrió y golpeó la cara de John con la espada, rompiéndose al impactar.
Los dos compañeros de club ayudaron a su jefe y le dieron a John una paliza. Cuando terminaron, John estaba en el suelo luchando por respirar y sangrando por todas partes.
  —La próxima vez que te vea, eres hombre muerto, imbécil.




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