Infinidad Parte 2 — Oscuridad Sin Límites

Capítulo 7

Eran las diez de la mañana. Usualmente, a esta hora John sería capaz de escuchar el ruido de los coches en la carretera, pero hoy sólo había silencio.
John estaba haciendo la maleta cuando varios golpes sonaron en la puerta, haciendo que John saltara y dejara caer la ropa al suelo.
 —Joder... tan de repente...
Se asomó al pasillo y se acercó poco a poco a la puerta.
Volvieron a llamar cuando John llegó frente a la puerta. Sin saber si debería abrir, puso su ojo en la mirilla, para su sorpresa no había nadie pero seguían golpeando la puerta.
John cerró los ojos y colocó su mano en el pomo antes de abrir de golpe.
 —Ya pensaba que te habían encontrado.
John abrió los ojos. Una mujer anciana con ojos dorados y una túnica roja estaba frente a él.
 —¿I... sa... bel?
Isabel sonrió y entró en la casa, antes de cerrar la puerta miró el exterior. Cuando soltó el pomo, sacó unas cuentas blancas y las puso en el pomo.
 —Antes de nada John, deja que vea el interior de la casa, tú mientras ve a la cocina y prepara algo para los dos.
John sin rechistar, se fue a la cocina y dejó a Isabel sola.

Isabel tocó con sus dedos la sangre seca del suelo dónde habían encontrado el cuerpo de la madre de John.
 —No fue un ser de oscuridad. Quizá un ladrón o un asesino, pero entonces ¿cómo la descuartizó de esa forma?
Isabel sacó un frasco con un gel transparente del interior de su túnica. Lo abrió y se puso una gota en su dedo antes de guardarlo de nuevo.
Volvió a tocar la sangre con el gel en su dedo, a los pocos segundos, la sangre roja oscura se volvió blanca poco a poco.
Isabel miró la reacción y sacó de su túnica una pluma y dos trozos de papel.

John no sabía cómo actuar. En un principio, actuó de esa forma debido al gran impacto de perder a sus padres, en ningún momento creyó que quemar la nota funcionaría, y mucho menos esperaba que Isabel se presentara en su casa.
Pero de alguna forma, se sentía seguro. Esa anciana le transmitía una sensación de protección y calidez que nunca antes había sentido, ni siquiera de pequeño.
John miró a Isabel, que estaba en la mesa escribiendo con una pluma. En su mente podía imaginar cómo era Isabel de joven. Excepto su pelo canoso, su figura se veía como la de una mujer de poco más de cuarenta años, por lo que le resultó sencillo.
Isabel se giró y miró a John en la cocina antes de dirigirse a la ventana y abrirla, después de silbar, dos pájaros se posaron sobre ella. Les ató en sus pequeñas patas dos trozos de papel y los dejó volar.
 —John, ¿tienes listo el desayuno?
John se giró mientras contestaba.
 —Sí.
 —¿Podrías añadir a dos personas más?
John se quedó mudo. Las únicas personas que podrían ir en ese momento eran la vidente y Mike. Si eso sucedía, no podría estar tranquilo al volver a estar cerca de la vidente.
 —No, lo siento. Ya quedaban pocas cosas anoche y no fui al supermercado.
Isabel sonrió y contestó mientras iba a la cocina.
 —No te preocupes por eso, ¿por qué no vas al jardín trasero y buscas algo para el olor de la sangre?
John asintió mientras dejaba sola a Isabel, la cuál no paraba de sonreír.

John respiró profundamente. El aire puro y el sonido de los pájaros le parecía irreal, como si estuviera en otra parte.
Abrió los ojos y caminó hasta la valla. Allí, su madre solía plantar flores de todo tipo, petunias, rosas, margaritas, tulipanes, lavandas... Tras mucho pensar, cogió un pequeño ramo de rosas, tulipanes y lavandas.
Su intención era coger sólo lavanda, ya que le recordaba al aroma de la vidente. Pero pensó que sería demasiado extravagante, por lo que cogió otras flores también. Antes de girar el pomo, sintió como si alguien lo vigilara.
Se giró y vio en el tejado de las casas de alrededor varios cuervos que dirigían sus miradas hacia él. Si se hubiera fijado en el cielo, John podría haber visto varias hileras de humo a lo lejos, pero entró tras mirar a los cuervos. Al volver a entrar, un cuervo graznó y todos desaparecieron, apareciendo en su lugar el hombre que lo vigiló toda la noche.

Cuando entró, Isabel no estaba sola, había dos personas más frente a ella. Una de ellas la conocía bastante bien, era Lucy, pero la otra no la conocía de nada.
Vestía con la misma túnica roja que Isabel, y tenía unos ojos azules profundos con un pelo rubio que le llegaba al cuello. Tenía una figura delgada con piel blanca y no tenía nada que envidiar del busto de Lucy.
 —Lucy, Guilea, ¿cómo ha sido esta noche?
Lucy con los brazos cruzados sentada en la mesa fue la primera en responder.
 —Fácil, sólo unos pocos zombies sin cerebro en el cementerio.
 —Eso es porque siempre escoges batallas fáciles. Yo en cambio he ido a por un vampiro menor en la iglesia al lado del ayuntamiento.
Isabel las miró a las dos y sonrió.
 —Ambas habéis hecho un buen trabajo. Aunque tú Lucy, debes experimentar luchar contra otros seres y no sólo ir a por seres sin alta inteligencia. En cambio, Guilea tú eres... no sabría si decirte valiente o temeraria, ¿qué hubiera pasado si hubiera sido un vampiro mayor?
 —Lo hubiera matado, o habría escapado.
Guilea sonrió mientras miraba a Isabel, aunque interiormente pensaba que aunque fuera un vampiro mayor lo podría manejar igual de fácil. Al mirar, se dio cuenta de que John estaba acercándose con flores en las manos. Isabel escuchó los pasos de John y se giró.
 —Estas servirán, gracias John. Estas son mis nietas, Lucy y Guilea. Son hermanas, aunque de distinto padre, se llevan dos años. Guilea es la mayor. A Lucy ya la conoces, estudia en tu instituto, y Guilea fue la que te adivinó el futuro, incorrecto, debo añadir. Algunas veces se cambian el rostro y se hacen pasar por la otra por motivos de seguridad.
 —¿Hermanas?
Ese fue el momento en el que John se quedó con la mente en blanco.

 




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