John no se atrevía a bajar el escalón que le quedaba, sentía que moriría en cuanto su pie tocara el suelo.
En ese momento, las voces en su mente volvieron, aunque no eran susurros que le hablaban o miles de voces hablando a la vez, sino gritos desgarradores llenos de dolor. Entre los gritos había llantos y voces que se insultaban a sí mismos.
Cuando se centró en los llantos y las voces afligidas, todos pedían ayuda. Algo empezó a arder en el interior de John, algo que hizo que mirara el brillo rojo en la oscuridad con odio.
Los iris de John comenzaron a tornarse rojos mientras que apretaba sus puños y avanzaba. Seguía sintiendo miedo, pero algo en su interior le impulsaba, no sabía si era valor o adrenalina.
Cuando posó ambos pies en el suelo, John bajó los brazos y esperó. Una corriente de aire pasó frente a él una y otra vez antes de que sintiera un pequeño corte en su cara.
John alzó el puño y giró su cuerpo a la izquierda, golpeando a la criatura en su ojo. La mayor parte del brazo de John había entrado en el orificio del ojo, la criatura no se movía, aunque dejó en su brazo derecho un olor metálico.
Cuando la criatura murió, la habitación se iluminó, los candelabros se encendieron casi al mismo instante de su muerte.
Un ser que parecía un perro gigantesco, con un único cuerno en su frente y cubierto de pelo negro.
John lo miró por un breve momento antes de fijarse que no había salida, sin embargo, la escalera por la que había entrado no volvía hacia arriba, sino que continuaba adentrándose en la tierra. En la pared al lado de la puerta estaba el número cinco.
—¿Debo suponer que me quedan cuatro más? ¿O que tengo que llegar al cero?
Antes de avanzar, John volvió a mirar al perro negro, miró los candelabros y toda la sala. Había tablones de madera apilados en las esquinas, al volver a mirar al perro, John se tocó el estómago y pensó en algo mientras sonreía con la baba cayéndose de las comisuras de sus labios.
John había despellejado al perro con sus manos. También había hecho una hoguera con los tablones y los candelabros, aunque como no tenía nada para poder cortar su carne, hizo todo su cuerpo en el fuego.
Era la primera vez que John cocinaba algo. Aunque no sabía nada de cocina, supuso que la carne en contacto directo con las llamas y las brasas se quemaría, pero resultó que únicamente se endureció dejándolo incomible, dejando la parte superior jugosa.
Cada bocado le parecía una maravilla aunque no supiera qué era ese ser, por lo que siguió comiendo sin ser consciente de que incluso se comió la parte inferior.
Tras un gran eructo, John se levantó y sonrió satisfecho mientras avanzaba hacia las escaleras.
John se encontró con distintos seres cada vez que bajaba más y más. El número cinco seguía escrito en la pared, la única diferencia fue aparte de los enemigos, que se acostumbraba a la lucha y era capaz de responder mejor.
Tras varios días, el número cinco cambió por el cuatro. Ese hecho alegró a John, estaba cada vez más cerca de volver a ver a Mike, a Guilea y a Lucy.
Cuando bajó las escaleras, el número era un siete, pero en la habitación también estaba Pyhryus sentado en un trono hecho de un material negro con puntos de luz unido al suelo de piedra.
<Después de casi un año, lo has logrado. Reconozco que eres más capaz que tus antepasados, eres el primero de la familia en superar mi entrenamiento. Y lo que es más, en un tiempo récord para ser un humano.>
John se sentó en el suelo y miró a Pyhryus.
—¿Y ahora qué? ¿Me vas a dar tu conocimiento en una libreta?
Pyhryus negó con el yelmo y apuntó a John con el dedo.
<Tu cuerpo, sangre y alma, es mi legado. En este tiempo, has experimentado la mente de un dios, la soledad de un dios y el poder de un dios. Tu mente ha aprendido a captar a los espíritus, y escuchar sus pensamientos y pesares. Tus sentidos tienen la misma finura que los míos, aunque aún falta para que sean completamente cómo los de un dios. Y tú, como mi descendiente directo, has desarrollado un cuerpo tan fuerte como el de un dios. Aunque debo advertirte, la vida que posees es la de un humano, por lo que todavía puedes morir.>
John asintió y miraba sus manos.
—Oye Pyhryus, tengo una pregunta. ¿Cómo puedo controlarme? Cada vez que luchaba me dejaba llevar por la adrenalina.
Pyhryus suspiró mientras recordaba su pasado.
<Debes tener un corazón calmo. En el instante en que tus emociones te dominen, temo que siendo mi descendiente, serías capaz de destruir una ciudad entera.>
John cerró el puño y miró a Pyhryus.
<Tu divinidad ahora mismo es de un 5 o un 9%. Todavía es pronto, pero en el futuro te saldrán escamas, cola, cuernos, alas, incluso esas débiles uñas humanas cambiaran por fuertes garras. John, eres mi descendiente, el sucesor directo de un dragón, si los protectores que siguen a distintos dioses te intentan convencer de seguir a uno...>
—Me la pela, soy libre de hacer lo que quiera.
Pyhryus miró a John sin poder hablar.
<Eso... bueno... te iba a decir que les miraras con tus ojos de dragón pero eso también vale. Y por último, como eres un semidiós no te hace falta que te dé mi conocimiento, con el tiempo aprenderás a controlar la mayoría de elementos.>
Pyhryus se levantó y le dio a John una pulsera y un colgante, ambos eran de un color negro azabache puro como el cristal.
—¿Que es esto?
Pyhryus posó su mano en la cabeza de John.
<No lo sé, antiguamente tenía el poder de la predicción, pero a raíz de perder unos cuantos recuerdos me guío por instinto. Nos vemos.>
John tuvo la impresión de que caía desde una gran altura. Lo último que vio fue la verdadera forma de Pyhryus mientras sonreía, un elegante dragón con escamas celestes que se volvían negras poco a poco.
Cuando se fijó en sus brazos, vio la piel envejecida y llena de cicatrices.
Antes de que pudiera hacer algo, John se durmió derramando lágrimas de sus ojos y apretando la pulsera y el colgante.