Infinidad Parte 2 — Oscuridad Sin Límites

Capítulo 17

Cuando salió del interior del alma de John, Guilea subió al comedor y sacó un espejo de mano de oro bellamente adornado con un rubí y un ámbar, era el mismo espejo que estaba en la mesa el día que John y Mike fueron a adivinar su futuro.
—¿Me oís los dos?
Al pasar unos segundos, el rubí se iluminó con un tono rojizo, emergiendo de él un humo blanco que se introdujo en el suelo.
En la zona en la que el humo se sumergió, el suelo se dividió, mostrando una escalera. Tras unos minutos, dos hombres aparecieron de ella mientras discutían, aunque al ver a Guilea ambos se silenciaron.
 —John está con Pyhryus, o al menos lo que queda de su alma. Lucifer dime donde están tanto Isabel como Lucy.
Lucifer y Uriel tomaron asiento en dos sillas. Momentos después, Guilea puso delante de ellos dos tazas de café y se sentó frente a ellos.
 —Es complicado. Mis chacales solo las pudieron seguir hasta algún lugar de Roma, después de eso volvieron al infierno.
Guilea se quedó pensativa por unos momentos.
 —¿Podrían haber sido descubiertos por algún Protector?
 —No me extrañaría, ya que ambas fueron al Vaticano.
Lucifer habló mientras miraba a Guilea seriamente.
 —¿Es seguro quedarnos aquí Uriel?
Uriel bebió un sorbo de café y cerró los ojos. Su semblante antes sereno, cambió, frunciendo el ceño antes de abrir los ojos.
 —No puedo decir que sea seguro, pero sí necesario para avanzar.
Uriel sacó de un bolsillo en su chaqueta un cuaderno arrugado y lleno de grietas.
 —Guilea, ¿recuerdas a un hombre que se llama Arthur?
 —Sí, el egocéntrico descendiente del rey Arturo.
 —¿Sabes por un casual qué poder tiene?
Guilea negó con la cabeza. Ella lo había visto varias veces en el pasado, una vez intentó hacer que Guilea se quedara con él, pero cuando se negó a servirle como los demás Arthur la desterró, sirviéndose de la excusa de que ella no quería parar a los monstruos.
 —Entonces voy a cambiar la pregunta. Si el actual John recibiera un corte de Excálibur, ¿sobreviviría? O dicho de otro modo, ¿Excálibur es capaz de atravesar las escamas y la piel de un dragón?
Guilea respiró hondo y pensó sobre la respuesta. Excálibur era, en cierto modo, un artefacto, pero los dragones que ella había conocido nunca recibieron rasguños de ningún arma.
 —No sabría contestarte, pero dependería de dos variables. La primera sería el control que tendría la persona sobre Excálibur, y la segunda sería hasta que punto John a asimilado el poder de Pyhryus.
Uriel asintió y miró a Lucifer.
 —Luci, tú y yo debemos volver al infierno en media hora. Guilea, tú y John debéis iros de aquí antes de la noche de mañana.
 —¿Qué has visto con tu don?
Uriel no necesitó contestar, ya que Guilea y Lucifer miraron el dibujo en el viejo cuaderno. El dibujo de un dragón dorado.
 —¿Sundrac aparecerá antes de tiempo?
 —No es eso, aparecerá porque está siendo atraído por John. Más específicamente, por su asimilación, así que el tiempo va en nuestra contra.
Guilea pensó en las variables que se le presentaban. Quería que John viviera, pero también quería darle a Mike su gratitud por apoyar a John. Si fueran acompañados por Mike, un humano normal, no habría casi ninguna posibilidad de que viviera.
Tras pensar por varios minutos, Guilea pensó en hacer algo que podría cambiar el futuro, algo para que los dioses se dieran cuenta de la existencia de John.
 —Uriel, usa tu don para ver si Mike tiene un antepasado fuerte, lo suficiente para acabar con una horda de monstruos él solo.
Uriel asintió y cerró los ojos, enfocándose en Mike y sus antepasados. Al cabo de unos breves segundos, su rostro se quedó blanco.
 —Su antepasado es... inteligente... quizá sea capaz defender a John hasta que asimile el poder de Pyhryus... puede que incluso más que eso, si es capaz, ayudará a John en más de un aspecto.
 —¿Quién es su antepasado?
Uriel miró la ventana y se levantó, señalando a Lucifer que volvieran al infierno.
 —Tú no te preocupes por eso, me encargaré yo de guiar a Mike. Guilea, no dejes que nadie se acerque a John.
 —Ordenaré esta noche a un par de súcubos que hagan guardia aquí, así descansas, si los vasallos sin cerebro de Arthur los devuelven al infierno enviaré a Cerbero acompañado de Lilith, a ella le encantan las personas vivas.
Guilea asintió y despidió con la mano a Lucifer y a Uriel. Cuando la grieta se cerró, llamaron a la puerta.
Los ojos de Guilea brillaron por un momento y vio el aura que emitía el maná de la persona. Siendo de un color rojo creía que era Isabel, pero no creía que se dignara a volver, por lo que fue a la entrada y abrió la puerta.
Un hombre con atuendo militar la miró con desdén y desprecio, Guilea se fijó en la medalla plateada que colgaba en su cintura. La medalla representaba que era un soldado del ejército voluntario para la lucha contra los monstruos.
 —¿Qué necesitas?
Guilea le habló seriamente. Desde que Arthur la desterró todas las personas, ya fueran Protectores o soldados, la miraban como lo más bajo y miserable del mundo.
 —¿Quién vive aquí?
 —John está durmiendo.
Cuando fue a cerrar la puerta, el soldado la agarró y la mantuvo abierta.
 —Tengo órdenes de que tú no puedes estar en ciudades donde se producirán combates.
Guilea lo miró. En ese momento, todo se silencio, no se podía escuchar ningún ruido ni sonido. Incluso los pájaros que estaban en los tejados y los gatos callejeros se quedaron en silencio y miraron al soldado.
 —Con razón te llaman la Bruja de la Naturaleza.
Guilea no pudo hacer otra cosa que sonreír. Ella nunca tomó la prueba de sus antepasados, no porque no quisiera, sino porque no poseía antepasados en ese universo. Todas las habilidades que poseía eran las que obtuvo en su universo de origen.
Antes de que pudiera contestarle, Guilea sintió como el aire a su alrededor la presionaba, sentía como si el aire se hubiera solidificado e intentara arrebatarle su posición en el espacio.
 —Lo diré por última vez, vete.
El soldado la miró con una cara sonriente, casi como si la provocara. Aunque su sonrisa poco a poco se torció en un rostro de terror, detrás de Guilea vio la silueta de un hombre con alas, cuernos, y unos dientes gruesos que sobresalían de sus labios. La silueta lo miró, haciendo que el soldado no pudiera hacer otra cosa que dar un paso hacia atrás, aterrado por los profundos ojos rojos de la silueta de ese hombre.
 —¿Q-Qué clase de brujería estás usando?
 —Ninguna... aunque bien pensado...
Guilea sonrió y señaló al soldado.
 —Dile a Arthur lo que has visto, y de mi parte dile que ya no podrá hacer nada aquí. Hay un dragón residiendo en la ciudad.
El soldado miró tanto a Guilea como a la silueta tras ella. Cada vez que miraba a la silueta un sudor frío le recorría la espalda, por lo que, sin aguantarlo mas, se alejó sin apartar la mirada de la puerta hasta que estuvo lo suficientemente lejos.
Guilea cerró la puerta y miró a las escaleras que daban al sótano.
 —No pensé que asimilar a Pyhryus le diera tanto poder como para distorsionar el espacio.
Guilea soltó un largo suspiro y fue a la cocina a preparar algo a John.




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