Inmaduros y perdidos

Erika ; 06/09/2019

Acabábamos de llegar y ya quería marcharme.

Ayudé a mi padre con las cajas de la mudanza mientras intentaba disimular la cara de enfado que tengo por naturaleza propia y que ahora se había acentuado.

Yo no quería mudarme, me gustaba mi casa y mi pueblo, me gustaba su olor y su color. El sitio, por llamarlo de alguna forma, al que acabábamos de llegar era simplemente desagradable. Mirase a donde mirase solo veía edificios grises y sombríos, árboles medio secos y nubes grises y feas. Odié ese lugar, odié que mi padre solo hubiese encontrado trabajo como maestro en ese pueblo, o más bien odié la idea de tener que ser la nueva en todos los aspectos, odié cualquier idea que pasase por mi mente en ese momento. ¿Y si no me caía bien nadie? ¿Y si nadie quería ser mi amigo y desperdiciaba el último año de instituto? ¿Y si no conseguía ser feliz nunca en ese maldito pueblo?

Con lágrimas en los ojos acumuladas por la rabia y un nudo en la garganta entré en nuestro nuevo hogar. Era un edificio un poco viejo y no muy grande, y nuestro piso era el 3º A. Cargué con algunas cajas y me dirigí junto con mi padre y mi hermano al ascensor, ambos cargados también. Subimos en silencio hasta llegar a nuestra planta y mi padre, con una sonrisa incómoda ntentando animarnos, introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta. Ante nosotros se descubría un piso completamente vacío, a excepción de unos muebles básicos, y que no era demasiado grande, aunque tampoco es que nosotros tuviésemos muchas cosas. Nada más entrar hay una gran sala que posteriormente se ha convertido en nuestra cocina y salón. En la pared de la izquierda hay una puerta de marco negro y de cristal que da a una terraza pequeñita de baldosas naranjas que tiene vistas al colegio de primaria y a la sierra, que se puede ver a lo lejos. No está mal. Al fondo del salón-cocina hay un pasillo estrecho y de pareces amarillas que lleva a un cuarto de baño claustrofóbico y a tres habitaciones más: la más grande se la ha quedado mi padre y las otras dos las sorteamos entre el enano de mi hermano y yo. A mí me tocó la del final del pasillo, que era un poco más pequeña que la otra pero en ese momento no me importó mucho, la verdad.

La primera vez que entré en este apartamento me invadió un profundo sentimiento de nostalgia y pena que no sabría a día de hoy explicar. Algunos piensan que soy un poco dramática para la edad que tengo, una intensa, pero no sé, siento lo que siento y no puedo cambiarlo ni evitarlo.

La mudanza duró unos cuantos días, hasta que por fin aquello parecía verdaderamente un hogar, aunque a mí no me terminaba de convencer. Ahora tiene mejor pinta, la verdad, y tengo que decir que mi habitación me gusta bastante y ahí me siento completamente a gusto. Es un cubículo bastante pequeño de paredes grises en las que he colgado algunos posters de los Beatles, Oasis y Love of lesbian para que no quedasen tan tristes. Mi cama, normal y corriente, está en el centro y en frente de ella está mi escritorio de madera con su correspondiente silla negra. En la pared de la derecha hay una pequeña estantería con libros, CDs y algunas fotos, y en la de la izquierda, un armario bastante amplio para el tamaño que tiene la habitación. Pero lo que realmente hace especial a este pequeño cuato es la ventana en el techo, un poco pequeña, pero me gusta porque desde mi cama puedo ver las estrellas por la noche, y es algo que me gusta mucho.

Los pocos días que llevo en este pueblo no he hecho gran cosa: ver alguna película, tocar la guitarra y el teclado y salir a dar una vuelta con mi bicicleta. Las pocas veces que he salido lo he hecho a horas estratégicas en las que casi no hay ni un alma en la calle, no estoy de humor para conocer a gente nueva ahora.

En cuanto a mi padre y mi hermano, mi padre sabe perfectamente que no llevamos bien el habernos mudado y lo noto un poco triste, por eso hago lo posible por mostrarme un poco más animada aunque no lo esté demasiado. Mi hermano para ser un chaval de 10 años lo lleva mejor que yo, a veces pienso que es demasiado maduro para su edad, o que yo, en el fondo, soy como una cría pequeña. La verdad es que mi hermano tiene un punto introvertido, pero es muy simpático y muy gracioso, no le cuesta demasiado entablar conversación con niños que no conoce y cae bien a cualquiera porque sí, es muy mono: tiene el pelo rizado y rubio, los ojos verdes y la cara de niño travieso más adorable que he visto en mi vida. Nadie diría que somos hermanos, porque físicamente no nos parecemos en nada, únicamente en los ojos. Estoy segura de que no tendrá ningún problema para adaptarse.

Hoy es 6 de septiembre y el 9 empiezo las clases. Tengo bastante miedo, no quiero bloquearme como me pasa siempre. Quiero ser abierta, simpática y agradable, quiero ser más extrovertida pero por desgracia, soy muy tímida cuando conozco a mucha gente nueva a la vez.

No sé qué va a pasar ni cómo va a ser, no sé, solo quiero que pase, y que al final este curso valga la pena.

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.