Inmortal

CAPÍTULO 1: "LA SOMBRA DE LA LUZ" 340

Tenía calor. Un calor sofocante. Llevaba manga larga a pesar del calor de inicios de septiembre. Sentía la nuca húmeda, bajo el pelo levemente largo, castaño claro, de esa zona. El roce del carboncillo contra el papel tenía mi atención, por completo. Estaba centrado en tratar de que el retrato le hiciera justicia, como siempre, pero nunca conseguía plasmar su belleza etérea, perfectamente imperfecta.

Oía de fondo, como un timbre difuminado, la voz de la profesora Reese. ¿De qué hablaba? Que no me lo pregunte nadie, porque, de todo corazón, no lo sé. De vez en cuando captaba alguna palabra como «color», «técnica», «sentimiento» y más cosas del estilo. Pero, en fin, no me interesaba demasiado, tampoco. Estaba sentado al final del aula, en el suelo, haciendo homenaje a mis pocas ganas de participación.

–…y bien, ahora que he explicado los matices del proyecto, voy a dictar las parejas de trabajo. Ha sido completamente a sorteo aleatorio, así que no quiero quejas. En cuanto las diga, os quiero puestos por parejas repartidos por la clase como queráis, pero hablando entre vosotros para conoceros un poco.

Al oír eso, me permití levantar apenas un poco los ojos del papel, pero tampoco me importó demasiado. Un proyecto en parejas, aleatorias. Sería un desastre, lo sabía, pero no podía hacer nada. Intentaría ser un poco más sociable con quien fuera con quien me habían emparejado y luego me olvidaría cuando hubiéramos terminado el trabajo.

Oí sin oír a la profesora Reese mientras narraba como un autómata nombre tras nombre, pareja tras pareja.

Ah, pero lo que salió de sus labios sin carne, secos, segundos después, fue lo que captó mi atención de golpe, como si acabara de recibir un balazo en medio del pecho.

–Idris Holloway y Vela Winslow, ya podéis juntaros. Jack y…

Pero yo ya había dejado de escucharla. El corazón me latía tan fuerte que apenas podía respirar; pensar, siquiera.

Vela Winslow.

Vela.

Santo Dios.

Guardé mi bloc de dibujo a una velocidad sorprendente, haciéndome temer por un momento que el retrato se hubiera arrugado o algo; el retrato de Vela.

Subí mis ojos para observar a mi alrededor, buscándola. La encontré viniendo hacia mí justo después de preguntarle en voz baja a una chica de clase algo; supongo que le preguntaría quién era yo. La vi llegar hasta el final del aula, yo intentando disimular mi nerviosismo, ella tan tranquila, serena, con su melena rizada casi negra, larguísima, y su hermoso cuerpo. El corazón me rugía en los oídos y me convulsionaba en el pecho, amenazando con romper mis costillas una a una de dentro hacia afuera. La vi sonreírme levemente, un gesto un tanto forzado, pero que de alguna forma parecía real, genuino.

–Hola. Soy Vela, pero llámame Vel. Todo el mundo lo hace, así que… Bueno, da lo mismo. Encantada –terminó, y me tendió la mano con firmeza mirándome con un brillo amable en sus ojos. Jamás la había tenido tan cerca de mí… Quería grabarme en cada molécula de mi mente aquella imagen, la sensación de su cercanía.

Me costó lo mío reaccionar, levantar la mano como un humano normal y corriente y estrechar la suya. Tocarla fue como una descarga eléctrica de seiscientos vatios. Traté con todas mis fuerzas de mantener una cara de póquer, de que no se me notara nada, pero sentía la sangre arder en mis mejillas, tornándolas, seguramente, de un profundo rojo carmín.

–Idris. Igualmente… –murmuré, la voz apenas un grave vibrar en mi garganta. Solté mi mano de la suya tras un brevísimo apretón y la escondí de sus ojos curiosos, que miraban cómo temblaban mis dedos levemente. Quizá eso era lo que más tranquilo tenía en todo el cuerpo, lo que menos ansioso se mostraba. Mi cuerpo entero estaba en estado de alerta máxima, con los nervios a flor de piel y un morbo extraño in crescendo enredándose en el medio de mi pecho.

Sus ojos otoñales, moteados de marrones y ámbares en ese pozo de esmeraldas, me miraron con un brillo extraño que no supe descifrar, interpretar, y mucho menos sobrellevar. Bajo su mirar me sentía pequeño, observado; juzgado, incluso. Pero…no me importaba. Mientras me viera, supiera que estaba ahí, ¿qué más podía –o quería– pedir?

Me reacomodé en el trozo de suelo donde estaba, y ella, siguiendo todos mis movimientos como una predadora estudiando a su presa, curvó lentamente una de las comisuras de sus labios, un gesto apenas perceptible, a la vez que ladeaba de forma sutil su cabeza cual gesto profunda y genuinamente animal. Pero, pese a eso, no parecía amenazante, solo curiosa. No había rastro de maldad en ella.

Miró en una milésima de segundo mi costado y me preguntó, con voz dulce, pero no baja:

–¿Puedo?

Asentí levemente y me hice a un lado para que pudiera sentarse a mi lado, en la tibieza del suelo de la sala. Ella, con gestos gráciles y vaporosos, se arrodilló antes de apoyar una mano en las baldosas y sentarse a mi lado. Su pantalón de campana rozaba el mío levemente, con esa forma en las piernas que tan bien le quedaba. Se abrazó las rodillas y, con un movimiento sutil de barbilla, señaló mis cuadernos de dibujo.

–¿Qué dibujas?

–Nada –dije apresuradamente–. Nada. Solo… bocetos. Nada especial.

–Mhmm–murmuró ella, elevando las cejas sin quitarle el ojo a mis cuadernos–. Interesante. Bueno, Reese ha dicho que debemos conocernos, que tenemos el último rato de clase para hablar. Así que, Idris, dime: ¿qué te gusta además de dibujar y pintar?




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