"La chica nueva"
Habían pasado tres días desde la noche en que Draven se despidió de mí con esas palabras, dejándome con una sensación de vacío. Me había dicho que no podía ser mi amigo, pero no entendía por qué. Estaba tan confundida que pasé horas sentada en el porche, mirando las estrellas, esperando verlo aparecer de nuevo. Pero no lo hizo.
Decidí que ya no saldría más de noche, ni iría a bares. Ya no quería arriesgarme, no después de lo que había sucedido. Draven solo aparecía cuando estaba en peligro, y aunque deseaba verlo, prefería no arriesgarme a más situaciones peligrosas.
El tema de las desapariciones en la ciudad seguía siendo de conversación en todas partes. En el instituto, todo el mundo hablaba de ello. Habían desaparecido cinco adolescentes en dos semanas, dos de ellos chicas. Era aterrador, pero lo más extraño fue que después de lo de Lucas, las desapariciones habían cesado de repente. O eso había asumido que él era el responsable y que Draven le había puesto fin.
Pero, esta mañana, mientras iba de camino al instituto, vi a una persona clavando un cartel de desaparecido en el mástil de una farola. La foto era de una chica rubia, de ojos verdes, hermosa. Esa era la clase de tragedias que esta ciudad parecía acostumbrada a ignorar, pero yo no podía dejar de pensar en ella.
En clase de inglés, como siempre, me senté al fondo junto a Lissa. Apenas habíamos hablado en los últimos días, hasta que el día anterior se acercó a mí para pedirme los apuntes de matemáticas. Fue una pequeña conversación, pero me hizo darme cuenta de algo: las personas no se habían alejado de mí después de la muerte de Zoey. Yo era la que había estado distanciada, sumida en mi dolor, incapaz de hablar con nadie.
Al llegar a mi casillero, me llevé una sorpresa desagradable: el altar improvisado que habían puesto en honor a Zoey ya no estaba allí. En su lugar, el casillero estaba cerrado con un nuevo candado. Fue como un golpe en el pecho. Me molestó más de lo que esperaba. No me gustaba ver ese altar, porque me recordaba todo lo que había perdido, pero sentí que al quitarlo, la gente comenzaba a olvidarla. Y no quería que eso sucediera.
En biología, la profesora hizo una pequeña pausa en la clase y, en ese momento, la puerta se abrió.
Una chica nueva entró, algo nerviosa, con los ojos al frente pero evitando mirar a los demás. El profesor le pidió que se presentara frente a todos, y mientras lo hacía, no pude evitar fijarme en ella.
Era alta, delgada, con piel pálida que resaltaba por el rubor de sus mejillas, y su cabello largo y ondulado, de un tono castaño oscuro con mechas caramelo, caía en cascada sobre sus hombros. Sus ojos verdes brillaban intensamente, y aunque trataba de ocultarlo, se notaba que estaba nerviosa.
A medida que hablaba, pude ver cómo sus ojos se iluminaban con emociones que no podía identificar.
—Hola, soy Scarlett Wainwright. Vengo de Florida —dijo, con una voz suave pero firme
Me pareció dulce, aunque algo fuera de lugar. Willow Creek era pequeña, cerrada en sí misma, y la gente nueva siempre era como una mancha de pintura en un lienzo antiguo. Todos la miraban como si fuera una criatura rara. Me pregunté qué la habría traído hasta aquí.
El timbre de salida resonó por los pasillos y, como siempre, los estudiantes salieron como una estampida.
Guardé mis cosas de prisa, con la cabeza todavía dándome vueltas por la imagen del casillero vacío de Zoey.
Con la mochila colgando de un hombro, salí al pasillo, esquivando empujones distraídos. Iba tan absorta en mis pensamientos que no vi a la chica que venía de frente.
Me choqué de lleno con ella.
—¡Ay, perdón! —exclamé, dando un paso atrás.
La chica también retrocedió un poco. Cuando levanté la vista, reconocí de inmediato los intensos ojos verdes. Scarlett.
—No pasa nada —dijo con una pequeña sonrisa, su voz sonaba un poco insegura, pero amable.
Ambas soltamos una risa nerviosa, como si el choque fuera algo más cómico que molesto.
—Scarlett, ¿verdad? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
—Sí —asintió, acomodando la correa de su bolso en su hombro.
—Te vi en biología esta mañana. Debe ser todo un cambio... —comenté, recordando cómo había mencionado que venía de Florida.
—Un poco —respondió, sonriendo con timidez—. Hace más frío de lo que esperaba.
—Te acostumbrarás —dije con una sonrisa—. Aunque, te advierto, aquí el clima tiene vida propia.
Ella rió suavemente y asentí, sintiéndome un poco más ligera. Había algo sencillo en hablar con Scarlett, algo que no exigía tanto esfuerzo.
—Nos vemos luego —dijo ella, dando un pequeño paso hacia el flujo de estudiantes.
—Claro —respondí, antes de que se perdiera entre la multitud.
El resto de la mañana pasó como un susurro lejano, mientras las clases se sucedían una tras otra. Apenas si prestaba atención. Mi mente divagaba constantemente hacia recuerdos, hacia todo lo que había cambiado en tan poco tiempo.
Cuando sonó el segundo timbre, me dirigí hacia mi casillero para dejar unos libros antes del almuerzo. El pasillo estaba menos concurrido ahora, con la mayoría de los estudiantes ya en la cafetería o dispersos en pequeños grupos.
Scarlett estaba parada frente al casillero que alguna vez había sido de Zoey. Sostenía un pequeño cartel en la mano, parecía estar leyendo las instrucciones para cambiar la combinación del candado.
Mi estómago se encogió. Verla allí, ocupando ese espacio vacío, removió algo dentro de mí. No era su culpa, claro que no, pero era imposible no sentir que algo sagrado se había desplazado.
Me acerqué sin pensarlo demasiado.
—¿Problemas técnicos? —pregunté, señalando el candado con una sonrisa amigable.
Scarlett levantó la vista, sorprendida al principio, pero luego sonrió de vuelta, tímidamente.
—Un poco. No soy muy buena con las combinaciones —admitió, dejando escapar una risa ligera.