Inmortal

Capítulo 5

"Pesadillas"

Llevaba las manos en los bolsillos de su abrigo oscuro, su cabello ligeramente desordenado, su expresión tan serena que me dejó sin aliento. Era como si no perteneciera a este mundo. Como si no perteneciera a ningún lugar.

Esta vez no estaba cubriendo su rostro.

—No deberías caminar sola por aquí —dijo.

Su voz era tranquila, sin reproche. Una constatación, como quien señala que el cielo es azul.

—¿Me seguiste? —pregunté, alzando la barbilla. No sabía si debía estar molesta o agradecida.

—Vigilar no siempre es sinónimo de seguir —respondió.

Suspiré, sintiéndome estúpidamente vulnerable.

—¿Por qué? —pregunté entonces—. ¿Por qué te importa?

Por un momento, pensé que no respondería. Bajó la mirada hacia el suelo, como eligiendo con cuidado las palabras.

—Algunas cosas simplemente importan —dijo al fin—. Aunque no tengan explicación lógica.

Me mordí el interior de la mejilla, insegura. Todo en Draven era peligroso. Sus ojos, su presencia, el misterio que emanaba. Pero aun así, algo en mí se negaba a alejarse.

—¿Has estado... cuidándome? —pregunté, la voz más baja de lo que pretendía.

Él asintió una sola vez.

—Desde aquella noche en el bar —admitió.

Un silencio pesado cayó entre nosotros. El bosque parecía contener la respiración. Yo no sabía qué decir. No sabía cómo encajar su preocupación en la versión de él que había construido en mi cabeza: la del tipo que me había salvado, pero también el que había desaparecido sin explicación.

—¿Entonces por qué te fuiste? —pregunté, sintiendo que la pregunta me quemaba la garganta.

Esta vez, Draven sostuvo mi mirada sin apartarla.

—Porque estar cerca de mí... no es seguro para ti.

No supe si reírme o llorar. El mismo discurso. ¿Qué había de mí que sólo atraía a personas rotas?

—No pareces muy bueno alejándote, entonces —repliqué, cruzándome de brazos.

Algo —¿culpa? ¿tristeza?— pasó fugazmente por sus ojos.

—Tal vez no lo soy —dijo.

Nos quedamos mirándonos, como dos piezas de un rompecabezas que sabían que no encajaban, pero aún así intentaban buscar la manera.

Finalmente, él dio un paso atrás, como si luchara consigo mismo.

—Vuelve a casa, Avery —dijo, su voz apenas un susurro—. Y no vuelvas a cruzar este bosque sola.

Quise detenerlo. Quise decirle que se quedara.
Pero no dije nada.

Me quedé quieta, viendo cómo se alejaba entre los árboles. Todo en mí gritaba que corriera tras él, que le pidiera respuestas.

Apreté las manos en los bolsillos de mi chaqueta, sintiendo el cosquilleo helado de la tarde en la piel.

—¿Siempre vas a desaparecer así? —pregunté, alzando la voz antes de que fuera demasiado tarde.

Draven se detuvo.

Giró apenas la cabeza, lo suficiente para que pudiera ver el contorno de su perfil recortado contra la luz grisácea del bosque.

—No quiero ser un problema más en tu vida, Avery —dijo. Su voz era suave, pero tenía el peso de algo irremediable.

Mis pasos me llevaron hacia él casi sin pensarlo.

—¿Y si ya lo eres? —pregunté, más para mí que para él.

Draven se volvió entonces, enfrentándome por completo. Sus ojos, esos ojos oscuros que parecían ver más de lo que deberían, se suavizaron.

—Entonces me aseguraré de no causar más problemas —susurró.

Nos miramos durante un largo momento, como si el mundo alrededor hubiera dejado de existir. Sentí que sus ojos de fuego me quemaban por dentro.

Yo quería preguntarle tantas cosas. Quería entender por qué parecía que me conocía, por qué me salvaba, por qué me importaba tanto un chico del que apenas sabía su nombre.

—No entiendo nada de esto —admití en voz baja.

Él bajó la mirada, con un gesto triste.

—Yo tampoco —dijo.

Se acercó un paso. Estaba tan cerca que sentí el calor que emanaba de su cuerpo, el leve aroma a tierra y a tormenta que parecía envolverlo.

Llevó una mano a mi mejilla, sin tocarme realmente. Sus dedos se quedaron suspendidos en el aire, como si tocara algo prohibido.

—Sé feliz, Avery —murmuró—. Y mantente lejos de la oscuridad.

Quise preguntarle a qué oscuridad se refería. Si hablaba de la que estaba afuera... o de la que ya había empezado a crecer dentro de mí desde que Zoey se fue.

Pero no tuve tiempo. En el siguiente parpadeo, Draven ya se había alejado. Su figura se desvaneció entre los árboles.

Y yo me quedé allí, sola.

Con el corazón golpeando fuerte en mi pecho.

Con la certeza de que ese no sería nuestro último encuentro.

No podía serlo.

No con todo lo que quedaba aún sin decir.

Cuando llegué a casa, el cielo ya se había teñido de un azul profundo, y el aire cargaba ese frío estridente que anuncia la noche. Y mi mente se había quedado en el bosque.

Apenas abrí la puerta, escuché pasos en la cocina.

Mi madre estaba allí, de pie junto a la isla de la cocina, con una taza de té aún humeante entre las manos.
Tenía el cabello recogido en un moño perfecto, como siempre. Maquillaje tenue. Impecable incluso en la tarde.

Mi madre siempre parecía demasiado compuesta para el caos que nos habitaba. Como si la pulcritud fuera su forma de sostenerse en pie, de no desmoronarse. Siempre lista, siempre firme… pero distante. Como si la idea de mostrarse vulnerable le provocara alergia.

—¿Llegas recién ahora? —preguntó sin levantar la voz, pero con una inflexión sutil que delataba cansancio… o molestia.

—Se me hizo tarde —dije, dejando la mochila en el suelo. No me molesté en inventar más.

—¿Dónde estabas?

—Caminando.

Sus ojos me recorrieron con atención, como si intentara detectar alguna grieta visible. Pero no dijo nada. Se apoyó contra la ensimera manteniendo la distancia.

—¿Otra vez al bosque?

Bajé la mirada y me tomé unos segundos. No quería mentir, pero tampoco podía decir la verdad. No podía contarle que alguien como Draven existía, que sus ojos se volvían de un rojo intenso cuando estaba enfadado, que me perturbaba y me atraía al mismo tiempo. Y me había salvado la vida... varias veces.




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