"Tatuaje"
El viento soplaba suave entre los árboles cuando llegué a Willow Creek. El río se extendía frente a mí como una herida abierta, brillando con una melancolía serena bajo el cielo encapotado. No venía aquí desde la última vez que estuve con Zoey. Desde que todo cambió.
El sendero estaba cubierto de hojas secas que crujían bajo mis botas. Me detuve en la roca grande junto a la orilla —nuestro lugar— y me senté, abrazando las piernas contra el pecho.
Recordé nuestras risas, los planes que hicimos, las historias que inventábamos mientras mojábamos los pies en el agua helada. El sol parecía brillar distinto entonces. Más cálido. Más vivo. Ahora ya no hay sol.
Cerré los ojos y respiré hondo. El aire olía a tierra húmeda y hojas frescas. Me recordaban a aquellos ojos color rubí.
Me permití llorar. Lágrimas silenciosas, sin sollozos. Dolor limpio, sin dramatismo. Sólo ausencia.
Y sin embargo, no estaba sola.
Desde aquella noche en que Draven apareció, algo en mí había cambiado. Él estaba lejos ahora, y probablemente era mejor así. Pero algo suyo se había quedado en mí... una pregunta sin respuesta, una mirada demasiado humana en un rostro que intentaba no sentir.
Me recosté sobre la piedra y observé el cielo gris entre las ramas. Me sentí pequeña. Perdida. Pero también viva.
—Zoey —susurré—. No sé qué estoy haciendo. Con él... conmigo... contigo.
El agua seguía corriendo, indiferente. Pero en su murmullo creí oír algo parecido a consuelo.
Me quedé allí un rato más, hasta que el frío comenzó a hostigarme. Entonces me levanté.
Desde que perdí a Zoey, nunca sentí que la dejaba atrás solo que la llevaba conmigo.
No volví a ver a Draven en todo el fin de semana.
Aunque me repetí mil veces que era lo mejor. Cada parte de mí buscaba su sombra en cada rincón. En las ventanas, entre los árboles, incluso en los sueños.
Era lunes, y el cielo estaba encapotado cuando caminé hacia el instituto.
Me sentía más entera después del sábado en Willow Creek, pero la inquietud permanecía. Como si la conversación con Draven aún me apretara el pecho. Como si el silencio de su ausencia gritara más fuerte que cualquier palabra que me hubiera dicho.
Entré al aula esperando encontrarme con Scarlett y Lissa, y aunque me saludaron con sonrisas, sus miradas se deslizaron con disimulo hacia mis ojeras, a mi distracción. Yo apenas fingí una sonrisa. Mi cuerpo estaba ahí, pero mi mente seguía repasando cada gesto, cada palabra que él me había dejado.
Me senté en mi lugar, junto a la ventana.
¿Dónde estaba? ¿Volvería?
Una parte de mí no quería saberlo. La otra lo necesitaba desesperadamente.
Mientras el profesor comenzaba la clase, mis ojos vagaban por el bosque que se recortaba tras el edificio. Como si en cualquier instante pudiera emerger de entre los árboles. Como si él pudiera sentir que lo pensaba.
Y de alguna forma... siempre lo hacía.
El viento arrastraba el olor a hojas húmedas desde el bosque, y por un momento quise cerrar los ojos y perderme en el murmullo lejano de los árboles. Pero no lo hice. Sentí las miradas de Lissa y Scarlett sobre mí como si pesaran, como si pudieran atravesar esa barrera que intentaba mantener en pie.
—Estás rara otra vez, Avery —dijo Lissa, bajando la voz mientras pinchaba su pasta con fuerza innecesaria.
No tenía una respuesta. Di un sorbo al agua solo para evitar hablar. El patio del instituto parecía el mismo de siempre, lleno de risas, murmullos, pasos… pero para mí, todo sonaba distante. Como si estuviera viendo una película desde lejos.
—Estoy bien —mentí. Otra vez.
—¿Segura? —intervino Scarlett, con una expresión suave. Su voz era baja y preocupada —. No tienes que fingir con nosotras.
Levanté la vista. Sus ojos verdes me observaban con calma.
A su lado, Lissa frunció el ceño con preocupación auténtica.
—¿Es por lo que está pasando en el pueblo? —preguntó, bajando aún más la voz—. Mis padres no me dejan salir sola. Dicen que desapareció otra persona.
Otra. Tragué con dificultad. El miedo era como un zumbido constante en el fondo de mi mente. Y aunque Draven había jurado que no tenía nada que ver, la duda me carcomía. ¿Y si no me había dicho toda la verdad?
—Sí… da miedo —dije apenas. Me sorprendió lo rota que sonó mi voz.
Scarlett asintió, bajando la mirada por un instante.
—Todo esto es horrible. Pero tienes que cuidarte, Avery. De verdad. Si necesitas hablar o distraerte… estoy para eso —añadió con un intento de sonrisa que se sintió sincero.
No podía hablar. Ni de él, ni del río, ni del puente, ni de lo que había sentido cuando creí que podía ser parte del horror que estaba ocurriendo en el pueblo.
—Solo estoy cansada —murmuré. Y era cierto, en parte. Lo otro, lo que me estaba desbordando por dentro, era algo que no podía compartir con nadie.
Lissa pareció querer insistir, pero se detuvo. Scarlett solo me miró un momento más, luego desvió la vista hacia su comida, dándome espacio.
La conversación se desvió después hacia cosas más normales —profesores, tareas, ropa—, y Scarlett incluso bromeó con Lissa sobre el peinado de la profesora de biología. Todo volvió a sonar como antes, al menos para ellas. Pero yo apenas las escuchaba. Me sentía como una pieza fuera del rompecabezas. Como si mis pensamientos hubieran quedado atrapados entre los árboles del bosque, o junto al río donde los recuerdos de Zoey y los de Draven empezaban a fundirse.
Después de un rato, Scarlett se quitó la chaqueta vaquera que llevaba encima, que parecía molestarle. En el gesto de acomodarse el cabello, su camiseta blanca se deslizó un poco hacia abajo en la espalda, dejando al descubierto algo que me hizo parpadear.
Un tatuaje, justo debajo de la nuca.
Fruncí el ceño y me incliné sin pensar, observándolo mejor.
Era una figura peculiar: una serpiente que se mordía su propia cola, formando un círculo casi perfecto. Le faltaba un pedazo, como si al tatuarlo se hubiesen saltado un espacio.
La línea del tatuaje era fina, elegante, parecía casi... antigua.