"Marcas"
—Ese símbolo tiene muchos nombres —dijo por fin, en voz baja—. Pero todos significan lo mismo.
—¿Qué significa?
—Eternidad —respondió—. Renacimiento. Un ciclo que no termina. Vida que se devora a sí misma para seguir existiendo. Es el Ouroboros. No es algo que uno elija llevar sin razón.
—Scarlett dijo que no sabía que lo tenía —murmuré.
Draven alzó la vista, finalmente encontrando la mía.
—Entonces alguien más lo eligió por ella.
No supe qué responder. La idea me inquietó, pero no podía explicarme por qué. Tal vez era la forma en que lo dijo. O tal vez era el modo en que sus ojos se oscurecieron al mencionarlo.
Draven volvió a caminar, como si con eso diera por terminada la conversación. Tardé unos segundos en seguirlo. Mientras lo alcanzaba, no podía evitar una nueva pregunta que ahora quemaba bajo mi piel:
¿Cuánto sabía Scarlett de sí misma?
Caminamos el resto del trayecto sin hablar. Las palabras parecían no ser necesarias. Algo invisible flotaba entre nosotros.
No podía ignorar cómo se sentía estar cerca de él. A pesar del frío que se colaba por los bordes de mi abrigo, el simple hecho de que sus pasos resonaran junto a los míos bastaba para mantenerme firme. Había algo en su presencia —algo que me anclaba. Era una forma rara de estabilidad. Como si, dentro de todo lo que no entendía, él fuera lo único que sí tenía sentido.
El frío se hacía más punzante a medida que nos acercábamos a mi casa. Las calles ya no estaban tan llenas, aunque aún pasaban algunos autos y uno que otro vecino caminaba apurado con la bufanda hasta la nariz. La luz del día comenzaba a tornarse más dorada, proyectando sombras largas sobre el pavimento agrietado. Un perro ladraba a lo lejos. Todo parecía tan… normal. Tan absurdo.
Pero nada lo era. No desde que Draven apareció en mi vida.
Nos detuvimos frente a la verja oxidada de mi jardín. La pintura blanca se había comenzado a descascarar por los años. Me giré hacia él. Seguía con la capucha puesta, la mirada atenta, aunque el viento frío le movía el borde del abrigo como si intentara descubrirlo.
—Antes… cuando hablábamos del dibujo ¿lo reconociste? —dije, rompiendo el silencio que se había vuelto demasiado—. ¿Dónde lo has visto antes?
Draven alzó la mirada muy despacio. Sus ojos, esa combinación imposible entre el invierno y algo que dolía mirar por demasiado tiempo, se clavaron en los míos.
—Sí —dijo primero—. Lo reconocí. No es un dibujo cualquiera. Lo vi hace mucho en alguien que prefiero no recordar.
Tragué saliva, esperando que dijera más.
—Es un símbolo antiguo. Más antiguo de lo que la mayoría imagina. —Su voz era baja, casi un susurro arrastrado por el viento.
Sentí un escalofrío. Lo dijo sin emoción, pero sus palabras tenían peso. Como si hablara de algo que conociera demasiado bien.
—¿Y por qué lo tendría Scarlett? —pregunté sin pensar. Era la pregunta que me ardía desde hacía horas.
Vi cómo su mandíbula se tensaba, apenas. Un tic casi imperceptible. Se tomó unos segundos. Como si estuviera eligiendo con extremo cuidado lo que sí podía decirme.
—Hay marcas que no se hacen. Hay marcas que nacen con uno, o que simplemente aparecen... cuando ya es demasiado tarde para elegir.
No entendí del todo a qué se refería, pero una inquietud me recorrió de pies a cabeza.
Draven dio un paso atrás. Su voz fue apenas audible la siguiente vez que habló:
—Tienes que tener cuidado con las personas que no saben lo que llevan dentro.
Me quedé quieta. El frío me calaba hasta los huesos, pero no era eso lo que me hacía temblar.
—¿Te refieres a Scarlett?
—No lo sé. —Desvió la mirada hacia la calle desierta—. Solo te digo que no todo lo que parece inofensivo… lo es —hizo una pausa—. Las personas que menos sospechamos, son las que más secretos guardan. Incluso para sí mismas.
Quise preguntar más. Quise decirle que él tampoco parecía inofensivo y, sin embargo, estaba allí. Pero las palabras no salieron.
Y entonces, su mirada volvió a buscar la mía. Por un momento, no había viento, ni calle, ni casas grises a nuestro alrededor. Solo nosotros. Y ese silencio cargado de algo que no entendía, pero que me arrastraba más hondo cada vez..
—¿Crees que Scarlett oculta algo? —solté, bajando la voz casi sin querer.
Él me miró un momento, largo, pensativo.
—No lo sé —respondió—. Pero hay marcas que no se llevan por accidente.
Estar cerca de Draven era como estar en el borde de algo que no podía ver. Y sin embargo, una parte de mí quería quedarse ahí. Suspendida. Atrapada entre el vértigo y el calor que me recorría el cuerpo cuando él estaba cerca.
No dijo nada más. Tampoco yo. Y supe que era momento de entrar.
Sentí el calor subirme al rostro, aunque el viento era gélido. Bajé la vista un instante, luchando por mantenerme en pie dentro de esa tensión que él mismo no parecía notar o le costaba asumir.
—Gracias por acompañarme a casa —murmuré, sin querer mirarlo directamente.
—No fue nada —respondió, con esa voz baja, espesa como niebla.
Había algo distinto en él hoy. Seguía siendo la figura enigmática y oscura que parecía arrastrar sombras donde fuera, pero… estaba más humano. No menos peligroso, pero sí más cercano. Más real.
Me aferré al borde de la verja con los dedos entumecidos, indecisa. Sabía que debía entrar, pero una parte de mí se resistía a dejarlo ir. A perder el calor invisible que su cercanía traía, aunque no tocara nada.
Entonces, antes de pensarlo demasiado, me giré hacia él.
Se sorprendió, aunque no se movió. Solo me observó, con esa intensidad que quemaba más que el viento helado.
Y me apoyé en la punta de los pies.
Le di un beso en la mejilla. Apenas un roce, suave, fugaz… pero suficiente para romper algo. En mí. En él. En todo.
Draven se quedó inmóvil. Como una estatua. Ni siquiera respiró.