"La Noche del Río Negro"
Estábamos a nueve grados cuando salí del instituto. Era el día más frío desde que empezó el invierno. En Willow Creek no nieva, pero la lluvia y el aire helado se encargan de recordarnos su ausencia. A veces pienso que la nieve sería mejor. Al menos es más bonita.
Todos estaban anciosos por la Noche del Río Negro. Y yo, en cambio, sólo pensaba en encontrar a Draven al doblar la esquina de siempre.
El cielo estaba cubierto de gris, como si se negara a caer del todo en la noche. El aire olía a tierra mojada y humo lejano. Mis pasos se hicieron más lentos cuando lo encontré.
Draven.
Apoyado contra el poste torcido, con la capucha puesta, como siempre. Con el rostro inclinado levemente hacia el suelo. Sus hombros, sin embargo, estaban más relajados. Casi... humanos. Aun así, su presencia era como una sombra afilada entre la niebla: imposible de ignorar.
Me acerqué en silencio, sintiendo cómo algo dentro de mí se tensaba.
Desde aquel beso en la mejilla no había dejado de pensar en él. Una tontería, lo sabía. Impulsiva, inexplicable. Pero también inevitable.
Y ahora estaba allí, otra vez.
—Hola —murmuré.
—Hola —respondió él, en voz baja. Había una suavidad inusual en su tono, como si sus palabras estuvieran cubiertas por algo nuevo.
Comenzamos a caminar sin necesidad de pactarlo. Nuestros pasos se alinearon solos, como si ya supieran el camino.
—Volviste —dije, casi sin pensar.
Draven giró ligeramente el rostro hacia mí. Sus ojos, rojizos como el buen vino, no mostraban sorpresa, pero sí una cierta atención.
—Dijiste que siempre me necesitabas —recordó con tono neutral, como si repitiera una frase lejana.
—Y lo sigo creyendo —contesté—. Me cuidas.
Vi cómo su mandíbula se tensó apenas. Una arruga se formó entre sus cejas, de desconcierto tal vez.
—No sé por qué lo hago —dijo, casi para sí—. No sé por qué me importas.
Mis pasos se detuvieron por un segundo. Sentí el corazón golpearme con fuerza, y tuve que contener el impulso de tocarlo, de acercarme más, de abrazarlo allí mismo.
—Tal vez es porque... eres bueno —aventuré.
Él negó con un movimiento leve, como si la palabra le molestara.
—No soy bueno, Avery. No te confundas.
—Tal vez no. Pero lo eres conmigo. Y para mí... eso basta.
No respondió. Solo bajó la mirada, y por un momento, el silencio nos rodeó como la niebla a Willow Creek.
—¿No vendrás esta noche? Es la Noche del Río Negro —dije, metiendo las manos en los bolsillos.
—¿Qué es eso? —preguntó sin mirarme, con el ceño apenas fruncido.
—Una fogata junto al río. Música, rituales, deseos... y ponche. —Intenté sonar entusiasta—. Lo mejor es el Ponche del Olvido: vino tinto, especias, miel negra... y dicen que algo más.
Draven alzó una ceja.
—¿Algo más?
—Cenizas de fogatas antiguas —sonreí—. Aunque probablemente es solo parte de la leyenda.
Él asintió despacio, aunque no parecía interesado. Más bien, pensativo.
—¿Y por qué ese nombre?
—Supongo que por su historia... turbia. —me detuve y vi que él me observaba, como esperando que continuara—. Cuentan que hace décadas un grupo de estudiantes se adentró en el bosque para celebrar el fin de los exámenes. Encendieron una fogata junto al río, pero algo salió mal. El fuego se tiñó de humo negro… y al amanecer, uno de ellos había desaparecido. Desde entonces, cada año repiten el ritual. Algunos dicen que es una forma de desafiar al destino. Otros... que sin saberlo, es una especie de sacrificio.
Draven me miró con un destello extraño en la mirada. Comprensión.
—¿No te parece... inquietante?
—¿Que un pueblo celebre una desaparición todos los años? Sí, bastante. Pero supongo que la gente necesita historias para ocultar la verdad. Como lo que está pasando ahora, con las desapariciones recientes. No entiendo por qué ocurren cosas así en Willow Creek.
—Tal vez sea un pueblo embrujado —murmuró él.
Sus palabras me provocaron un pequeño escalofrío. Pero también una sonrisa. Lo conocía lo suficiente como para notar que estaba más abierto a hablar, aunque su tono seguía siendo grave.
—¿Vas a ir? —pregunté.
Draven desvió la mirada. Observó al otro lado de la calle, donde unos chicos jugaban con una pelota cerca de la parada del autobús.
—¿Ir a un lugar para brindar con ponche frente a un río que se tragó a alguien? —dijo al fin—. Muy tentador.
—Eso fue sarcasmo, ¿no?
—Tal vez lo sea.
Lo observé de reojo. Su voz tenía un matiz distinto. Como si las palabras estuvieran empezando a contener algo... más humano. O tal vez solo quería creerlo.
—Scarlett no vino hoy —dije en voz baja.
Draven giró el rostro. Su expresión cambió de inmediato. Ya no era suave. Se endureció. Los ojos le brillaron con algo más frío que el aire.
—¿Por qué?
—Nadie sabe por qué. Ni Lissa. Y después de lo del tatuaje... bueno, no quiero sonar paranoica, pero es como si hubiese decidido desaparecer.
Él asintió muy despacio, como si las palabras encajaran con las pieza de algo que ya sabía.
—¿Te preocupa? —pregunté.
Draven tardó en responder. Cuando lo hizo, fue con voz baja.
—No. Ese símbolo que ella posee... su significado es inquietante.
—Dijiste que Scarlett no lo eligió —recordé—. ¿Por qué piensas eso?
—Porque ese símbolo no se lleva… se impone. Porque alguien quiere que recuerde. Aunque ella no sepa qué.
Sentí que sus palabras caían en mí como piedras lanzadas al río.
—¿Recordar qué?
Sus ojos se encontraron con los míos, intensos. Por un momento creí que iba a decirlo. Que al fin lo dejaría salir. Pero en lugar de eso, desvió la mirada.
—No lo sé —dijo en voz baja—. Aún no.
Llegamos a la verja de mi casa. Me detuve. Él también.
El recuerdo del beso volvió con fuerza. Lo sentí en mis labios, en la piel, en el aire entre nosotros. No sabía si repetirlo... o si hacerlo rompería algo más.