Hubo un murmullo respetuoso y una inclinación general. Sin embargo, en los rincones de la escalinata se adivinaban miradas cargadas de sentimientos ocultos.
El mayordomo, en cambio, no compartía las suspicacias del resto. Hombre leal y de carácter firme, conocía mejor que nadie a su señor, y comprendía que el Archiduque no habría elegido a una esposa por simple conveniencia. Cuando la Archiduquesa le dirigió una sonrisa sincera y un saludo respetuoso, inclinándose hacia él como si no viera en su cargo algo menor, el hombre sintió que su lealtad se duplicaba.
—Bienvenida a vuestra casa, Alteza —dijo con voz emocionada, quebrando el protocolo con un leve temblor en las palabras—. Será un honor para mí y para mi familia servirle.
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Editado: 16.09.2025