Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda.
El tipo corre como si lo estuvieran entrenando para la unidad raptor. Mi corazón se acelera, y no puedo moverme, el impulso de gritar se hace cada vez más fuerte. Trato de tomar aire, abrir la boca… pero él se lanza a la piscina.
El agua me rodea y siento el sabor del cloro en mi garganta. Soy buena en natación, lo sé, pero esto… esto es distinto. Nado tan rápido como puedo y, al llegar al borde, siento su presencia justo detrás de mí. Pero al darme la vuelta, su voz me hace congelarme.
—Dann.
Me quedo inmóvil. No lo he escuchado en meses, pero esa voz… La voz que no pensé que escucharía de nuevo.
—¿Zackie…? —Su sonrisa brilla, y no dudo en lanzarme de nuevo al agua, directo hacia él.
Nos acercamos al borde de la piscina y salimos con el agua chorreándonos. Me siento de golpe en el suelo, mientras él se acomoda a mi lado, sonriéndome.
—¿Qué haces aquí? —Zareck pertenece a la zona C, pero es un prospecto para ser llamado a la unidad raptor.
—Me van a reclutar —mi enorme sonrisa lo alegra y deja un beso suave en mis labios —. Quería despedirme de ti, no se cuando volvere a verte, pero quiero que estes bien, si me necesitas, busca la forma de hacérmelo saber, voy a estar para ti en todo momento.
Asiento con un nudo en la garganta, no puedo decir nada, si lo intento, voy a romper a llorar como una bebé y no quiero que él me vea así, no si se va a ir definitivamente de mi lado. un hipido por contener el llanto se hace presente en el silencioso lugar, estamos sentados en el borde la enorme piscina y el olor a cloro nos inunda,
Recuerdo cómo fue la primera vez que lo vi, cuando me enviaron a entregar las vacunas de “inmunización avanzada” a la zona C. Kate había insistido en que fuera disfrazada, con ropa sucia y rota, lo cual ya era suficiente para hacerme sentir incómoda. Caminaba a toda prisa, esquivando los montones de basura y mirando de reojo a los desconocidos con el corazón latiendome en la garganta.
Entonces, un chico, rápido como una sombra, me arrolló al pasar. La sorpresa me hizo tambalear y caí al suelo.
—¡Lo siento, lo siento! —susurró, tomándome de la mano para ponerme de pie, antes de empujarme hacia una esquina escondida tras una montaña de escombros. Sentí su mano cálida y su respiración agitada mientras los pasos de otros hombres resonaban cerca, buscando, cazando.
Mi cuerpo temblaba, y él se dio cuenta.
—Tranquila —me susurró—, ya se fueron.
Y fue entonces, mientras me miraba a los ojos, que supe que no era uno de esos tipos. Zareck tenía algo diferente, una bondad y una valentía que jamás había visto.
—¿Estás bien? —me pregunta mientras me ayuda a ponerme de pie, revisándome rápidamente en busca de alguna herida. Sus ojos recorren mi pierna, deteniéndose en la rodilla raspada. —¿Te hice daño?
La rodilla me escuece, pero no es nada grave. Apenas asiento, repitiéndolo para convencerme de que está bien, aunque aún me siento alterada.
—¿Tú… hablas?
Su voz me saca de mis pensamientos, y alzando la vista, noto que me observa con una mezcla de curiosidad y confusión.
—Sí, hablo —le digo, tratando de que mi voz suene segura. Sin embargo, siento que el aire me pesa en el pecho. Necesito su ayuda para llegar al consejo; me puede guiar—. Estoy… perdida. Tengo que llegar al consejo —explico, tratando de sonar natural, aunque siento sus ojos analizarme de nuevo.
Su expresión cambia, sus cejas se fruncen, y su mirada es ahora abiertamente irónica.
—Estás frente al consejo —responde, señalando un edificio al borde de la ruina, sostenido, parece, solo por un milagro.
Bajo la mirada, avergonzada, y paso a su lado sin atreverme a mirarlo directamente. Siento la incomodidad burbujeando dentro de mí; claramente no soy de aquí, y él lo ha notado.
—¿No eres de por aquí, verdad? —Su voz suena menos irónica ahora y más atenta. Mis ojos se abren, y el miedo que había intentado contener se hace visible. Ya tenía miedo de este lugar, y ahora siento que cualquier movimiento podría delatarme. Él parece captar mi nerviosismo y levanta las manos en señal de paz. —Tranquila, no le diré a nadie —me asegura con voz calmada—. ¿Quieres que te acompañe?
No lo conozco, y la lógica me dice que debería decir que no. Pero algo en él, quizá su tono o la sinceridad en su expresión, me hace confiar un poco. Además, si alguien más descubre que soy una extraña, no sé qué podría pasar.
—Te lo agradeceria —asiente con firmeza y toma mi muñeca para acercarme a la gran puerta oxidada, mi manos tiemblan y yo solo quiero apurarme para desaparecer de este lugar.
Un hombre con ropa relativamente decente, algo raro entre toda esta basura, nos observa con una mirada de puro desagrado.
—Fuera de aquí, ratas. Aquí no se permite el ingreso.
Sin decir nada, saco del bolso un pequeño comunicador y lo activo. La luz titila con un destello, enviando una señal que no entiendo del todo, pero parece que él sí. Su expresión cambia de inmediato, de sorpresa a desconfianza, y rápidamente mira a ambos lados, como si temiera que alguien nos viera.
—Pasen —dice finalmente, abriéndonos paso.
Entramos en un lugar oscuro y húmedo. Él nos guía por un pasillo angosto, sus pisadas son firmes y seguras en comparación con mis pasos vacilantes. Después de unos segundos, da un par de golpes en una puerta. Esta se abre de golpe, y del otro lado, una voz femenina y fría retumba en el aire:
—Vuelve a tu puesto, antes de que dejen entrar más ratas.
Miro a la mujer que acaba de hablar. Su voz es despectiva, pero en sus ojos veo una chispa extraña. Me dedica una sonrisa que, aunque dulce, se siente falsa y amenazante.
—¿Eres Daina?
Siento un escalofrío recorrerme. Doy un paso hacia atrás, chocando suavemente contra el chico que me ha acompañado hasta aquí. Sin pensarlo, me saco el bolso y se lo entrego, lanzándole una mirada de advertencia antes de darme la vuelta y echar a correr, sin saber bien hacia dónde.