Inocentes ataduras

Capítulo uno

 

Capítulo unoLa feria

Nirvana.

 

¿Cuál era el siguiente paso a dar cuando el amarre a tu crush resultaba ser un desastre?

Es lo que iba a preguntarme horas más tarde...

Salí de mi casa cuando eran alrededor de las ocho de la noche.

Era sábado y mi madre trabajaba.

Y ese día, como todos los fines de semana, había feria en el pueblo.

Y sabía que él estaría ahí con sus amigos; y con su novia, pensé  mientras sentía una pequeña opresión en el pecho.

Pero eso no importaba, lo que importaba era que lo podría ver fuera del horario escolar.

Solo esperaba que no lloviese. Me había traído una sudadera abrigada, pero no mi piloto de lluvia. Y aún con la sudadera puesta, sentía el frío colarse en mis huesos, haciéndome temblar.

<<Mira lo que hago por ti, Ezra>>, pensé.

Caminé  unas cuantas cuadras largas más, y agradecí que muchos de mis vecinos también se dirigieran a la feria, de lo contrario, tendría que caminar hasta allí sola.

Y estaba dispuesta a hacerlo.

Creo que esa era la peor parte.

Apreté el paso cuando, a los lejos, divisé la entrada de la feria.

Se la veía por completo llena de vida, de luces, de colores, de golosinas y de personas divirtiéndose. 

Al cruzar la entrada, luego de pagar mi boleto, observé con cierto recelo a mi alrededor.

No me simpatizaba en absoluto estar en lugares así de concurridos.

No tenía ningún amigo, ni familiares cerca, ni novio... Ni nada.

Solo un chico del cual estaba enamorada desde que tenía uso de razón, y que ni tan siquiera me registraba.

Noté cómo un grupo de niñas que aparentaban tener mi edad me echaban miraditas y cuchicheaban entre ellas.

Decidí ignorarlas y me dispuse a buscar a Ezra por toda la feria. Tal vez esa vez sería diferente. Tal vez esa vez sí se fijaría en mí.

Recorrí los distintos puestos de juegos, otros donde vendían joyas y otros tantos de comida. En este último me detuve a comprar un hot dog para después seguir mi camino.

Estaba relamiendo el aderezo que había quedado en mis dedos cuando una tienda en especial llamó mi atención.

<Claire: La vidente>.

Tan solo esa frase, escrita en un maltrecho cartel, había logrado convencerme.

Ella podía decirme si algún día Ezra me amaría.

Entré con el corazón casi saliéndose de mi pecho.

—¡Hola! —Fui directo a la mesa que estaba ubicada en el centro de la tienda, a la que estaba sentada una señora muy extraña que encajaba perfecto con el estereotipo de bruja, y dejé todo el dinero que encontré en mi cartera, encima de esta—. ¡Quiero que me diga si algún día él se fijará en mí!

La señora me miró primero a mí, luego al dinero, luego de nuevo a mí, y otra vez al dinero.

Una sonrisa de complicidad se formó en su rostro y tomó todo lo que había dejado sobre la mesa sin titubear.

—Toma asiento, querida —dijo, con un nivel de amabilidad que nunca antes nadie había utilizado conmigo.

Al parecer, era suficiente dinero como para contentarla.

—Señora, necesito que me diga si él-

—Lo sé, lo sé. —Hizo un ademán con la mano para que cerrara la boca y sacó de detrás de la mesa una bola de cristal cubierta por un fino tul transparente—. Dime el nombre del chico —urgió, mientras quitaba la tela y posicionaba sus manos sobre la bola.

—Ezra, Ezra Brown —dije, con los nervios carcomiéndome.

Mientras ella me pedía que hiciera silencio y se disponía a cerrar los ojos para concentrarse en ver lo que sea que tuviese que ver, yo recorrí la tienda con curiosidad.

El aspecto del lugar era realmente escalofriante, pero del apuro con el que había ingresado a la tienda no preste atención a nada.

El rojo era lo que predominaba. La llama de las velas bailaban de aquí a allá, iluminando la instancia, creando un juego de luces y sombras que chocaban contra los artículos y objetos de todo tipo que habían regados por toda la pequeña instancia.

Desde calaveras de distintos tamaños y colores, hasta libros viejísimos que juntaban polvo sobre los estantes a un lado de donde nos encontrábamos. 

Al mismo tiempo, el suelo también estaba lleno de objetos que no llegaba a identificar. Incluso tropecé con algunos de ellos al entrar precipitadamente al sitio.

¿Eso de allí era una araña?

—Lo tengo —soltó, de repente, y me volví rápidamente hacia ella.

La miré expectante, con los ojos inundados de ilusión.

Ella me miró con pena. Y negó.

—Lo siento, linda, no será posible —dijo, apenada.

—¿C-cómo? ¿Qué rayos significa eso? —Comencé a clavarme las uñas en las palmas de mis manos.

—Él no se enamorará de ti, al menos no en un futuro cercano. —Sé que agregó lo último solo por cortesía, porque veía el dolor en mi rostro.

—P-pero... —Miré mis manos apoyadas en mi regazo. Estas dolían por la fuerza que mis uñas aplicaban en ellas.

—Hay una alternativa —agregó la anciana.

—¡¿Cuál?! ¡Debe decirla de inmediato! —exclamé con una sonrisa inmensa en mi rostro.

Ella apretó los labios en una fina linea.

—¿Qué edad tienes, cielo? 

—Dieciséis —contesté, aun sonriente.

Ella asintió y desvió su atención de mí para colocarla sobre un libro que lucía algo viejo y pesado, el mismo que hace unos momentos era inspeccionado por una tarántula.

Eso no me dio muy buena espina. Pero estaba dispuesta a lo que sea para que Ezra se fijara en mí. La sola idea me ponía eufórica.

Tomó con sumo cuidado el libro y lo dejó caer sobre la mesa del centro. Tosí, debido al polvo que voló por el aire.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.