Inocentes ataduras

Capítulo dos

Capítulo dos: El ritual

Nirvana

 

Las hebras de su cabello se sentían suaves al contacto con la yema de mis dedos.

Sus ojos cafés me miraban como siempre deseé que me mirasen.

Acercó su rostro al mío muy lentamente y me besó con delicadeza en los labios. 

Sentía que podía desvanecerme en cualquier momento, solo por estar entre sus brazos.

—Ezra... Ezra, bésame así, sí, justo así. Acércate más, Ezra. —Sonreí como tonta, sintiendo sus cálidos besos arrancarme de la bruma de mi sueño.

Solo que cuando abrí los ojos no era necesariamente Ezra quien estaba dándome cálidos besos. 

Sino Poppy. 

Mi perra.

—¡POPPY! —chillé, incorporándome en la cama.

Ella me ladró en respuesta.

—Volviste a ilusionarme de nuevo, eres malvada. —La señalé con mi dedo acusador y ella solo lo mordisqueó.

—Nirvana, ¿ya has despertado? Ven, necesito hablar contigo. —Oí a mi madre en el pasillo.

¡Demonios!

Salté de la cama de inmediato y tomé mi mochila junto con mi cámara fotográfica. La oía advertirme de que no lo volviera a hacer, mientras hacía que Poppy atravesase la ventana, para luego seguirla detrás.

Escuché que mi madre gritaba mi nombre mientras corría deprisa en dirección al bosque, con Poppy siguiéndome el paso.

Me detuve abruptamente cuando ya estaba internada en medio del bosque, y recuperaba el aliento mientras mis manos descansaban en mis rodillas.

Poppy no dejaba de ladrar, contenta, a la vez que lamía mi rostro. 

Sabía que amaba venir a estas caminatas por el bosque al igual que yo.

Me enderecé y dejé caer la mochila al suelo. Saqué la cámara y me colgué la tira al cuello mientras me echaba al hombro la mochila otra vez.

Poppy seguía mis pasos en silencio mientras avanzábamos por el bosque. Los pájaros se oían por todos lados, cantando esas melodías que solo ellos podían lograr. El aire puro llenaba mis pulmones cuando cerraba los ojos para sentir aún más la naturaleza. 

Esta era perfecta.

Las ramitas y alguna que otra hoja seca crujían bajo mis pies.

Acomodé el lente de la cámara y llevé el visor de esta a mi ojo izquierdo, cuando a lo lejos divisé a un pequeño pájaro en su nido, alimentando a sus crías.

Le pedí a Poppy que se sentara, con tal de que no espante a la mamá pájaro.

Ajusté el diafragma de la lente para que quedara la cantidad de exposición justa que necesitaba para tomar la foto en un día tan soleado como este.

Luego acerqué la toma para que se viera todo más cerca y disparé.

Fue una toma perfecta.

No digo que sea una buena fotógrafa —aunque espero algún día serlo—, pero la misma belleza de los animales hace que la foto salga perfecta. Al menos a mis ojos.

Caminamos un rato más hasta llegar al campo de lirios, donde se extendía una pradera de preciosos lirios silvestres de color blanco y amarillo.

Era la flor favorita de mi padre, y es la mía también.

Regresamos cuando la hora en mi teléfono ya marcaba el inicio del horario escolar.

Volvimos corriendo nuevamente, solo para hacer un poco de ejercicio y cuando abrí la puerta de casa vi la nota en el refrigerador que había dejado mi madre.

<< Por si ya no lo dedujiste, estás castigada. Mañana me darás el teléfono por dos semanas.

No regresaré para la cena, tengo doble turno.

La comida está en el congelador, lista para meter al microondas.

No te saltes las comidas, Nirvana.

Un beso, 

mamá >>.

Ni ti siltis lis cimidis, Nirvini. —Arranqué la nota y la lancé al cesto de la basura luego de hacerla un bollo—. Siempre tiene doble turno. —Le dije a Poppy, resoplando. 

Ella ladró en respuesta.

—Sí, tu comida, ya lo sé. —Arrugué la nariz, fingiendo un gesto de fastidio para luego sonreírle.

Luego de dejarle un tazón lleno de croquetas para perros me fui a vestir para el instituto.

Al fin lo vería.

Y mañana ya compraría los materiales para el hechizo.

No había dejado de pensar en eso en toda la mañana.

¿Funcionaría? ¿Cuál sería la reacción de Bruna, su novia? ¿Y la de sus amigos?

¿Y LA DEL INSTITUTO COMPLETO?

Vi mi expresión horrorizada en el espejo del armario y traté de calmarme.

De nada serviría preocuparme de más. 

Debía ser positiva.

Terminé de atarme mis converse viejas y salí con una tostada en la mano hacia la parada del autobús. Mamá me mataría si supiera que no desayuné.

Mi colegio quedaba a veinte minutos en autobús. Quedaba relativamente cerca, por suerte.

Siempre intentaba llegar temprano para no perderme de ver a Ezra en el aparcamiento del instituto. Con su Chevrolet Camaro de un celeste gastado que le habían regalado hace casi un año sus padres. Siempre llegaba en el junto a su novia y su grupo de amigos; que era compuesto por Emily, Josh y Travis. Ellos tres eran uno de los tantos bullyis idiotas que apestaban el colegio. Luego estaba él, y claro, Bruna, su novia.

Ella era muy bonita, tanto que me hacía sentir insegura de mí misma.

Pero supongo que era un tipo de karma por estar perdidamente enamorada de su novio desde hace años.

Era de tez trigueña y cabello castaño oscuro. Medía lo mismo que Ezra y siempre llevaba oufits muy originales al instituto. Claramente, no había forma existente en el planeta tierra para que Ezra eligiera estar con alguien como yo teniendo a Bruna.

Pero es por eso que iba a hacer el hechizo. Iba a ser solo un empujoncito para que él me notase por primera vez.

Bajé del autobús casi que corriendo. 

Bien, lo admito, yo era una persona muy acelerada, y muy revoltosa, según mi madre.




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