Inocentes ataduras

Capítulo tres

Capítulo tres: 3 a. m., la hora del coco

Nirvana

 

Ese día me levanté eufórica.

Incluso soporté los discursos de mi madre y el regaño por escaparme el viernes por la mañana. 

Estábamos almorzando un lunes a las 11.30 a.m. Era su día libre y cocinó algo rápido para que comiésemos antes de que tenga que correr al colegio.

Ni bien acabamos de comer me levanté sin permiso de la mesa y mi madre me soltó un regaño, como siempre.

—¿Por qué estás tan acelerada el día de hoy? —preguntó, mientras recogía la mesa.

—Hoy es un día especial, mamá. —Claramente obvié la parte de que el sábado había hecho un ritual mágico al chico que me gustaba.

Me dolía la cara de tanto sonreír. Mi madre me miraba como si fuera un bicho raro.

Fui a mi habitación y volví correteando.

—Dime mamá, ¿cuál me sienta mejor? —Apoyé sobre mi pecho un vestido rosa viejo y otro verde oliva.

—Sabes que el rosado no combina con las pelirrojas —dijo, y por lo tanto señaló el vestido verde.

—Eso es solo un prejuicio social. —Enarqué una ceja—. Bien, entonces me pondré el rosa. —Le sonreí dulcemente y ella rodó los ojos.

—Haz lo que quieras, de todas formas siempre lo haces. —Hizo un ademan desdeñoso con la mano y luego se encendió un cigarrillo.

Yo odiaba el olor de esa cosa, así que me volví a la habitación, a seguir preparando mi atuendo para hoy.

El día especial.

El día donde Ezra por fin me notaría, luego de años de permanecer en la sombra, él por fin me notaría.

Se enamoraría de mí y me aceptaría hasta con mi manía de estar corriendo de aquí para allá todo el día.

Me detuve frente al espejo de mi habitación y contemplé con una sonrisa mi reflejo. 

Pelirroja, delgada, y de estatura por debajo del promedio. 

¿No era tan fea como para que ni siquiera el hechizo funcionara, verdad?

Me esmeré en maquillarme y peinarme ese día.

Corrí a la parada de autobús cuando se me hizo tarde. Aun oía los ladridos de Poppy de segundos atrás cuando subí al autobús.

Al final había optado por el vestido rosa y unas botas texanas claras. Unos cuantos collares colgaban de mi cuello y mi bolsa de tela suplantaba a lo que normalmente debería ser una mochila.

Me puse los cascos para oír algo de música, ya que los nervios junto con las expectativas no me dejaban pensar con claridad.

Al fin estaba pasando...

Llegué, como todos los días, unos 15 minutos antes que Ezra y su grupo. 

E hice lo propio: ponerme a fingir que leía un libro en mi lugar estratégico. 

Hoy había sido particularmente difícil la estrategia, ya que un oloroso perro había defecado justo donde debía acomodar mi manta estratégicamente, por lo que me vi obligada a quedarme de pie leyendo.

Por supuesto que la nueva estrategia de estar leyendo de pie también debía tener una pose estratégica.

Y con una pose estratégica me refería a una pose favorecedora. Está bien, lo admito, nada en mi cuerpo era favorecedor. Pero iba a hacer un esfuerzo.

Esto era importante.

Este día lo era.

Divisé el Camaro celeste de Ezra a lo lejos y sentí que me temblaban las piernas.

Las piernas, el corazón y la vida...

Él producía eso en mí.

Le vi bajar del auto, me acomodé el cabello, a la expectativa...

Hasta que vi que segundos después bajó Bruna de este.

Bien, que no cunda el pánico, aun había esperanza.

Terminaron por bajar sus amigos y se posicionaron en el mismo sitio de siempre...

Todo parecía normal, nada había cambiado.

Ezra no venía corriendo hacia mí enamorado mientras Bruna le perseguía llorando, y después de eso yo me disculpaba por ser tan irresistible...

No.

Nada de eso estaba ocurriendo.

Cambié mi posición estratégica en una donde pudiera repiquetear un pie sobre el césped con impaciencia.

¿Qué demonios estaba ocurriendo?

Bien, me dije que debía calmarme, tal vez el efecto era tardío.

Tal vez él necesitaba verme para activar el hechizo... Tal vez..., tal vez necesitaba una interacción directa conmigo para activarse.

Sí.

¡Eso era!

Era la primera vez en diez años que iba a animarme a siquiera sostenerle la mirada.

Lo único que me daba el valor para arrastrar mis pies hasta su presencia y respirar su mismo aire era el hechizo.

El maldito hechizo que esperaba, funcionase.

Me sentía descompuesta de los nervios. La cabeza me daba vueltas, el estomago lo tenia cerrado y el corazón me golpeaba contra la caja torácica.

Uno, dos, tres, cuatro...

Iba dando pasos en su dirección mientras sentía el mundo transcurrir con mas lentitud.

El me daba la espalda al momento en que llegue hasta allí.

Era todavía mas hermoso que en mis sueños.

Su cabello era de un castaño oscuro que se volvía claro cuando los rayos de sol golpeaban contra el.

Su aroma, su aroma era mejor de lo que hubiera imaginado.

Una fragancia dulce que amenazaba con hacerme desfallecer.

Hasta parecía que el me había hecho a mi un hechizo de amor y no al revés.

—Hola maldita, ¿viniste a pegarnos la peste negra? —canturreo uno de su grupo, —Josh, para ser mas exactos—, cuando notó mi presencia.

Ese era el habitual chiste con el que me saludaban cuando me los cruzaba en algún pasillo del instituto.

—¿Qué? —le escuché preguntar al chico de mis sueños.

Sí había oído su voz antes, pero nunca la había apreciado tan de cerca.

Sentía que me faltaba el aire.

—Que aquí esta la pelirroja maldita —agregó en tono de burla Emily.

—¿Quién? —Ezra se apartó un momento del lado de Bruna y volteó en mi dirección.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.