Inocentes ataduras

Capítulo cuatro (2da parte)

Capítulo cuatro: El mensajero de Dánae

 

Nirvana


Su casa por dentro era la típica casa de familia de clase media-alta. 

Era clásica. Tanto, que de cada rincón de ella emanaba el sentimiento de hogar. 

Era una casa cálida, de colores terrosos claros y blanco. La mayoría de los acabados estaban hechos en madera y el ambiente olía a galletas de coco y vainilla.

—Nirvana, ¿vienes? —Dejé de inspeccionar su casa como una completa lunática y le seguí escaleras arriba, donde supongo, estaba su alcoba.

Por Dios, ¡iba a entrar a su alcoba!

No solo iba a entrar por primera a la alcoba de un chico, sino a la alcoba de el chico.

Ese chico.

Con el que soñé por tantos años.

Se me disparó el pulso a medida que avanzábamos por el pasillo repleto de cuadros familiares. Cuando llegamos a la entrada de su habitación y abrió la puerta para dejarme pasar me congelé por completo y la cara se me puso como un tomate.

—¿Estás bien? Estás roja —preguntó, con aire despreocupado.

Bueno, todo lo despreocupado que se puede estar cuando una chica random de tu instituto aparece en tu casa a las siete de la mañana, para decirte que debe hablar de algo importante contigo.

Ya sabes, lo normal de todos los días.

—S-sí —titubeé—. ¡Sí! —Ezra a mi lado se sobresaltó por mi arranque de euforia repentino—. ¡Nunca antes estuve mejor! —Lo miré sonriente, tratando de parecer una persona normal.

Todo lo normal que yo pudiera parecer, claramente.

Él solo me devolvió una sonrisa incómoda y me pidió que pasara.

Asentí con un movimiento de cabeza mucho más rápido de lo socialmente aceptable, y entré. 

Sí, sin duda alguna yo era de esas personas con pocas o nulas habilidades sociales, pero en esta ocasión, los nervios me hacían actuar aún peor que de costumbre.

A ojos de Ezra, ya me podía hacer una idea de cómo me veía en este momento. 

Algo equivalente a una cabra loca. 

¿Alguna vez vieron una cabra loca? 

Yo sí, un verano en casa de tía Nola.

Recuerdo oírla decir que esa cabra siempre le recordaba a mí. Porque andaba saltando de aquí para allá todo el día, y siempre parecía estar teniendo un ataque maníaco.

Había abierto la boca, ofendida, cuando mi madre había asentido, dándole la razón.

—¿Quieres algo de beber? ¿Un refresco? —ofreció, una vez entramos a su habitación.

Asentí solamente para hacer tiempo y ordenar las ideas en mi cabeza.

¿Cómo le dices al amor de tu vida que por error entregaste su alma a un demonio?

Cuando se fue a buscar el refresco comencé a hiperventilar nuevamente.

—Bien, Nirvana, debes respirar, cálmate. —Tomé asiento en la alfombra afelpada del suelo y me dispuse a hacer los ejercicios de relajación que recordaba de la época en la que asistía a terapia.

Estaba haciéndolos, cuando de repente, algo llamó mi atención. 

Había pasado desapercibida para mí la pequeña lagartija dentro de un terrario, a tan solo unos pasos de la cama, junto a la ventana por donde entraba el sol.

Me levanté y fui hasta ella, fascinada. Era muy bonita, a pesar de que sus ojos fueran saltones y extraños.

—Ah, veo que ya conociste a Teddy. —Di un respingo en mi lugar cuando la voz de Ezra me sorprendió—. Estaba por alimentarla cuando llamaste.

Me tendió el refresco y me pidió que tome asiento en el sillón que había en una de las esquinas de su habitación. 

Mientras sacaba a Teddy de su terrario para alimentarla, yo me detuve, por primera vez, a detallar su habitación. 

En esta había pósters de distintos autos antiguos colgando de la pared, una biblioteca con pocos libros y muchas figuras de acción.

Autos de colección en miniatura, y también cuadros con fotografías de Ezra de pequeño junto a sus amigos.

Luego otro, con una foto más reciente de Bruna y él.

Las paredes eran de un tono azul claro que hacían juego con las mantas y cortinas de un azul más fuerte.

—Y bien, ahora que estás más tranquila, ¿de qué querías hablar? —Salí de mi ensimismamiento cuando Ezra me habló nuevamente.

Estaba dejando a Teddy sobre un pequeño mueble, donde dejó algunos insectos para que ella degustara. 

La tenue luz que se colaba por la ventana de su habitación le acariciaba ese rostro perfecto que tenía, y yo no podía apartar la mirada. 

Su cabello medianamente largo y con suaves ondas color chocolate enmarcaban un rostro en forma de diamante, con unos labios llenos y sonrosados.

Sus ojos eran alargados y tiernos. El color de estos al sol eran como el de la miel pura. Su nariz era respingada, pero fuerte, al igual que sus cejas pobladas.

¿Alguien podría culparme por querer que se fijara en mí?

—¿Nirvana?

—¿Eh? —balbuceé, sin apartar la mirada de él —. ¡Oh, sí! 

Él solo se limitó a sonreír con notable paciencia. Otra persona ya se hubiera salido de sus cabales.

—Emm, bueno, yo, eh, yo quería hablarte de... Estem... —Las palabras salían torpes y sin dirección de mis labios y yo no sabia qué hacer—. Como era esto..., Dios, ¡soy tan tonta!

Los nervios estaban haciendo estragos en mi sistema.

—Hey, tranquila, no hay apuro. —Se acercó y acuclilló frente a mí—. Lo que sea que tengas que decir, no puede ser tan grave, ¿cierto? 

Le sonreí, a pesar de que por dentro quería echarme a llorar.

Siempre arruinaba todo lo bueno en mi vida. 

—Mira esto —dije, y él me dejó espacio para buscar mi bolsa de tela y tomar el libro de hechizos.

En el proceso se cayeron al suelo algunos chocolates que traía en mi bolsa y Ezra hizo el favor de levantarlos.




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