Inquebrantables. Antología de Historias Inclusivas

Un verano para Martina

Martina desfiló como cada tarde en dirección al gran patio. Muchos de los niños y de sus amigos ya se encontraban allí, disfrutando de los tibios rayos del sol.


 

Lo supo al identificar las risas y cuchicheos amenos. Además que muy pronto las familiares voces se dejaron escuchar.


 

—¡Martina estamos aquí! Al costado del álamo.


 

Martina, con sumo cuidado, aferró su mano al barandal de fierro, mientras su otra mano aferraba con firmeza el bastón y la correa de Bobby, su perro guía.

Paso a paso recorrió con presteza el trecho que la separaba del grupo. Una oleada del perfume de Alicia le dio la bienvenida, así como las alegres voces de Julián y Alberto.


 

—Nunca nos dejas ir a encontrarte—se quejó Julián, aferrando los pasamanos de la silla de ruedas de Alicia.


 

—No seas porfiado, Martina ya nos ha dicho que le gusta movilizarse sola, además es parte de su estilo de vida—justificó Alicia en defensa de su amiga, con complicidad.


 

Todas las tardes hace años, en el Centro de apoyo para personas especiales,  tanto Martina como sus amigos, se atendían con un grupo de especialistas espectaculares que les ayudaban y brindaban guía para acceder a una mejor calidad de vida. En ese lugar no se hablaba de discapacidad sino de capacidades diversas, pues todos los niños y jóvenes que asistían regularmente habían logrado comprender que así como habían nacido eran especiales y debían desenvolverse con la mayor normalidad posible.


 

Transcurrida la tarde, la directora del centro les reunió a todos para dar una noticia.


 

—Queridos, tengo una maravillosa noticia que entregarles. Uno de nuestros sostenedores de la fundación ha querido mimarlos y consentirlos a todos ustedes, por lo que... ¡Nos iremos de viaje por una semana a la Costa!


 

El ambiente fue lleno de un silencio total, y se pudo percibir como todos contuvieron el aliento automáticamente durante una fracción de segundo.


 

Luego de que menguó el impacto inicial, carcajadas de alegría y exclamaciones de asombro llenaron todo el recinto. Por su parte, Martina sintió la emoción instalarse tangiblemente en su ser y su corazón martillando enérgicamente en el pecho. Ella nunca se había acercado a la playa y aunque no podría verla, podría sentirla por primera vez y eso era un hecho que la llenaba de dicha. Sus padres trabajaban a tiempo completo todo el año de corrido por darle una buena calidad de vida y destinaban todo el dinero que recibían a sus cuidados, para poder costear todo lo necesario para ella, por lo que comprendía que se les había hecho imposible poder hacer un viaje como aquel.


 

Su padre, Rubén, la fue a buscar aquella tarde, y ella con la emoción latente no podía más de la dicha, por lo que sobre la misma le comentó la novedad, enfatizando que necesitaba con suma urgencia de su permiso y autorización durante la semana, pues el viernes cuando comenzara el viaje, ella deseaba ser de las primeras en subir al bus.


 


 


 


 


 

Los días transcurrieron con una velocidad abismante y finalmente llegó el día viernes. Martina sostenía entre sus manos ansiosas la correa de Bobby, intentando que no se le escapara de las manos. Durante el viaje todos cantaron, rieron y jugaron, absolutamente felices.


 

Llegaron a Valparaíso y bajaron con una gran sonrisa. Martina descendió guiada por Bobby y lo primero que sintió fue una brisa fresca y ligera. Alberto flanqueó de inmediato su costado derecho mientras que Julián movilizaba a Alicia, sonrientes y con la emoción revelándose en el brillo de sus miradas.


 

Pese a la emoción que sin duda sentiría, Bobby se mantuvo pasivo al costado de su ama, guiándola con sigilo por el sendero que les rodeaba.


 

Tras almorzar, se prepararon para ir a la playa y la veintena de personas partieron alegres.


 

Gracias a que el borde costero estaba habilitado con diversas rampas para personas con algún tipo de movilidad reducida, pudieron deslizar la silla de ruedas de Alicia sin ninguna complicación.  Julián, su auto designado protector personal, se acercó raudo y veloz a rentar un equipo especial que permite a las personas con movilidad reducida poder desplazarse por la arena e incluso ingresar a la orilla del mar.


 

Por su parte, Martina sintió la brisa mecer su cabello y un olor a agua salada inundó sus fosas nasales. Percibía el olor agradable de dulces que seguramente algún comerciante vendía en los alrededores cercanos y podía sentir como sus pies calzados por zapatillas eran amortiguados en la suave superficie de arena. Con la ayuda de Bobby y su bastón, caminó acompañada del grupo hasta una buena ubicación, en donde se dejaron caer sobre sendas toallas.


 

Con dedos ágiles debido a la costumbre, la chica se quitó las zapatillas y deslizó los calcetines hasta sacarlos de sus pies, sin poder evitar emitir un profundo suspiro en el momento exacto en que la planta de sus pies hizo contacto con la cálida arena. Acariciando la cabeza de Bobby que descansaba a su costado, enterró ligeramente los pies en la arena disfrutando de esta sensación única, nunca antes experimentada para ella. A ese nivel tan a ras de piso, el olor de arena profundizaba su intensidad, obsequiándole un aroma que se le antojó como muy rico.


 

Pronto, las ansias por sentir el agua del mar rozando sus pies pudo más que ella y motivando a sus amigos, se acercaron emocionados y expectantes, llevando con ellos y por medio por supuesto de Julián, el carrito con Alicia quien sonriente, no podía ocultar su emoción de ingresar al mar gracias a ese ingenioso mecanismo.



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En el texto hay: superación fortaleza inclusión

Editado: 29.01.2020

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