Érase una vez una niña, una niña que le cantaba al mar.
Ella cada amanecer se sentaba en un acantilado, en la playa, contemplando el rítmico vaivén de las olas, admirando el suave manto espumoso que decoraba sus crestas, inhalando suavemente el aire salado de su libertad.
Horas y horas podría quedarse esa niña escuchando los suaves susurros que parecías contarle maravillosos secretos sobre las más místicas criaturas, ella le cantaba a cambio, canciones tan hermosas que le harían llorar al más inaensible corazón de piedra...
Otras veces la pequeña criatura sollozaba, ni siquiera ella misma sabía el porqué, le contaba al infinito azul todos sus pesares y él siempre la acompañaba como un buen amigo...
—Niña, ¿qué haces ahí sentada?—dijo una señora un día, extrañada.
—Escucho al mar, señora. Me recitaba una poesía, de esas que saben como al dulce rocío del pétalo un clavel—Contestó la chiquilla sin siquiera girarse.
—¿Dónde están tus padres, pequeña?¿Por qué no estás con ellos?
—Sí estoy son ellos, los acompaño cada día... ellos se fueron al mar hace años, en un navío. El navío nunca volvió, pero si escucho con atención mi madre aún se preocupa por saber si voy lo suficientemente abrigada y me canta nanas al anochecer, y mi padre me cuenta las historias que aprende de los marineros, de las ballenas y de los corales, yo les canto canciones para que sepan que no los abandono...—
La mujer no respondió, simplemente se quedó mirando al vacío,pensando...
—¿Te gustaría volver con ellos?—habló por fin.
La niña simplemente asintió en silencio, todavía contemplando el horizonte
La señora, sin nada más que decir, dió media vuelta y se marchó, dejando a aquella alma entristecida volver tranquila a sus reflexiones.
Apenas unos días más tarde, la pequeña comenzó a percibir aquellas voces en una melodía más fuertes de lo común...
"Ven aquí , ven con nosotros. Ven aquí, vuelve a casa"
Una y otra vez, día tras día, noche tras noche, se repetía lo mismo, hasta que, un día, la niña por fin se decidió: se puso de pie, y justo un momento antes de dejarse caer por aquel despeñadero en el que tantas emociones inefables había sentido, susurró algo de lo que sólo fue testigo una solitaria lágrima, producto de amargas, dulces y cálidas palabras...
Ahora su alma canta con las olas, una voz que persuade a aquellos marineros que vagan con rumbo al Destino, una voz de las que llaman sirenas.