–¿Cancelaste tus clases para estar aquí?
Clavó su insistente mirada en mí. Me turbo por un momento, era como si trasladara a un espacio tiempo que me es desconocido y cuando reiteró su pregunta remató por completo mi moral; lo imaginaba, mi mente dibujaba su desnudez y por alguna extraña razón me produjo envidia. A mí, yo que nunca sentí tal sentimiento a alguien, o al menos que yo recuerde.
–¡Le estoy hablando! –golpeó la mesa con un lapicero.
–¡¿Qué?! ¡Yo...! ¡Sí!
Se acercó a mí y su aroma embriagador llenó mi interior haciendo que éste rebosara de ansias, no sabía con exactitud de qué tipo de deseo; pero hay algo que es seguro, me hubiera gustado no trabajar para este tipo.
–Tus clases también son importantes y si tienes algún inconveniente con el horario no dudes en avisarme. –por amor a Dios, es tan amable, atento y... –no me gusta atrasar mis cosas, si no sabes organizarte bien te suplico que hagas el favor de retirarte. –abusivo, no, no es bueno. A eso se le llama crueldad.
Al terminar de charlar con él, fui rápido al departamento de recursos humanos y el señor de apestoso olor estaba allí charlando o mejor dicho incordiando a la señorita secretaria.
–Vaya, vaya... aquí hiede a joto. –se acercó a mí y se aferró a mi hombro. –¿Ven a este? Pues saben, así como lo miran este muchachito es el nuevo auxiliar de la señora Rosell. ¡Es un secretario! ¡Óiganlo! ¡SE-CRE-TA-RIO! –a palabras necias, oídos sordos. Considero que los míos están tapados.
–¡Pero que fantástico! –salió la señorita secretaria de su puesto de trabajo para mirarme mejor. –¿Te enseñaron taquigrafía?
–No, dijeron que no era necesario.
–¡Chócalas! –levantó su mano y ambos sonreímos. –Mi nombre es Sayuri Segales, soy la secretaria de recursos humanos. Bienvenido.
–Muchas gracias, oye, es que... –me rasqué la nuca, algo nervioso por el señor de olor pestilente. –am... me dijeron que debía pedir una copia del manual de funciones y el reglamento interno.
–¡Ay! Claro y justo tengo unas copias aquí mismo.
–Usted tan atenta como siempre señorita Segales, no sabe el gusto que me daría que fuera así conmigo. –el maldito sonrió como todo un pervertido y tocaba su mano mientras ella desviaba la mirada.
–¿Quieres que te dé un recorrido por el lugar?
–Claro. –me entregó las copias y tomó mi brazo. Escapamos lo más rápido que pudimos.
–¿Quién es ese señor?
–Ese señor es del área de auditoría, siempre molesta a las secretarias incluso a sus mismas colegas, obvio, si son jóvenes. Su nombre es Adam Cook. Y... ¿Cuál es el tuyo?
–¡Oh! Mi nombre es Luciel.
–Lo siento por lo de antes, pero ese señor de veras que me produce escalofríos. –suspiró, se arregló el cabello y me ofreció una brillante sonrisa. –¿Por qué viniste a trabajar a una editorial?
–La verdad es que no encontraba ningún trabajo que solicitara un secretario y la mayoría me rechazaba y necesito por lo menos tres meses de pasantías para conseguir mi titulación. No había otra opción más que ésta. –se le conté algo inseguro. –¿Cómo es en tu caso?
–Es casi lo mismo, sabes cómo está todo y bueno por suerte me contrataron aquí, con dos bocas que mantener... no puedes elegir.
–Eso sí. –¿Dos bocas que mantener? Por ahora no le quiero preguntar a lo que se refiere. No quiero ser metiche.
–¿Estas a cargo de la señora Rosell?
–Sí, ¿Por qué? –estoy rogando para que no me digan que es una desalmada.
–Ella es la mano derecha del señor Edward, es la secretaría con mayor experiencia aquí, por lo que oí hace trabajar demasiado a sus pasantes y las hace aprender muy bien su oficio. Algunas de las chicas que estaban aquí vienen a traerle un obsequio por el día de la secretaria.
–Eso quiere decir que es muy buena.
–No te hagas, ella es cruel, para que las chicas aprendieran mecanografía les hacía redactar sus cartas en máquina de escribir y algunos documentos más. Las maneja bajo presión y les enseñaba a correr en tacones en las calles; una vez una de ellas por poco se rompe el tobillo por todos los mandados que hizo a la oficina de correos. Bueno tienes suerte, ahora eso no se usa, aunque ella lo sigue empleando.
–¡Qué! ¡Lo sigue empleando! –ella asintió. –Pero... ¡¿Por qué?!
–Supongo que es para mantener a las muchachas despiertas y alertas.
–Bueno ¿Y quién es el señor Edward? –su boca se abría más y más, ¡¿Qué me quería decir con esa expresión?!
–Es el dios de este lugar. –suspiró tan fuerte que creo la oyeron hasta el siguiente edificio.
–¿Dios de este lugar?
–El hombre que te entrevistó ese es él.
–¡¿Es el jefe?!
–Otra recomendación, estate atento y no repitas las respuestas que te dan o las ordenes, aquí la memoria es importante sino la señora Rosell te hará llorar.
–Ok, hago nota mental de ello. –nos detuvimos a esperar al elevador.
–Verlo es todo un deleite para los ojos, es como la ambrosía. Las chicas te le pueden confirmar, él es un sueño de caballero encima de que es amable y atento con sus empleados. No es frívolo y mira que debería de serlo, a su edad pudo lograr grandes cosas. Es dueño de la editorial estrella del país, todas las obras que pasan por sus manos automáticamente se vuelven oro. Los autores a los que él elige siempre son galardonados con premios nacionales e internacionales. Estudió en el extranjero y fue el mejor de su generación.
–Y cuántos años tiene.
–¡26 años! –lo dijo tan fuerte que casi todos podían haberla escuchado muchos, gracias al cielo sólo éramos nosotros los que subimos al elevador. –Edward McCarthy es el paquete completo que toda mujer necesita, –volvió a suspirar. –para lastima de todas él mantiene romances con su trabajo, lo último es una terrible realidad, jamás hace caso a ninguna mujer.
–No es posible que él sea... tu sabes... gay.