Cuando vi al muchacho y no a mi “futura esposa” quise matar a la intemperie. Mis verdaderas intenciones eran negociar con ella y con franqueza ¿Qué podía hablar con un jovenzuelo?
El chico se llenó la boca de mentiras, lo intuía por su manera de hablar, su descontrol con sus gestos y su mirada huidiza.
Me estaba cansando de todo ese teatrito que armaron solamente para echarme fuera, si ella estuviera aquí sería más que obvio que él no es su novio. Los delataría su sonrojo. Suspiré.
Váyase, gritaba. La conversación me resultaba insostenible. ¡Largo! Encima de que será mi empleado, insulta mi inteligencia, me trata como a un tonto. Me cansa este absurdo jueguito.
–Como veo que ya lo entendió, me retiro. Que pase una bonita noche. –vi algo anormal en el restaurant. ¡Dios, no!! ¡Es ella!!
No quiero que me vea. Si viene a mi mesa estoy muerto. Sus malditas preguntas incomodas arruinaran mi noche más de lo que está.
–No es bonito que me deje aquí sentado, me hace quedar mal y empeora todo haciendo ese tipo de movimientos. Quédese, yo invito. –lo acerqué lo suficiente para que elle no me notara.
No se mueva de esa posición o le juro que me lo cobraré.
(…)
–Si me rechaza sólo ganará mala voluntad mía en la empresa ¿Eso es lo que quiere? –odio aprovecharme de las personas, pero en la situación en la que estoy lo amerita.
–¡Se da cuenta que me obliga a quedarme! –Lo sé, así que sólo ponga su trasero en la silla y ya. –No me agrada que rechacen mis propuestas y tampoco me agrada que me dejen comiendo solo. –si se le ocurre decirme que no, va a cavar su tumba.
–Debe tener su agenda repleta de amigas que encantadas vendrían a cenar con alguien como usted. –ya… recoja una pala.
–Pero yo pedí su compañía. ¡Quédese junto a mí! ¿Y bien? –de veras que no quiero charlar con ella, por favor, ¡SIENTESE!
Jamás padecí el inconveniente de no contar con un tema de conversación, ahora sí puedo decir que oficialmente esta fue una mala decisión, preferiría que aquella chismosa cenara conmigo. Veía cómo con inseguridad agarraba los cubiertos para cada plato que el mesero traía; era aún peor para mi paciencia.
Algo dulce, algo que mejorara por mucho mi humor… ¿Cuál sería el perfecto? ¡Sí! ¡Ese es el perfecto!
Le hice una pregunta que tenía una respuesta predecible, intuí que sentiría vergüenza, pero lo que me sorprendió fue que mencionara un lugar que no conocía en lo absoluto. Yo me sentía un transeúnte muy seguro pues cada rincón de la ciudad lo grabé en mi mente, porque así debía ser, conocer cada parte de todo lo que te rodea incluyendo a personas esa ventaja te hace más fácil la labor de dominarlos o ganar su confianza.
Dijo algo sobre una plaza América y le pedí que la describiera.
Hasta ese momento no lo había notado, el poseía unos bellos ojos castaños que refulgían con la luz de fondo del restaurant, cuando recogió su cabello rizado detrás de su oreja con sus delicadas manos me sentí intrigado por sus bellas facciones. Recién puse atención a la finura de sus labios rosados.
Hice un cumplido sin darme cuenta y quizá sea por el ambiente, pero él desprendía inocencia y sensualidad con cada movimiento que hacía. Su pequeño atisbo de sonrisa me animo a seguirlo.
Salimos del lugar, yo a hurtadillas y escondiéndome detrás de él. Tomó mis manos y me sonrió.
–Tenga cuidado, por poco se tropieza.
Evalué sus ojos. Miré su mano entrelazada con la mía y encontré su rostro sonrojado.
Caminamos y no se me ocurría nada que decir. Él no soltó mi mano y corrimos por las avenidas que carecían de semáforos, cruzamos cierto puente que tenía varias frases de reconocidos filósofos; noté como se esforzaba por leerlos antes de que los pasáramos de largo.
–¡Llegamos! –no me vio y soltó mi mano para abrazar a una señora. ¡Maldito!
–Mucho gusto, –dijo una señora algo mayor. –mi nombre es Isabela. Yo soy casera de este atarantado. –lo acarició del cabello y lo deshizo.
–Yo soy Edward, su jefe. –él tosió.
–¿Qué te sirvo? –preguntó Isabel al muchacho.
–¿Unas cervezas? –me miró dubitativo.
–Bien.
Nos servimos varias copas, él me comentó como había elegido estudiar secretariado ejecutivo. Me contó sobre el romance de sus padres y no perdí la oportunidad de preguntar por su nombre que no lo recordaba, ya borracho me lo dijo y supe que era el nombre por el cual caería al infierno. Luciel.