Instrucciones para restablecer el Destino

67 | El peor de los escenarios posibles

Elegí el peor de los escenarios posibles para participar a mi esposa que me urgía abrir nuestra relación: la boda de Christian Abadid con Paula, la prima de mi Brendy. ¿Por qué lo hice? No sé, supongo que, porque soy un completo motherfucker, no encuentro otra explicación.

Que mi pal de la vida se convirtiera en nuestro primo político didn’t surprise me at all, ya que no era un secreto, al menos para mí, de que la prima de Brenda siempre fue el amor de su vida. I know, sé que suena a overstatement, pero señales como el hecho de que se levantara de la cama agripado para acompañarme a alguna fiesta en la que sabía que ella estaría, operaba para mí como evidencia suficiente de que Paula le gustaba lo suficiente como para dejar de lado su hedonismo y su autocomplacencia con tal de verla y de, you know, making out with her.

Y que mi pal hubiera luchado por veinticinco años contra sus prejuicios de clase para aceptar, por fin, que amaba a una mujer que, en palabras de él, nunca ha sido de su liga, fue razón suficiente para que aceptara el cargo de best man que yo mismo le había negado, unos meses atrás, por jugarle al justiciero con Hadid y con Brenda.

Ahora, me preocupaba que, dadas sus tendencias al two-timing, por no decir three or four-timing, si es que algo así fuera posible, con toda probabilidad, aquel matrimonio nunca llegaría a buen puerto, en primer lugar. Y, como padrino del novio, mi deber consistía en hacerle entrar en razón, antes de permitir que se adentrara en un compromiso que parecía incapaz de cumplir.

Fue ahí cuando me lo reveló todo. La estrategia consensuada con Paula para evitar el desastre conyugal. Ambos venían ya de relaciones fallidas, ambos conocían de primera mano la imposibilidad de hacer frente a promesas matrimoniales difíciles de cumplir por lo utópicas, o ya de plano, naive.

Por mi parte, ni hablar, había experimentado el efecto de la ruptura de esas promesas en mi primer matrimonio, con resultados no tan adversos para mí, después de todo. Pero mi actual relación se veía amenazada de manera latente por algunas circunstancias de las que era muy difícil escapar. Y por otras de las que, sin dejar de ser cínico al respecto, nunca estuve dispuesto a renunciar, in the first place.

Esas ideas, revolucionarias si se quiere, ya rondaban mi mente desde antes de que Christian me anunciara su compromiso. El acuerdo de freelove que había entablado con Pau se hallaba repleto de detalles tan específicos que no pude dejar de sentirme impresionado por la capacidad de planificación de Christian, quien, en el pasado, se caracterizaba más bien por entregarse a abrazar el caos en todas sus relaciones y, por extensión, en su vida entera.

Gaby también había influido ya en la decisión que acabé por tomar, de manera unilateral, unos días después. Durante nuestra efímera relación, se dedicó a calentarme la oreja con eso de que el poliamor era lo que un hombre como yo le debía al mundo. Esa fue la semilla. Pero hubo otra, ahora que recuerdo. Con Keisha. Ella ya me lo había planteado en la universidad. Aunque lo suyo se parecía más a una propuesta swinger que a otra cosa, que incluía a su poco agraciada roomate y a su no menos desagradable novio hippie aburguesado de Harvard.

Pero yo, apelando a mi supuesto gusto impecable con las damas, aunque consciente de que, por dentro, no se trataba de otra cosa que de un capitalino prejuicio conservador que reprimía mis ganas, me había negado a dar rienda suelta a su fantasía de universitaria más por miedo a perderla que por principios morales sólidos. En consecuencia, Keisha me dejó, acusándome de lack of openess in our relationship, así, en esos términos tan burocráticos que se me quedaron grabados a fuego en la memoria, pese a que ni siquiera la quería.

Además, debo decir, en mi defensa, que en esa época el freelove todavía no estaba de moda.

Visité todos los sitios web que hablaban del tema para asegurarme de que era eso lo que quería. And, ¿you know what, doctora? En ese momento, me convencí de que así fue. Se hablaba de una “no-monogamia consensuada, ética y responsable, basada en la honestidad y la transparencia de todos los involucrados”; se hacía énfasis en que no se agotaba en el tema sexual, sino que desbordaba a lo afectivo.

Me cuidé de obviar esa última parte, porque, en realidad, nunca estuve interesado en amar a nadie más que a mi Brenda. Aun así, quise creer, en ese momento, que hacía lo correcto.

Pero no tenía idea de lo que costaría.

Recuerdo que, como best man del novio, me correspondió elaborar un discurso que debía ser leído en la recepción de bodas. Me esforcé en serio para sincerarme, para decirle a mi pal que celebraba por todo lo alto que, tanto él como Paula, hubieran podido, también, restablecer su Destino, luego de sus respectivos matrimonios fallidos y décadas de haberse conocido y querido lo suficiente como para nunca haberse dejado ir de la vida del otro a lo largo de los años.

Recuerdo asimismo que participé a todos los invitados el hecho de que, aun a pesar del concepto que Brendita tenía de su ahora primo político (bueno, esa parte la guardé para mí), había sido Christian el eslabón que unió mi Destino con el suyo, ya que fue él quien me presentó a Paula, quien a su vez me presentó a Verónica y que, por medio de aquel nexo, conocí a Brenda. Y que, producto de aquello, nuestros destinos estarían entrelazados para siempre, sin posibilidad alguna de romperse.




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