"Para que nada nos separé, que nada nos una”
—Pablo Neruda.
Otra vez estabas ahí, perdida en tu mundo: presente de forma física, aunque con tu mente ausente. Esa larga cabellera negra te hacía lucir pálida, pero no como aquella que invade a una persona enferma o sin vida, es esa que te hace lucir especial, irreal y perfecta.
Y aquí estoy yo de nuevo, sentado a unos metros de ti, observándote, en la hora perfecta para estar en el patio del instituto. Casi nadie se sentaba por aquí, así que podía hacer de este lugar mío, solo para admirarte y grabar en mi memoria cada hebra de tu cabello, sincronizar mis pensamientos con tus reacciones y dibujar en mi mente el contorno de cada parte de tu cuerpo.
Inmortalizarte en mi corazón.
Te vi suspirar y eso bastó para dibujar una sonrisa en mi rostro. Me pregunto si alguna vez podré hacerte reír, eso sería suficiente para hacerme feliz. Te moviste de tu sitio y sentí la necesidad de apartar la mirada para que no me descubrieras observándote como un tonto. Aunque estaba claro que ya lo era. Tengo curiosidad por saber qué lees, pero estoy del todo convencido que es un libro de poesía.
Sostenías un ejemplar de 20 poemas de Pablo Neruda. ¡Amor, eh!
No me sorprende, porque durante este tiempo solo te he visto ir y venir con diferentes autores, pero siempre es lo mismo: poesía.
Solo espero no mirar en tus ojos ese destello de tristeza mientras lees, porque es uno de los momentos más tormentosos de mi vida ver cómo desbordan tus emociones sin poder yo estrecharte entre mis brazos. ¡Es tan injusto!
No quiero verte llorar, no quiero verte sufrir, pero es inevitable, porque estás enamorada de la poesía, mi amada poetisa. Y yo... estoy enamorado de ti.