“Si sientes que todo perdió su sentido, siempre habrá un ‘te quiero’, siempre habrá un amigo”
—Emerson.
—La poesía tuvo su origen en la antigua Grecia. No obstante, se cree que los sumerios, los egipcios y los chinos escribieron composiciones de este estilo también. El término ‘poetisa’ proviene de aquellas mujeres que componen obras poéticas —concluía la profesora.
Hace unos días escuché sobre un taller de poesía, así que no perdí el tiempo en inscribirme, tomando como oportunidad que mi poetisa no estaría aquí, ya que su tiempo se limitaba a impartir clases a un curso menor.
Mi poetisa, musa que convierte sus palabras en versos, te enamora con sus letras y te impregna con su esencia. Eres más que mi poetisa, te nombraría mi musa, porque eres quien me inspira a dedicarte mis prosas.
El taller se basó en explicar el origen de la poesía y el significado de cada término que engloba este género literario. Imaginé que facilitarían algunos pasos para componer, por eso me apunté rápido en las inscripciones, y me decepcionaba que no fuese así. La profesora abandonó el salón al terminar con el taller, aunque todavía quedaban alumnos terminando de escribir el informe final que nos solicitó. A mí solo me faltaba una pregunta para poder irme y encontrarme con Darel. Las clases ya habían finalizado, así que tenía que apurarme.
—Bro, por fin te encuentro —dijo Darel entrando al salón. Llevaba su mochila enganchada en su hombro.
—¿No puedes vivir sin mí? —bromeé al verlo llegar.
—Quisieras tú, Alack. Te estaba buscando para que me entregues mi paquete —mencionó con malicia sentándose en la silla que estaba desocupada junto a mí. Los alumnos que aún quedaban en el salón alzaron la mirada para verlo y comenzaron a murmurar. Ya me imaginaba los comentarios en los pasillos sobre algún tráfico de drogas.
—Eres idiota, Darel Lancet —murmuré levantándome para ir hasta el escritorio, la profesora había dejado una carpeta para que al terminar dejáramos el informe ahí. Caminé con las hojas en las manos, leyéndolas para verificar que todo estuviera en orden.
—Sabes que bromeo. Te buscaba porque el entrenador me llamó para a una reunión, entonces antes de irme a la cancha pensé en pasar por el casillero —sugirió.
—Lo he dejado en el cuaderno que está sobre mi bolso, tómalo y ve, no vayas hacer que te sancionen por llegar tarde —dije sin apartar la vista del papel en mis manos.
—¿Es este? —preguntó.
—Si estaba dentro del cuaderno, es ese —aseguré burlón mientras terminaba de escribir mi nombre en la hoja. Darel se levantó de la silla y caminó hasta donde estaba.
—Entonces me iré, Romeo, he de cumplir con la misión —dijo saliendo del salón.
Miré a los lados y ya no había nadie, me había quedado solo sin darme cuenta. Regresé a mi puesto y guardé mis cosas en el bolso, tomé el cuaderno que había utilizado el día de hoy y de este salió un papel.
—Santa mierda... —Un pequeño escalofrío recorrió mi cuerpo, me agaché con torpeza. Sabía lo que era, sabía el grandísimo error que había cometido y sujeté la hoja con fuerza mientras leía las palabras escritas en ella.
Mi querida poetisa:
Eres el amor de mi vida, si tan solo me brindaran una sonrisa tuya, nunca moriría.
Con amor, tu intento de poeta.
Si el poema estaba aquí...
¿Qué se llevó Darel?
Mis manos sudaban y sentía los nervios a flor de piel. Guardé todo mientras iba saliendo del salón camino a los casilleros. Si llegaba antes que Darel dejara el papel, podría prevenir un desastre. Solo tenía que apurarme y evitar todo...
Este sería mi fin.
Iba tan sumergido en mis pensamientos que no vi el cuerpo que venía de los pasillos hasta que choqué contra él.
—Lucas, ¿estás bien? —preguntó Darel preocupado, sentí sus manos en mis hombros—. Estas pálido, bro.
Respiré con fuerza acordándome del motivo de mi agitación. Él venía de los pasillos que conducían a los casilleros, había llegado tarde, pero aun así me atreví a preguntarle:
—¿Qué hiciste el papel que sacaste de mi cuaderno?
—Lo he dejado —dijo confundido por mi pregunta. Llevé mis manos a mis cabellos y los apreté. Él me miró nervioso—. Bro, ¿todo bien?
—Lo he arruinado, Darel, el poema es este —dije sacando el papel de mi bolso y mostrándoselo—. ¡No tengo idea de lo que has dejado ahí! —grité apretando el papel que agarré del bolso—. Si hubiera mirado lo que me enseñabas...
—No existe el “hubiera”. ¿No sabes lo que contiene? —preguntó y solo pude negar—. Veamos si podemos recuperarlo —animó tomando mi brazo para ir a los casilleros. Nos detuvimos sin terminar de salir del pasillo. Era tarde, mi poetisa estaba ahí abriendo el candado que lo protegía. Sacó los cuadernos de su bolso y los guardó en su casillero, para luego agarrar de ahí la hoja que se había convertido en mi pesadilla. La miró sin abrirla y la guardó en su mochila, la cual cerró antes de irse.