El amanecer en Lima trajo consigo una sensación de normalidad que Jeed necesitaba desesperadamente. Los primeros rayos de sol iluminaban su habitación, y el canto de los pájaros llenaba el aire con una música suave y reconfortante. Sin embargo, el encuentro de la noche anterior no podía ser borrado tan fácilmente de su mente.
Se levantó de la cama y miró hacia el rincón donde la sombra había aparecido. La realidad de la situación lo golpeó de nuevo, haciendo que su estómago se retorciera. Intentando sacudirse la sensación de miedo y culpa, se dirigió a la cocina para prepararse el desayuno.
—Buenos días, hijo —dijo su madre, girándose para saludarlo con una sonrisa.-¿Dormiste bien?-.
Jeed forzando una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Sí, mamá. Dormí bien —mintió, tomando un plato y sirviéndose un poco de arroz y huevos. Mientras comía, sus pensamientos volvieron al amuleto y al misterioso mensajero. ¿Cómo podía alguien como él, con tantos miedos, ser un Hijo del Sol? La idea de enfrentarse a fuerzas oscuras y proteger a toda una ciudad le parecía abrumadora y completamente fuera de su alcance.
Decidió salir a dar un paseo por el parque cercano. Necesitaba despejar su mente y encontrar una manera de lidiar con lo que había sucedido. Mientras caminaba entre los árboles, sintió que las sombras parecían más largas y oscuras, como si algo lo estuviera observando. Se sentó en un banco, su mente girando con preguntas sin respuesta. ¿Quiénes eran los otros Hijos del Sol? ¿Qué tipo de amenazas estaba destinado a enfrentar? Y, sobre todo, ¿cómo podía vencer su miedo para aceptar su papel?.
Mientras reflexionaba, sintió una presencia a su lado. Giró la cabeza rápidamente, pero no vio a nadie. Sin embargo, la sensación persistía, como si los ojos invisibles lo estuvieran siguiendo.
Pasaron los días, y Jeed intentó seguir con su vida normal. Asistió a sus clases en la escuela de gastronomía y trabajó en sus deberes, pero la sombra del mensajero seguía acechando sus pensamientos. Cada noche, el recuerdo de la figura sombría y las palabras severas del mensajero lo mantenían despierto.
Una tarde, mientras caminaba de regreso a casa, decidió pasar por la biblioteca. Quizás en los libros encontraría alguna pista sobre los Hijos del Sol y el mundo oculto que le había sido revelado. Se dirigió a la sección de historia y mitología, buscando algo que pudiera darle respuestas.
Jeed se perdió en los libros, leyendo sobre antiguas leyendas y mitos de diversas culturas. Descubrió que muchas civilizaciones veneraban al sol y tenían sus propios protectores y guardianes. Los aztecas, los egipcios, los incas, hasta los antiguos judíos decian hablaban sobre el sol y la luna; todos tenían figuras mitológicas que defendían a su gente de las fuerzas del mal. Pero no encontró ninguna mención específica a los Hijos del Sol.
Mientras revisaba un libro particularmente viejo y polvoriento, encontró una ilustración que le llamó la atención. Mostraba un grupo de figuras, cada una con un amuleto similar al que había visto en manos del mensajero. Los amuletos brillaban con un resplandor dorado, y las figuras parecían estar enfrentándose a criaturas oscuras y terribles.
Jeed cerró el libro, sintiendo una mezcla de fascinación y temor. La ilustración parecía confirmar la existencia de los Hijos del Sol y su misión de proteger al mundo de fuerzas oscuras. Pero no ofrecía respuestas sobre cómo podía encontrar el coraje para aceptar su destino.
Esa noche, Jeed se acostó temprano, esperando descansar un poco de sus pensamientos inquietantes. Pero en sus sueños, las sombras volvieron a acecharlo. Se encontró en una vasta llanura desolada, con el sol colgando bajo en el horizonte, derramando una luz dorada y tenue. Las sombras crecían y se retorcían, formando figuras amenazadoras que avanzaban hacia él.
—Jeed, tu destino te llama —susurró una voz desde las sombras—. No puedes escapar de lo que eres.
Se despertó sobresaltado, con el corazón latiendo con fuerza. Las palabras del sueño resonaban en su mente, y por un momento, sintió una chispa de determinación. Pero el miedo volvió rápidamente, apagando cualquier atisbo de coraje.
Mientras se levantaba para beber un vaso de agua, escuchó un ruido suave proveniente de su ventana. Al mirar, vio la sombra del mensajero materializándose una vez más, con los ojos brillando intensamente bajo la luz de la luna.
—Jeed —dijo la figura con tono severo—, no puedes ignorar tu destino para siempre. Cada día que pasa, el peligro se acerca más. Debes estar preparado.
Jeed lo miró, su cuerpo temblando de miedo y confusión. —No puedo hacerlo. No soy lo suficientemente fuerte. El miedo me paraliza. El mensajero avanzó un paso, su presencia imponente llenando la habitación.
—Jeed, todos sentimos miedo, pero no puedes dejar que te domine. No permitas que tu madre sufra un destino cruel. Podrías arrepentirte para siempre.
Con esas palabras, el mensajero se desvaneció una vez más, dejando a Jeed solo con sus pensamientos. Volvió a acostarse, mirando al techo con una mezcla de desesperación y esperanza. Sabía que tenía que encontrar una manera de superar su miedo, pero no sabía cómo.
Durante las siguientes semanas, la vida de Jeed se convirtió en un torbellino de inquietud y tensión. Las parálisis del sueño se hicieron más frecuentes y aterradoras. Cada noche, se encontraba incapaz de moverse, atrapado en su propio cuerpo. La sombra del mensajero aparecía al pie de su cama, susurrando palabras que Jeed no lograba entender del todo. Sin embargo, cada susurro le dejaba una sensación de urgencia y desesperación. El miedo se apoderaba de él, haciendo que le costara distinguir entre la realidad y la pesadilla. Cada encuentro con la sombra lo sumía más en el abismo del miedo, haciéndole sentir que el tiempo se agotaba rápidamente.
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Editado: 29.05.2024