Realmente no tenía idea de qué hacer, por fortuna él aún no se había percatado de mí presencia. En cuanto lo vi, cerré la puerta lo más despacio que pude sin llegar a cerrarla completamente para no hacer ruido y me escondí detrás de ella.
¿Qué se supone que debo de hacer?
No quiero gritar o hacer ruido, no sé cómo reaccionaría si me ve, no sé si sólo es un ladrón y está buscando que robar o si es un asesino, o para mi infortunio es las dos cosas. Debía pensar en algo si quería salir de ahí sin ser vista. Salir por la pequeña ventana de mi baño no era una opción, estaba en un segundo piso y por más lindo que sea el pasto y la hierba del campo, no pensaba saltar; irónico puesto que hace un par de años esa idea rondaba mi cabeza muchas veces al día.
Quizás estaba solamente exagerando y ese chico es algún invitado de papá que seguramente trabajaba en alguna compañía de teatro y se tomaba muy en serio sus papeles. Porque no encuentro otra explicación a ese tipo de ropa que está usando ahora.
Nunca fui experta en moda, como para hacerle una crítica al chico, pero no hacía falta serlo, a kilómetros se notaba que así vestían los hombres a principios del siglo pasado con un pantalón café holgado, pero muy elegante y una camisa blanca que la adornaban unos tirantes (claramente le faltaba el saco, aunque sin duda no perdía la elegancia).
De repente, sólo sentí que la puerta comenzó a moverse. Seguramente ya me había escuchado y ya venía a matarme. Definitivamente mi instinto de supervivencia no se desarrolló.
Me tranquilice porque mi teoría del chico actor parecía lo más sensato en ese momento, si fuese algún extraño no habría manera de que hubiese llegado hasta acá sin que nadie se diera cuenta. Es decir, mis padres se encontraban discutiendo en la sala de estar y en los sembradíos frente a la finca hay alrededor de veinte personas. Y hay dos personas que ayudan a mamá dentro de la casa con la limpieza, ella sola no podría con la enorme casa.
Alguna vez la psicóloga sugirió las clases de teatro para ayudar con la ansiedad y la interacción social, mas nunca lo tomé en serio e ignoré por completo su sugerencia. Tal vez papá al enterarse que ya no volvería a las terapias mandó a ese chico.
La puerta quedó abierta y no tuve más opción que girarme para enfrentarlo.
—Di-disculpe señorita, no... No sabía que se encontraba aquí.— se dió media vuelta, titubeando, lo suficientemente apenado como si yo estuviese desnuda o algo parecido haciéndome creer que no estaba actuando o que actuaba realmente bien.
En definitiva tenía que ser un actor, mi mente no concebía otra idea sensata.
Me daba miedo incluso responderle, nunca sabía qué decir cuando conocía a alguien y agregándole el estado de pánico en que me encontraba mucho menos.
Me mentalicé a mi misma diciendo que no tenía nada que temer, sólo tendría que hablar con él, escuchar su diálogo que trae preparado y su invitación a los cursos de teatro y se iría. Por mi mente paso la idea de bajar y reclamarle a papá que no iría a ninguna clase, pero con el chico ya en mi habitación me entró tanta pena que esa idea se desvaneció tan rápido como llegó.
—No te preocupes, no pasa nada.— trate de ser amable, buscando que el chico hablase rápido y se fuera.
—¿Y tú eres...?— agregué tras segundos de silencio. El ambiente estaba haciéndose muy incómodo.
—Eddy Gallagher.— giró sobre sus talones suavemente, clavando su mirada en la mía, estirando su mano hacia mí, esperando que la tomara. —Hijo de Robert Gallagher, el gran navegante de los mares.— sonrió de una manera tan orgullosa que casi olvidaba que el chico estaba actuando, con tanta formalidad y galantería. —¿Y usted, señorita?
—¿Yo? Yo-yo... Mi nombre es Dinah.— estreché su mano, sin embargo apenas la tome él la elevó llevando mi mano a sus labios y dejando un suave, pero rápido beso en el dorso de mi mano. Él frunció levemente el entrecejo al verme tan atónita viendo cada una de sus acciones.
—Un placer conocerla señorita... ¿Dinah?— el sonido de una pequeña risa de su parte me sorprendió aún más. —Tiene usted un nombre muy bello, pero no sería lo correcto llamarla por su nombre de pila. La acabo de conocer hace un instante.
Asentí, recordando como en todas esas películas antiguas y novelas clásicas que leía, siempre se llamaban por su apellido a menos que fuesen muy cercanos.
—Mi apellido es Sallow, pero realmente no me gustaría que me llamen así, prefiero Dinah.
—Si usted lo prefiere así, señorita. Entonces, usted podría llamarme Eddy solamente si así lo desea.— sonrió, paseando de repente su mirada por mi cuerpo, enfatizando en mi ropa realmente.
Eddy comenzaba a asustarme, sé portaba lo suficientemente bien como un chico que no fuese de este siglo.
Caminé dubitativa hacia mi cama, necesitaba sentarme para prepararme para el gran discurso que seguro él se tenía guardado.
—Su ropa es un poco más ajustada de lo normal y diferente...— susurró, aunque logré escucharlo.
—Yo siento que es normal para esta época.— le resté importancia con un encogimiento de hombros.
—Si usted lo dice...— lo ví hacer un pequeño gesto con sus labios. Algo me hacía dudar de él, era extraño.