Involucion - Proyecto Consummatum

Prólogo

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CRONICAS DE UN PASADO NO MUY DISTANTE

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No fue una catástrofe repentina. Fue lenta, implacable. Como un cuerpo que enferma sin saberlo, que ignora los primeros síntomas pensando que todo mejorará, que el dolor es pasajero, y cuando por fin decide actuar, ya es demasiado tarde. De la misma forma, la humanidad no mejoró. La Tierra no sanó.

Primero fue el agua. Entre 2024 y 2029, el nivel del mar comenzó a subir de forma alarmante, siendo un metro el último registro. Centímetro a centímetro, el océano reclamó su espacio. Las playas desaparecieron, las ciudades costeras quedaron sumergidas bajo miles de litros de agua, y las cifras de desplazados comenzaron a ser tan grandes que dejaron de importar. Bangladesh, Miami, Venecia, Río de Janeiro. Nombres convertidos en sinónimos de ruinas. Los gobiernos emitían comunicados vacíos, las aseguradoras declaraban quiebras, y los refugiados contaban sus historias entre lágrimas e impotencia.

A mediados de aquel lustro de inundaciones, enfermedades que se creían erradicadas hacía décadas volvieron con fuerza, encontrando terreno fértil entre los desplazados y los hospitales saturados. Cólera, sarampión, tuberculosis y disentería dejaron de ser nombres relegados a los manuales médicos para convertirse en enemigos reales, viejos y despiadados. Los pacientes llegaban en oleadas, desde campamentos insalubres hasta las propias ciudades, mientras los hospitales luchaban por contener lo incontenible. No eran epidemias nuevas, sino antiguas cuentas pendientes que el mundo había ignorado, y ahora regresaban para cobrarse con intereses en un escenario de colapso sanitario.

Mientras tanto, temerosos de lo que un mundo enfermó les podía ofrecer en un futuro próximo, una selecta minoría comenzó a alzar su mirada al cielo. Una opción que aún no terminaba por convencer a muchos. Marte.
A principios de 2030, los proyectos de las primeras misiones de colonización comenzaron a abandonar los monitores, para adoptar por fin forma física.
Lo que antes eran aspiraciones, ahora eran costosas realidades con fechas establecidas, que solo esperan el día para partir.
Pero las promesas de salvación siempre tienen un precio, y esta vez era más alto que nunca: solo unos pocos podían escapar. Aquellos con el poder y las influencias necesarias. Los demás, se quedarían para enfrentarse de cara al fin.

Un fin que llegó de una forma que nadie esperaba. Una enfermedad que con el tiempo sería llamada ODV-30 y la antesala de algo aún más oscuro. Nadie supo exactamente cómo empezó. Algunos dijeron que fue el agua contaminada de Veracruz, otros culparon al colapso de los sistemas sanitarios. No importaba. Lo único que importaba era que el patógeno se propagaba rápido. Y mutaba aún más rápido.

A finales de 2032, el colapso fue absoluto. Como una grieta invisible que se extiende con paciencia, perforando los cimientos de una debilitada sociedad, llegó sin advertencias claras, ni señales que detuvieran la catástrofe. La grieta llevaba por nombre: variante Olduvai.

Herencia maldita de la meningitis vírica, la cepa ODV-32 no arrancaba vidas como su predecesora; tomaba algo más profundo: la identidad humana. Al principio, los síntomas eran similares a los de la primera cepa, pero entonces ocurría lo inesperado: la recuperación. Un milagro efímero que solo preludiaba la pesadilla.

El tiempo era impredecible. Algunos tardaban cinco días; otros, cinco horas. Pero ninguno escapaba a la recaída. Al principio, los infectados conservaban su humanidad, pero al paso de semanas o meses, la mente se iba deteriorando. Cuando finalmente sucedía, lo que quedaba ya no era humano. Eran depredadores movidos únicamente por instintos primarios. Sin rastro de razón, despojados de empatía, pero cargados con una fuerza y agilidad aterradoras. Seres diseñados para cazar.
En cuestión de meses, la variante Olduvai había desfigurado a sus víctimas y al mundo entero. Lo que alguna vez fue una sociedad quedó irreconocible. Olduvai no solo mutó cuerpos; se alzó como la enfermedad Apex del planeta.

En un intento desesperado, en 2033, los pocos gobiernos estables quisieron retomar el Proyecto Éxodo que había sido detenido por la pandemia. Sería la pobre planeación, la desesperación o el constante asedio de los bloques extremistas, que la única oportunidad que se tuvo, terminó en una lluvia de fuego, al ser derribadas en vuelo por misiles Tierra-Aire, dos de las tres naves de la Coalición Espacial.
"De la Tierra nadie sale." Fue el grito de victoria de los extremistas, y el que dio paso a la Guerra del Legado.

Habiendo caído la última esperanza, los últimos gobiernos fueron colapsando por presiones internas y externas. Las ciudades cayeron y ardieron a causa de una guerra nunca antes vista. Humanos contra humanos e Invos contra Sapiens. Ivolución contra evolución.
Los sobrevivientes se refugiaron de la peste y la guerra donde pudieron: en montañas, en islas, en túneles.
Para el 30 de junio de 2034, el mundo quedó en silencio. Roto solo por los gritos de aquellos a los que ahora llamaban por diferentes nombres.

La última voz humana que se escuchó no fue la de un líder, ni un científico, ni un héroe. Fue la de un soldado, atrapado en la oscuridad, rodeado por monstruos que alguna vez fueron humanos:

«Aquí Teniente Iván Gámez, Fuerzas Especiales. Si alguien escucha este mensaje, necesitamos ayuda. La zona segura fue comprometida. Nos replegamos a los túneles del tren, nos han rodeado. ¡Repito, necesitamos ayuda! ¡Los salvajes están entrando!»

Y después de eso, el mundo se quedó solo. Sin héroes, sin esperanza, sin respuestas.

A 20 años de la Década Oscura, y aún refugiados en las entrañas de la tierra, la última colonia humana recibe en extrañas circunstancias, una misteriosa trasmisión. Con la promesa de un lugar seguro, el comienzo de un mundo libre de infectados.
La humanidad había aprendido a temerles, pero ahora debía enfrentarse a un nuevo peligro... la esperanza.




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