4
Rodeado de viejos mapas de la ciudad, el Sargento Derek Stone contempla con nostalgia el más grande de los tres que decoran la sala de control.
En él, observa cómo la vasta red de calles y avenidas se extiende a lo largo y ancho del pliego como una gran telaraña.
Detenidamente, lee los nombres de algunas de las calles y se sorprende al darse cuenta, de que conserva pocos recuerdos de ellas y de las personas que allí habitaron.
De manera inconsciente, uno de sus dedos señala un punto específico del mapa.
Como escotillas abiertas, sus pupilas se dilatan al leer el nombre de la calle que señala.
Sus recuerdos vuelven a flote, llevándolo de vuelta a un lugar donde fue feliz. Donde lo tenía todo. Al lugar del que un día partió y jamás regresó. A la calle Bosques.
Stone se toma su tiempo. Le permite a un pliego cartográfico convertirse en un terreno fraccionado y habitado, para luego, dejar escapar un suspiro largo y profundo al ver una vez más la casa de su madre.
Los escenarios son tan difusos como los de un sueño; rostros e imágenes que se empiezan a olvidar al despertar. Pero aun así, puede volver a ver la pintoresca casa de su madre, una acogedora finca decorada con plantas y retratos de familiares, a los que él nunca conoció. Siente un calor agradable recorrer su cuerpo. Recuerda ese último gesto de amor que recibió de sus padres; un cálido abrazo y las palabras de su padre diciéndole que pronto todo terminaría y volverían a casa.
«Pa' esto está lejos de terminar».
Esboza con decepción, sin despegar la vista del mapa.
Aún inmerso en sus memorias, no tarda mucho en recordar sus tardes de sábado. Esas partidas de soccer con ese par de niños a los que cariñosamente apodó "Los Lurch", un par de hermanos que fueron sus únicos amigos desde que llegó al país. Aún puede sentir fragmentos de esa tristeza al verlos correr hacia su puerta, tocar el timbre y asomarse por las ventanas de su casa. Mientras él, se alejaba rumbo a un destino incierto en el auto de sus padres.
«Ojalá todavía me recuerden y me incluyan en su juego cuando nos reencontremos».
Susurra Stone, mientras se sumerge desesperadamente en el mar de sus recuerdos, buscando otros, que le hagan sentir bien otra vez.
Mueve su cabeza de un lado a otro, como si quisiera sacudirse el pasado, rogándole a su mente que le mostrara solo lo mejor de lo que había vivido. Quería escapar, aunque fuera por un instante, de su terrible realidad. Pero ni las memorias de risas, desayunos en familia, ni las caricaturas, ni los cientos de pensamientos e imágenes le ayudaban, pues carecían de un contexto sólido. Éstas no podían alejarlo de la peste, el hambre y la agonía que dominan ahora el mundo.
Siempre que llegaban estas visitas del pasado, forzaba a su mente a armar un desgastado rompecabezas, donde muchas de las piezas que quería encajar ya habían perdido su color y su forma.
Intentar recuperar lo bueno que había vivido en la calle Bosques era una tarea inútil. Sus memorias están en ruinas, al igual que esa calle, al igual que toda la ciudad, al igual que todo el mundo.
[Sonido de estática]...
El sonido de una interferencia rompe el silencio de la sala, arrancando al Sargento Stone de su melancolía.
Presta atención al nuevo estímulo y cae en cuenta de que ha descuidado su única responsabilidad. La radio.
Dirige su atención a una mesa metálica, a no más de dos pasos del mapa que estaba observando. Sin dificultad, identifica la fuente del sonido: un viejo Harrys, una radio VHF de grado militar, situada entre un trío de monitores de circuito cerrado y una radio de frecuencias AM y FM. Este último aparato dejó de recibir señales desde el fin de la guerra.
De frente a la radio, el sargento Stone observa la frecuencia y se estremece como la primera vez que la escuchó. Las sensaciones que lo embargan hoy, son solo un eco de las experimentadas por él y por todos sus compañeros esa noche. Y lo que ahora ve en la pantalla del VHF, se había quedado tan grabado en su memoria, que no siente la necesidad de cotejar los datos de la frecuencia en su bitácora.
El EDÉN los estaba contactando.
5
Dos semanas atrás, la atmósfera de la sala de control, ubicada en lo que antes fue una estación del Tren Eléctrico Urbano, se inundó de emociones encontradas. Para el sargento Stone y su recluta Roa, al igual que para el Primer Consejero y sus dos acompañantes, también miembros del Consejo, el término "estupefactos" nunca hizo justicia a cómo realmente se sintieron esa noche. En ellos hubo risas y lágrimas, vítores y exclamaciones de odio, insultos y reclamos de toda índole. Todos intentaban dar crédito y explicación a estas palabras que salieron del altavoz de la radio:
«Aquí el Emplazamiento de Defensa y Emergencia Nacional; el último frente en contra de la involución.
Para quienes aún razonan, esta información es vital:
La resistencia aún está viva. Los Sapiens somos miles y seguimos en pie de lucha.
Si estás escuchando esto, es la señal y oportunidad que esperabas.
Si quieres hacer la diferencia y darle a tu especie su última oportunidad... Encuentranos:
20°37′58.81″ Noviembre
103°50'49.75" Oscar.
Si la involución no te ha marcado, en el E.D.E.N encontrarás refugio y seguridad.
Recuerda... tu nueva vida está al alcance de una decisión.
Aquí el Emplazamiento de Defensa (...)»
Durante una hora, el mensaje se repitió. Al día siguiente, en una hora diferente, la transmisión volvió a escucharse durante el mismo periodo de tiempo.
Sin importar que la señal se debilitara o el mensaje se entrecortara, el patrón seguía siendo el mismo y las mismas palabras continuaban repitiéndose. Palabras clave que, a partir de aquel día, se sembraron como semillas de esperanza en las mentes de quienes estuvieron presentes en esa sala.
#111 en Ciencia ficción
#328 en Joven Adulto
distopia juvenil, el fin de una especie, historia post-apocaliptica
Editado: 04.01.2025