Iravan: Rey del océano

Había una vez

"Explícame, por favor. ¿Cuál es mi misión?"

 

Por las viejas baldosas del puerto de Oceanía, ella camina cabizbaja, cuidando cada paso que da. Cubierta por completo por una vieja capa de color caoba, pasa desapercibida en aquel mercado lleno de gente. A unos cuantos pasos detrás de ella, iban también de incógnito sus Guardas. Quienes, bajo las ordenes de su Señor, tenían la misión de vigilar que ella no tratara de escapar.


En una de las esquinas del aquel gigantesco puente que separa al reino con el reino vecino, se encuentra un joven, sentado encima de sus piernas, mirando con mucha atención aquel plato de barro que reposa en su regazo. Ella detiene su caminar, una gran brisa fría pasa por su cuerpo al darse cuenta de la situación de aquel chico, y un gran bloque de hierro cae en su estomago cuando escucha con gran fervor lo siguiente:


—Fantásia, ¡Oh mi hermosa Fantásia!, aquella que en mis sueños y pesadillas me acompaña. Dicen que eres pura y a la vez malvada, lo que si es cierto es que eres mi amada.


Un gran nudo posa sobre su garganta, parpadea, y le es imposible admirar la valentía del niño, por lo que sin darles tiempo a sus Guardas de analizar su siguiente movimiento, se acerca sonriente. El joven enfoca su mirada al piso, haciendo que una gran cantidad de polvo salga de su cuero cabelludo, nota como un par de zapatos de mujer quedan adelante suyo, por lo que levanta su mirada, se topa con unos brillantes ojos verdes, que al verlos un millón de puntitos rojos aparecen en sus mejillas; ella suelta una carcajada.


Inclina con suavidad su cabeza, sin borrar su sonrisa, esperando la reacción del chico. Éste no parpadea, bloqueado en su lugar, mientras ve sin entender como la gente sigue su camino, miles de cosas pasan en su mente, los ojos llenos de sangre de su madre, la calidez de su hermana, y el dolor de su estomago; ella se pone en cuclillas, sus dedos se enredan en la maraña café, suspira y con cierta autoridad le reclama:


— ¿Dónde esta tu madre?


El crío gimotea, haciendo que ella alce una de sus cejas, mira de soslayo a la gente que esta reunida en aquel mercado.

 


—No te muevas.


Su cuerpo se queda rígido, cierra con fuerza sus puños, y se dirige a uno de los puestos cercanos.


—Denme un racimo de uvas—su voz suena como si miles de cristales de hielo chocara ante el rostro de un niño.


Un señor alza su mirada, ve a una joven cubierta de una haraposa capa, arruga su cara y sonríe:


—Cinco pecunias—dice mientras acaricia su pulgar con el dedo índice.


Ella lo mira sin parpadear, muerde con fiereza su labio, y posando ambas manos en la mesa llena de frutas, le responde:


—No tengo dinero.


—Pues, es algo que... se puede arreglar—se inclina casi rozándole la nariz, agarra una de sus manos con fuerzas.


—Suélteme—reclama ella dando tres pasos hacia atrás.


La expresión de aquel señor cambia, vuelve a arrugar su cara, sus ojos se llenan de sangre y le señala con el dedo:


— ¡LARGO DE AQUÍ LADRONA!


Al decir aquellas cuatro palabras, todo el mercado se paraliza, las mujeres empiezan a murmurar y a señalarla con el dedo. Miles de llamas recorren el pecho de ella, sus puños se cierran alrededor de su cintura, su pecho sube y baja, rechinan sus dientes, no se mueve, espera paciente a los oficiales que antes había visto recostados juntos a unas jovencitas. No iba hacer nada, no porque ella no quisiera –es más lo deseaba-, si no por aquel niño que le esperaba aún paralizado en aquella esquina.


— ¿ACASO NO ME OYES? ¡LARGO DE AQUÍ PUTA!— Sigue gritando aquel señor mientras su cara se torna del mismo color de las uvas maduras.
Con cada palabra que él pronunciaba, la ira de ella se incrementaba. Por lo que sin pensárselo dos veces, coge más de tres racimos de uvas, da media vuelta y se dirige hacia al puente. Todo bajo la mirada de todas las personas que se habían reunido en aquel puesto.


Los murmullos aumentan, unos cuantos hombres le agarran por los hombros, brazos, y piernas. Pero ella logra evadir muchos de ellos, todos están furiosos, le insultan y le lanzan vegetales podridos. Su furia incrementa con cada paso que da, e incluso puede imaginar como cada una de esas personas mueren calcinadas, pero sus pensamientos se enfocan rápidamente en lo inútiles Guardas que su esposo había mandado para que le vigilase, a los cuales si veía por el rabillo del su ojo izquierdo, podía encontrarlos recostados riéndose de la situación.
—Malditos— murmura, sigue caminando.



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En el texto hay: sirenas, romance, aventuras

Editado: 24.07.2018

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