El aula de historia huele a madera vieja y papel envejecido. Algo en esa combinación me resulta reconfortante, quizá porque me recuerda al estudio de papá, siempre lleno de libros.
Un nudo se instala en mi garganta. Lo echo de menos.
Sacudo el pensamiento y levanto la vista del cuaderno. El profesor Johnson camina entre los pupitres con paso firme. Es un hombre alto, de barba entrecana y gafas gruesas. Habla con voz grave y pausada, pero gesticula tanto que me sorprende que el libro que sostiene en su mano, no salga volando. Los alumnos lo observan con expresiones que van desde la atención moderada hasta el aburrimiento absoluto. Alguno incluso casi dormita sobre el pupitre escondido detrás de su libro.
—... y así, con la compra de Luisiana en 1803, Estados Unidos duplicó su territorio por solo quince millones de dólares.
Historia de Portland. Colonización. Conflictos territoriales. Apunto los datos sin necesidad. No es que la historia de Estados Unidos me apasione, pero la materia sí. Me gusta conectar el pasado con el presente, entender por qué el mundo es como es. Así que siempre me gustó leer libros de historia en el estudio de casa, junto a la chimenea, donde podía sumergirme en las páginas y perderme en los detalles.
—Bien, chicos, repasemos. ¿Alguien puede decirme tres causas principales de la Guerra de 1812?
Levanto la mano sin dudar.
El profesor asiente en mi dirección.
—Las restricciones comerciales impuestas por Gran Bretaña, la impresión forzada de marinos estadounidenses y el deseo de expansión territorial de Estados Unidos.
—Correcto, señorita Murray. Veo que alguien ha hecho su tarea.
Me he dado cuenta, que siendo mi primera clase con Johnson que le gusta hacer ese tipo de comentarios. Como si se sintiera satisfecho de ver que, entre aquel mar de estudiantes, había alguien prestando atención. El caso es que la clase se llena de murmullos y risas. Sé lo que están pensando: "Ahí va la sabelo-todo, la chica que siempre tiene la respuesta."
Intento que mi rostro siga impasible mientras aprieto el bolígrafo con más fuerza de la necesaria. Las risas se disipan, pero mi incomodidad persiste y soy incapaz de participar en lo que queda de hora.
Finalmente, el timbre suena, y el aula se llena de un bullicio frenético. Las mochilas comienzan a moverse, las sillas se arrastran, y algunos compañeros se levantan con la misma prisa que si el mundo fuera a terminarse en los próximos cinco minutos. Pero yo no tengo prisa. No tengo necesidad de apresurarme. Me gusta mi rutina, guardar todo con calma y no ser aplastada por tanta testosterona.
Solo cuando la mayoría de los alumnos se han ido y el aula se vacía un poco, me levanto de mi asiento.
El día ha sido raro. Administración no me dejó hacer el recorrido con Noah porque no querían que perdiera más clases. Como ya llegué tarde hoy, tendré que presentarme mañana antes del inicio para que él termine su castigo y yo mi recorrido.
Suspiro y termino de meter mis cosas en la mochila. No es que me moleste demasiado, pero habría preferido quitarme esa tarea de encima hoy mismo.
—Señorita Murray.
Me giro mientras me cuelgo la mochila al hombro.
El profesor Johnson se apoya en el escritorio, los brazos cruzados y la mirada atenta. Su expresión es difícil de descifrar, pero noto algo de interés en sus ojos.
—Tienes buen conocimiento de historia —comenta—. ¿Te interesa o lo estudiaste en otro instituto?
Parpadeo, sorprendida por la pregunta. No es difícil de responder, pero no me gusta hablar demasiado. Y menos sobre papá.
—Ambas —digo al final—. Mi padre era profesor. Leíamos mucho juntos.
Johnson asiente con un gesto leve.
—Eso explica muchas cosas.
No sé si lo dice como un cumplido o simplemente como una observación, pero tampoco me atrevo a preguntar.
—Si alguna vez quieres discutir un tema fuera de clase o necesitas material extra, mi puerta está abierta.
Su oferta me toma por sorpresa, tanto por el gesto en sí como por la sinceridad en su tono. Durante un segundo, no sé qué responder, así que solo asiento.
—Gracias —murmuro.
Él se gira para recoger sus cosas, y yo aprovecho para salir antes de que la conversación se alargue más de lo necesario.
El pasillo está casi vacío. Algunos estudiantes charlan apoyados en los casilleros, otros caminan hacia la cafetería, y un par revisa el tablón de anuncios, lleno de papeles superpuestos. Uno en particular capta mi atención.
Me acerco. Es un cartel con letras grandes y llamativas:
"Se busca nuevo director/a para el periódico escolar: Pinehurts Insider.
¿Te apasiona el periodismo? ¿Eres organizado y con iniciativa? ¡Este es tu momento! Envíanos tu solicitud y conviértete en la nueva voz de la escuela.
PD: Colaboración estrecha con la radio estudiantil."
Frente al cartel, una chica de cabello rubio hasta los hombros conversa con un chico alto y delgado. Sus ondas enmarcan su rostro, y sus gafas de pasta negra resbalan levemente por su nariz; las ajusta con un gesto automático. Él, en cambio, tiene el cabello oscuro, casi negro y lleva unas gafas de sol, está apoyado junto al tablón de anuncios con gesto relajado.
—Vamos, Emily, sabes que no tienes competencia —dice el chico, dándole un codazo amistoso.
—No digas eso —replica ella, cruzándose de brazos—. Cualquiera podría postularse.
—Sí, claro —él rueda los ojos—. Porque todos aquí tienen tu experiencia, ¿no? Has estado en el periódico desde el primer año, conoces cada detalle del proceso... Vamos, es el puesto perfecto para ti.
Emily suspira y se ajusta las gafas con un gesto mecánico.
—No sé, Scott... Ser directora es mucha responsabilidad. ¿Y si no soy buena en eso?
—¡Por favor! —exclama él, exasperado—. Te pasas la vida diciendo cómo mejorarías el contenido. ¿Y ahora que puedes hacerlo, te echas atrás?
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Editado: 31.03.2025