LOGAN
Un color astral... Pequeños pigmentos de magia, distribuidos en medio del iris; aunque, lo más detallado de todo era el corazón que se posicionaba en el centro. Brillante de un lado, oscuro del otro: contrastes. Posiblemente imaginaba una historia trágica, pero solo era una pintura creada esforzadamente con los pinceles más finos que tenía —a veces usaba gruesos. Mientras parpadeaba, no se sentía su calma, sino que se sentía vacío, como si algo le faltara; de igual manera, demostraba tristeza.
¿En dónde había visto ese ojo antes?...
Caminé hacia atrás para visualizar toda mi obra... de arte. No sabía si llamarla arte. ¿Era arte? ¿Era dolor? ¿Qué era? Solo sabía que estaba plasmado, y ya.
Iris pigmentada de celeste... Corazones rotos. Puede que no lo recordara, o solamente no quería recordar. Sin embargo, ahí estaba el dolor punzante en mi pecho. Mi corazón latía con fuerza mientras que recordaba algunas cosas no tan buenas del pasado, pero sin encontrar el color celeste.
De repente, algo me levantó de mi ensimismamiento. En los momentos correctos, su nombre aparecía —tal vez con la persona que lo tenía—, siempre listo para salvarme de mi propio abismo. Un sonido calmado salía desde mi mochila, que seguía recargada en la blanca pared. Una pared muy triste.
Dejé el pincel que usaba para pintar... el dolor, quizá... sobre mi oreja izquierda. El sonido seguía. Cerré algunas pinturas cerúleas, que permanecían en la mesa de madera —el único mueble del lugar—, y me dirigí hacia el sonido calmante.
Cuando saqué el teléfono de la mochila, ese nombre brilló, sobre todo. Tenía una luz opaca encendida en lo alto del techo, pero no lograba cegarme tanto como el celular. Sin dudar, contesté la llamada.
—¿Lo olvidaste? —preguntó, desde la otra línea.
Theo...
—¿Olvidar qué?
Mi voz había salido amortiguada por el cubre bocas que llevaba. Bajé la máscara negra y respiré el aroma a madera que me rodeaba. No había hablado en un largo tiempo; sentía que mi garganta estaba demasiado seca.
Cuando te inspiras, inhalas pensamientos y exhalas distracciones.
—¡El ensayo, Logan!
Lo imaginé tomando el puente de su nariz, como hacía cuando lo desesperaba.
Golpeé mi frente suavemente.
Por supuesto que lo había olvidado. Recordar no era mi virtud.
—Sí... —Masajeé mi cien—. Lo olvidé.
—Sí, lo sabemos, por eso te llamamos —dijo Brooke, divertido, desde la otra línea.
Estaba todo el grupo, ya que además escuché la risa egocéntrica de Edwin desde el fondo.
—¡Dame eso! —gritó Theo. Brooke rio—. ¡Y tú, Logan, si no llegas en cinco minutos pondremos a Edwin a cantar!
—¡Voy enseguida! —exclamé.
El significado de intenso le quedaba corto a ellos.
Corté la llamada.