SELLERS
Me contaron una vez que las coincidencias no existían. Todo está destinado; los caminos que cruzas al perderte, las personas que conoces que te ayudarán en el futuro, las muertes innecesarias en la vida. Todo.
Sin embargo, no entendía muchas cosas que me sucedían. Estaba segura de que no eran coincidencias, o tal vez sí lo eran. En cualquiera de los dos casos, estoy segura que sucedió esa tarde.
Estaba emocionada por mi presentación un fabuloso viernes, cuatro días después de mi pequeño accidente. Un agujero en el estómago y las manos sudadas; la vida se sentía pesada. Las luces iluminaban el escenario, cegándome un poco.
Voces, vítores, abucheos... Mi corazón palpitaba con solo escucharlos. La magnífica voz de una chica sonaba despampanante y cubierta por suaves tonos de miradas rosadas y naranjas. Mágica. Asombrosa. Suave. Eran los adjetivos que usaba el presentador. Para mí se escuchaba amortiguado, mientras que mis nervios me consumían lentamente.
—Evi, sales en cinco —avisó un chico, al parecer, llamado Gabe.
Lo conocía desde que era pequeña, pero jamás me había atrevido a hablarle. Era un chico alto con lentes blancos que se le resbalaban por la nariz; un audífono estaba colgado sobre su oreja. Tenía unas hojas entre sus brazos.
—Gracias.
Miré de nuevo al escenario. Respiré profundo antes de voltear mi vista a Gabe.
—¿Estás nerviosa?
Recreó una sonrisa en su rostro. Traté de imitarla, pero notaba como titubeaban las comisuras de mis labios.
—Es mi primera presentación.
—No estés nerviosa. Te irá muy bien, estoy seguro.
Gabe dio un paso hacia mí.
—Siempre te ha salido todo muy bien.
Enarqué una ceja, confundida.
—No siempre, casi nunca.
—Ganaste la competencia de atletismo hace dos años. El año pasado obtuviste el segundo lugar en la competencia nacional de matemáticas. Creo que siempre te ha salido todo muy bien.
—¿Cómo sabes eso?
—Todo el mundo lo sabe, Evi, y bueno... no eres muy invisible tampoco.
Gabe bajó su mirada, encontrando un pequeño color rojo en sus mejillas y mirada, que se extendió lentamente hasta sus orejas.
—Siempre quise hablar contigo.
Volvió a sonreír, pero esa vez la que se sonrojó fui yo.
—¿En serio? Yo... Bueno...
Una ola de aplausos interrumpió mi conversación con Gabe, despertándome un poco. Gabe me sonrió por última vez antes de señalar el escenario. Salí tras bambalinas, encontrándome con una enorme multitud y tomando fuertemente mi instrumento. La otra chica entró con una sonrisa gigante en sus labios.
Había tres jueces, con caras largas y grises. Ojos apagados, dispuestos a echarme.
Usaba un vestido azul ajustado, brillante por todas partes. Tenía una abertura en una de las piernas. Mi cabello castaño estaba atado en una coleta alta con una trenza y usaba un micrófono en mi oído derecho.
Miré hacia todos lados para encontrar a la única persona que me importaba entre esa multitud. Tragué fuerte sin poder ver nada, ya que unas luces cegadoras me alumbraban.
—Puede comenzar, por favor —avisó una de las voces de los jueces a través de un micrófono.
—Claro, lo siento —murmuré mientras que risas se podían escuchar de fondo.
Mi corazón comenzó a palpitar de nuevo. Mis manos no paraban de sudar, y con gran esfuerzo levanté mi violín. Madera de palosanto. Cuerdas firmes y delgadas. Cerdas del arco suaves y sedosas. Un nombre con letras doradas.
Mi violín. Sin embargo, no mi nombre.
—Me llamo Evi Sellers. Y hoy estoy aquí para enseñarles mi don. Ese que un día mi madre decidió entregarme, dejándome sin su presencia. Espero... les guste.
Llevé el violín a mi barbilla y con mi otra mano tomé con fuerza el arco. Y comencé a tocar.
Es por ti, mamá. En donde sea que estés.
[,,,]
Aplausos, aplausos y más aplausos. Sonreí recordando eso. Estaba en la salida del teatro, y mi tía a mí lado. Ella hablaba sin parar, felicitándome con lágrimas en sus bellos ojos, en ese momento pintados de colores violetas.
—Fue maravilloso, en serio —repitió mientras ambas caminábamos hasta nuestro auto.
—Tía... ¿recuerdas lo que te pregunté ayer?
Ella lo pensó unos segundos, menos entusiasmada.
—Evi... no estoy segura...
Sin embargo, no pudo terminar, ya que un vibrante sonido comenzó a sonar entre ambas. Tete sacó su teléfono del bolso dorado que traía colgado por el hombro derecho; con una mueca lo miró antes de contestar.
—Ya regreso, y hablamos —me susurró, antes de alejarse—. ¿Sí? ¿Sucedió algo, John?
Miré a mi tía alejarse hasta que desapareció tras unos autos. Luego quise caminar hasta el mío, que estaba alumbrado por la luz del sol. Era un día cálido, perfecto para un picnic. O una escapada...
—¡Evi! —exclamó alguien, detrás de mí, envolviéndome con sus brazos—. Estuviste fantástica. ¡Tienes un don!
—¡Scarlett! —le sonreí a la chica.
Ella, al parecer mi única amiga, lucía un vestido rojo vibrante. Me separé antes de sonreírle con más entusiasmo. A ella siempre le iba a gustar lo que hiciera.
—¿Qué dijo tu tía? —preguntó, mirando sobre su hombro durante algunos segundos—. ¿Le dijiste que el día es joven?
Reí un poco.
—¿No es la noche?
—Da lo mismo —volvió a mirar hacia atrás.
Unas chicas reían alrededor de Gabe, el chico con el que hablé antes. Una de ellas tenía el cabello rubio, pintado de negro y la otra tenía la piel más blanca que la nieve. Él se acariciaba su cuello y agitaba su mano enfrente de las chicas.
—¿Entonces?
—No me ha dado una respuesta.
Su sonrisa se desvaneció.
—¡Ay, vamos! Es tu primera, te lo repito, ¡tu primera vez en la que quieres hacer algo! ¿Por qué no te dejaría?
Enarqué una ceja, divertida.
—Y yo te lo repito, aún no me ha dado una respuesta.
Pero me lo negará, estoy segura.