LEBLANC
—¡Estuvo espectacular! ¿Creen que a los productores le haya gustado?
Theo le dirigió una mirada nerviosa a Brooke.
—Esperemos que sí. ¡O me suicido ahora mismo! ¡Casi moría arriba para que no les hubiera gustado!
Reí por lo bajo.
—¿Y ahora qué nos deparará el futuro?
—Pues quiero casarme con tu madre todavía, Edwin —dijo Brooke.
Edwin se puso completamente rojo, pero de furia. Su iris cambió de color también.
—¡Te dije que pararas con eso!
Brooke comenzó a molestar a Edwin, así que ambos se adelantaron un poco. Decidimos —más bien ellos— que iríamos a la fiesta de la que me habló Kenya. Me iban a acompañar, en especial Theo, la única persona que sabía lo de aquel día.
—Lo hiciste bien. —Le sonreí mientras le daba palmadas en la espalda.
—Jamás me había dado tanto miedo estar en un escenario. —Theo tomó el cuello de su camisa y lo estiró.
—Eso es mentira. En segundo año, justo en la obra de Navidad, te congelaste cuando dijiste tus líneas. Creo que te metiste mucho al papel de muñeco de nieve.
Me fulminó con la mirada.
—Cállate. Trato de ser dramático, y me recuerdas ese trágico día.
Nos reímos al cabo de unos minutos callados.
—Ese día lloré —recordó—, y tú fuiste el único que me ayudó.
—En las frías gradas de aquel instituto, mientras la nieva caía sobre nuestros hombros, te encontré. Con la cabeza de tu disfraz debajo del brazo derecho y con lágrimas en los ojos... el pequeño Theo estaba solo.
Él río.
—Hasta que el pequeño Logan le pasó un brazo por los hombros —prosiguió él—. Y... ¿y qué? ¿Me abrazaste con dolor? No sé, no soy bueno para esto.
—Y así comenzó todo, ¿no?
Asintió, sonriente.
—En las gradas de un viejo instituto, mientras la nieve caía sobre nosotros, sobre los autos... Cuando lo cubría todo.
[...]
Los brazos delgados de aquella chica alta me envolvieron el cuello, y los míos envolvieron su cintura. La música estaba fuerte, y retumbaba en mis oídos. No tenía letra, pero si ritmos y bits.
—¡Creí que no vendrías, Logie! —exclamó con su voz chillona de siempre—. Me la pasaría sola.
Hizo un puchero con sus labios, y solo le pude sonreír forzadamente. De lejos la había visto charlar con un chico. Ni idea de quién era, pero sabía que no eran solo amigos. Definitivamente, ella no estaría tan sola. Además, una amiga suya estaba con ella.
—Vino por ti —aseguró Edwin, asqueado—. No tengo idea de por qué si quiera lo consideró. Yo hubiera huido.
—Y es por eso que no tienes novia, Edwin. —Kenya le sacó la lengua a su hermano, separándose de mí.
—Infantil.
—Idiota.
—Bueno —los interrumpió Theo—, yo voy a beber algo. ¿Quién me acompaña?
—¡Yo voy! No bebo desde que conocí a Logan —exclamó Brooke.
Lo miré mal.
—Claro, y yo soy también —ironizó Edwin—. ¡Vamos a beber! Estoy muerto de sed.
—Logan se queda conmigo, bailando, ¿verdad, Logie?
Bailes... bebidas... música.
Dolores de cabeza.
Accidentes.
—Supongo —respondí.
—Que bien, los tortolos se quedan solos —bromeó Brooke—. No hagan travesuras, eh.
Kenya le sonrió, malévolamente.
—No prometo nada.
Miré a Theo, que se había quedado mirando a una chica de lejos. Era chica con cabello negro y ojos azules, que caminaba con otra, pero ella no se miraba entre toda la gente. Las dos se dirigían a la zona VIP.
—¿Visualizaste tu próximo objetivo? —le susurré a Theo, divertido.
—Ya vuelvo —se limitó a decir.
Al final, solo quedamos ella y yo.
Kenya me tomó de la mano para llevarme a la pista de baile. Unas chicas me empujaban con sus parejas, y eso me molestaba. Otras no me dejaban de mirar, por lo que Kenya las espantó con algunos gritos.
Las luces me traían recuerdos, y comencé a detestar de nuevo mi ambiente. Los gritos de las personas, los bailes y todo lo que estaba ahí me comenzó a irritar. Juré no volver a uno de esos lugares.
Pero ahí estaba.
Por ella.
Esa chica que dejó de mirarme con la misma intensidad desde hacía mucho tiempo. El color rosa de su iris iba disminuyendo conforme los días pasaban... Meses enamorados, días dejándolo. Estaba seguro que ya no le gustaba, pero ella seguía ahí. Esa era la razón por la que seguía con ella. ¿Por qué lo hacía?
Cuando me miraba, ella miraba a alguien más... alguien que no era yo.
—¿Por qué no bailas? —preguntó, entre confundida y divertida.
Los bits me estaban causando dolor de cabeza, y no quería moverme. Ya nos sabía cómo, tampoco.
—No quiero estar aquí.
Ella sonrió, al parecer sin entenderme.
—¿Vamos a otro lado... más privado?
Sus pupilas se dilataron y su color cambió a uno rojo, vibrante. Ahí sí cambiaba su color. Un día me usaba y al otro me dejaba. Así era vivir con ella; era todo lo que quisiera o nada.
No me amaba.
Ya no más.
—Voy a tomar aire —le respondí, soltando su cintura.
Había bailado con ella por no sé cuánto tiempo, y me sentía sofocado. Solo me mecía un poco al compás de la música, pero no podía hacerlo sin pensar.
Pensar.
Pensar.
Pero no en ella.
—¿Es en serio? ¡No hemos bailado nada!
Di unos pasos hacia atrás.
—Vuelvo en un rato.
—¡No te entiendo, Logan! —chilló—. ¡Vienes acá, pero no quieres estar conmigo! ¿Qué es lo que te sucede? ¿Acaso ya no quieres estar conmigo? ¿Te aburro? ¡Cómo te voy a aburrir!
—Vuelvo en un rato —repetí, sin escucharla.
La música era tan fuerte, que sus gritos dejaron de perseguirme. La perdí cuando me metí dentro de un grupo de personas. Estaba buscando una salida, y mi cabeza estaba a punto de explotar. Odiaba, odiaba, odiaba demasiado esos lugares.
Todo por ti, Helen.
Alguien chocó contra mí justo cuando iba a salir.
Era el chico que estaba con Kenya.