SELLERS
La puerta de madera estaba enfrente de mí, incitándome a tocarla, pero al mismo tiempo quería huir. Levanté una mano y con los nudillos toqué la puerta, esperando a ver la reacción de mi tía.
—¡Evi Madison Sellers! —exclamó.
—Hola...
Y me abrazó, con lágrimas en los ojos.
Algo sin duda estaba mal.
[...]
—¡Te despidieron! —grité, mientras me levantaba de mi asiento.
Ambas con pequeños platos de frutas enfrente de nosotras, sentadas en los sillones cómodos de mi sala.
—No es eso, Evi...
—¿Cuándo planeabas decirme? ¿Esperabas la Navidad?
Una lágrima bajó de su pálida mejilla, por lo que decidí calmarme.
—Quería decírtelo ayer, pero te fuiste.
Regresé a las dos de la mañana.
Tomé sus manos entre las mías para que no se sintiera tan sola. Mi tía era una mujer joven que se encargó de mis hermanos y de mí cuando no debía. Solo podía darle apoyo en esos momentos, todo el amor que había forjado con ella. Y aunque a veces peleáramos, no me imaginaba mi vida sin Tete.
—Fue un caos dejar el juzgado... —Reposó su cabeza entre sus manos, masajeándose la cien—. John me avisó que todo había salido como lo planeado, así que no tendría ningún problema en retirarme. Él me ayudó con esto, pero no le pudimos encontrar solución.
—¿Por qué te despidieron?
—Al parecer, mis palabras no justifican mis acciones dentro de los juicios y...
La miré sin comprenderla.
—Tengo una pésima actitud.
Comencé a reír. Ella se unió a mí, tratando de aliviar un poco su dolor. Sabía que había trabajado duro tantos años para poder estar en ese puesto. No era fácil dejarlo.
—Tengo dos opciones —repuso, seriamente—. La primera es que vayas a vivir con tus hermanos mientras busco soluciones a mi problema. Estarás más cómoda con ellos en Nueva York, y ahí podrás estudiar lo que querías.
—¿Cuál es la segunda? —pregunté, sin vacilar—. No te dejaría sola, Tete, menos ahora.
Sonrió.
—La segunda es que... vayamos a tu antigua casa.
Me levanté abruptamente. Y ella me siguió.
—No. ¿Por qué debemos mudarnos? Nos podemos quedar aquí.
—No creo poder pagar el alquiler a tiempo, Evi. Duraríamos apenas dos meses y... creo que conseguí trabajo en Londres.
Londres. Volver a esa casa... Mi hogar.
—Es mejor que vayas con tus hermanos, Evi. Sé que no hablas con ellos desde hace mucho tiempo... y que sería incómodo para ti, pero no quiero que pases tus vacaciones en esa casa.
—¿La casa en la que asesinaron a mi madre? —inquirí, algo frustrada—. Creí que la habías vendido.
—Nunca lo hice. No pude.
Me abracé, de repente sintiendo un escalofrío recorrer mi cuerpo.
—Yo tampoco hubiera podido, Tete.
Suspiré, antes de decir:
—Nos mudamos, en ese caso.
—Evi...
—Las vacaciones las pasaré contigo, e iré a estudiar a Nueva York el próximo año. Así podrás mudarte sin mí. Vendré a visitarte todo el tiempo, y... todo estará bien.
Tete se acercó a mí para darme un abrazo reconfortante.
—A veces olvido que ya no eres aquella niña que corría de los cuervos. Esa niña que se escondía de las luces. Ahora eres una mujer fuerte.
—Pues he crecido con una de las mujeres más fuertes en este mundo.
Tete acunó mi rostro con sus manos.
—Eres igual a ella.
Sus ojos eran violetas.
—Eres igual a Elizabeth.
[...]
Las cajas se movían de un lado a otro, y el lugar se quedó vacío. Ni una mota de polvo en las esquinas, ni brillos en las ventanas. Solo el sol de la mañana alumbraba la ventana en la que estaba asomada.
El camión estaba lleno; mis libros, mi ropa, mis fotos. Todo se había ido del apartamento, pero no era mi casa. Aunque estuviera lleno, yo lo sentía vacío. Y en ese momento que estaba vacío, me encontraba perdida.
Debía volver a aquel lugar que me dejó como estaba. Tan rota y perdida en aquel mundo; trataba de sobrevivir con sonrisas y con lágrimas ocultas. Solo dos personas en mi vida conocían mi condición, y ellas no me conocían del todo.
La voz de mi tía dijo mi nombre, pero se escuchaba tan lejos en mi mente. Quería huir, pero mis pies estaban plantados en el piso. Quería llorar, pero las lágrimas no salían. Quería todo, pero no tenía nada.
Y mientras miraba a través de la ventana del auto de mi tía, mi iris se reflejaba y parecía estar mirándome. Esos ojos iguales a los de mi madre, pero con el color de mi padre, eran especiales, ¿no?
Los colores se combinaban, formando paletas interminables de colores, como remolinos. De un lado celeste, difuminándose a uno más rosado y en medio naranja.
Y en eso volví a pensar en él.
Sus brillantes y dulces ojos color miel.
¿Se recordará de aquella chica con la que compartió una mirada?
—Patético... —murmuré para mí.
—¿Qué dices, nena? —preguntó mi tía, sin quitar los ojos del camino.
—Solo pensaba, Tete.
En él. Pensaba en él.