SELLERS
El auto estaba enfrente de aquellas ruinas, como si de un desierto se tratara. Las flores estaban muertas. La puerta al ser abierta chirrió de forma ruidosa. Y había polvo. Demasiado polvo.
Jamás la había visto, no consiente, al menos. Podrías imaginarte miles de historias trágicas, en las que los protagonistas agonizaban en una mansión como aquella. Los clásicos finales escritos por un autor inglés. Sin embargo, no había tales tragedias dolorosas en esa historia. Solo finales. Los finales de la vida de muchos.
—¿Estás bien? —le pregunté a Tete que, parada enfrente de la puerta, no se atrevía a abrirla.
—No. —Abrió la puerta.
Las gradas de la entrada eran de roca sólida y eran conducidas por lo que era un camino de piedras también, pero en ese momento estaba lleno de hiervas; una casa rústica, en la que perfectamente una princesa pudo haber vivido. Las paredes eran de madera, y tenía dos pisos. En la parte de enfrente había ventanas grandes que formaban un triángulo y rectángulo abajo, donde arriba se situaba el techo de teja negra. Una chimenea estaba en la parte superior de la casa. Y una cerca amarillenta rodeaba todo el jardín muerto.
Era... extraña.
El atardecer le daba un aspecto de hogar, pero que no merecía.
Al pasar, encontramos la sala principal. Había muebles cubiertos por sábanas blancas y las paredes eran altas.
—Bueno, le tendremos que hacer algunas remodelaciones... pero se ve que funcionaremos aquí. ¿Qué dices? ¿Te gusta? Claro será temporal...
Respiré el olor a madera, inquieta.
—¿En dónde dormiremos?
Tete notó la evasión de su pregunta, pero no dijo nada al respecto. Sabía que estaba incómoda en ese lugar.
—Te quedarás en el cuarto de tu hermana Noah, por ahora.
—¿Y qué hay de mi cuarto?
—Sigue estando vacío.
[...]
—Ya vivimos un poco más cerca, ¿no lo crees? —dijo Scarlett, desde la otra línea.
Acomodé mis libros en la pequeña estantería vacía que estaba en el cuarto de mi hermana. Solo había una cama pequeña, que no era más grande que mi cuerpo, y la estantería. Sin los posters que a ella le gustaba coleccionar, ni la cantidad de peluches que tenía. Todo eso ella se lo llevó a Nueva York. Imaginarlo en esa habitación me hacía sentir como en casa.
—Este lugar me trae mala espina, Scar —le dije, sentándome en la cama.
—¡Ay, deja de pensar así! Trata de volver a empezar, ¿está bien? Olvida lo que pasó ahí. Olvida lo que les pasó a ellos. No lo viste, no te tortures más imaginándolo.
—No creo que sea fácil. —Subí los pies a la pequeña cama de Noah, apretándolas contra mí—, pero trataré de hacerte caso.
—Tengo una idea. —La imaginé con el puño levantado, como hacía cuando se emocionaba—. Termina de arreglar tus cosas y nos vemos en una hora en el centro comercial Leblanc. Lo encontrarás fácilmente, ¡pero solo si usas el GPS!
Reí ante eso.
—Solo sucedió una vez, y no tengo qué usar. El camión con todas nuestras cosas aún no llega.
—¡Usa lo que tengas disponible, y vamos de compras!
—Jamás había escuchado hablar sobre ese centro comercial, eh.
—Es solo para mayores de dieciocho años, al parecer. ¡Pero tú ya tienes dieciocho! No veo problemas para entrar.
—Está bien. Nos vemos dentro de una hora.
Exclamó algo en voz alta, emocionada.
—No llegues ni un solo milisegundo tarde, agente Sellers. La misión es crucial.
Sonreí.
—No llegaré tarde, agente Steel.
Treinta minutos después, tomé un libro que había dejado en la estantería y lo guardé en mi mochila. Me miré en la cámara de mi celular —ya que no había espejo— y decidí que estaba lista.
Bajé las escaleras muy entusiasmada. Al fin haríamos algo que me gustaba. Salí por la puerta principal escuchando a Tete silbar en la cocina, y le avisé que saldría con Scarlett. Al escuchar su respuesta, cerré la puerta detrás de mí.
—¿Alguien habita esa casa?
Su voz me sorprendió, por lo que pegué un brinco con mi mano en el pecho. Tenía la vista en el celular buscando la ubicación de ese tal centro, sin mucho éxito, así que no sabía quién me había hablado. Un chico de cabello castaño y ondulado estaba recostado en la cerca amarillenta.
—¿Sí? —inquirí.
—Perdona. No quería asustarte.
Di unos cuantos pasos más cerca del chico. Era alto y sus ojos lucían un brillo de expectativa. Eran anaranjados.
—No me asustaste, eh.
Al observarlo más de cerca noté que era un chico atractivo, y estaba segura que a Scarlett le hubiera encantado hablar con él.
—¿Eres mi vecino?
—Sí, vivo en esta casa —señaló detrás de él con un dedo— desde que tengo memoria, y quizás antes. Jamás había visto a nadie aquí.
—Porque nadie quería habitarla —le contesté, con una sonrisa—. Ni yo quiero.
—¿Por qué te mudaste entonces? —preguntó, con curiosidad—. ¿Querías comprobar si había fantasmas?, como en esas películas en las que los protagonistas entran a una casa solo por curiosidad.
Me crucé de brazos, intrigada.
—¿Has visto fantasmas aquí?
—No... pero por las dudas. Así quizás me mudo.
Sonreí, divertida.
—No vine por los fantasmas. —Hice comillas con mis dedos en la última palabra—. Quería cambiar de ambiente.
—Ya veo. —Su mirada viajó por toda la casa—. Aunque, si necesitas ayuda con los fantasmas, no dudes en pedírmela, linda.
El descarado me guiñó un ojo.
—Creo que con los fantasmas no necesito ayuda, pero si para encontrar un lugar.
—Así que también eres nueva en la ciudad.
—¿Me ayudarás o seguirás con el interrogatorio?
Parecía que estaba disfrutando mucho eso.
—¿Con cuál quieres dar?
Le mostré mi teléfono y él rápidamente lo tomó para encontrar el lugar que buscaba.
—Solo debes ir al centro, cerca del Hyde Park y lo hallarás. —Me entregó mi celular—. No hay pierde. Sinceramente, no tienes pinta de esos lugares. Pareces una chica muy buena.