LEBLANC
Curioso, ¿no? Como las personas se conocen es realmente curioso. Puede que en una cafetería. O quizás se ven por primera vez en un concierto. Tal vez en la universidad o por una escalera...
—La librería acaba de abrir, felicidades, hijo. ¡Hiciste un espléndido trabajo con la parte de afuera! Y no hablamos de adentro.
Mi padre me dio palmadas generosas en la espalda mientras que su risa nos envolvía. Estaba apoyado en ese bastón de madera con agarre de dorado, uno que tanto odiaba. La cabeza del dragón me torturaba.
—Aún me faltan detalles, papá. La pintura de adentro no estaba completamente seca ayer, así que no pude terminar los contornos. Aún no está lista.
Los libros en las estanterías. Las personas eligiendo cuál les gusta más. El olor a libros por doquier.
—Detalles, detalles... ¿Qué importan esos detalles, si no se notan? Espectacular quedó, espectacular se queda.
Sonreí, sorbiendo de mi vaso de café. Él llevó el suyo a sus labios, con otra maravillosa sonrisa que le regalaba al mundo.
—Haces un excelente trabajo aquí, Logan, gracias.
Mi sonrisa se desapareció. Ahí venía.
—Pero... no debes ayudarme siempre solo. Puedo contratar a alguien que te ayude, o que lo haga por ti. No debes hacerlo por obligación. Sabes que no es una condena.
—Papá, debo hacerlo. Necesito hacerlo.
Colocó su mano fuerte, llena de anillos, sobre mi hombro.
—Has cambiado tanto, Logan. Antes eras un niño asustadizo en el cuerpo de un joven incontrolable.
—¿Y ahora? —pregunté.
—Sigues siendo un niño asustadizo —aseguró, divertido—. Sin embargo, el joven incontrolable puede ser domado un poco más ahora.
Resoplé, antes de lanzar el vaso vacío en el canasto de basura.
—Debo terminarlo hoy —garanticé, reacomodándome mi mochila en el hombro—. Solo necesito una escalera.
—No te vayas a caer, eh —suspiró—. Solo tenemos escaleras rotas y viejas de madera.
—¿Cuándo me he caído?
—Eres mi hijo más torpe, solo te lo advierto.
—Soy tu único hijo.
Papá rio, antes de marcharse... cojeando.