SELLERS
—¡Al fin conoces a alguien, Evi! ¡Estoy tan orgullosa de ti! Entre tú y yo, creí que morirías sola.
—Vaya, gracias por tu apoyo, amiga. —Tomé una prenda que me llamó la atención, pero la devolví—, y ya te lo dije, solo seremos amigos. No me gusta.
—Estás comenzando a preocuparme. —Desdobló un pantalón de forma brusca y lo colocó de nuevo en su lugar—. No me digas que sigues pensando en el de ojos hermosos.
Puso una mano en su cabeza, dramatizando.
—Cállate. —Le metí un codazo, divertida.
Al entrar en Leblanc, me pidieron mi identificación como si estuviera haciendo algo malo. Ese guardia era enrome, y yo parecía una hormiga junto a él.
—¿Tú crees que...?
—No, Madison, no lo volverás a ver en tu vida. ¡Abre los ojos! Deja de pensar tanto en las historias de amor trágicas que lees.
Le fruncí la nariz, ofendida.
—No digas nada, fanática de los K-DRAMA.
Scarlett se sonrojó y rio escandalosamente, como era ella. Tan realista y tan irreal.
—Yo sé que no son reales, pero tú estás metida siempre en un libro, esperando a ese príncipe azul de tus sueños. ¡Oh, cuándo llegará!
—¿Por qué te empeñas en burlarte de mí?
—Solo bromeo, Evi. Es que quiero que seas feliz con un chico una vez en tu vida, y ese tu vecino no sonaba tan mal. Quizás tengan algo, pero solo si olvidas al otro chico.
¿Cómo puedo olvidarlo?
Es que era diferente.
Era especial.
—¿Vamos a probarnos lo que elegimos? —preguntó, despertándome de mis pensamientos.
Asentí.
[...]
—¡Ya fuimos a la tienda de maquillaje! Me toca elegir a mí.
La música del bar cubría nuestros oídos, ya que estaba muy cerca de los restaurantes. Era un centro comercial grande, con tres pisos exactamente. Abajo estaba el bar, el arcade y los restaurantes. En el segundo piso estaban las tiendas de ropa, de maquillaje, las librerías y piscinas.
Lo que más me llamó la atención al entrar en aquel lugar fueron las pinturas de las paredes. En cada pared, techo y suelo había una historia pintada. En los elevadores había selvas y animales pintados con grafitis u otros estilos. Me parecía un lugar mágico, y para nada elegante. Quizás quería demostrar caos, y en verdad lo creaba.
En el suelo de los restaurantes lucían ciudades o agujeros que no llevaban a nada, pero eran ilusiones ópticas que confundían. ¿Quién tendría tanta imaginación para pintar todo eso?
—Pero es que las librerías me aburren, Evi. Son solo personas calladas que buscan un libro. ¿Dónde quedó la música o la ropa? Ahí solo hay libros.
Cuando se cruzó de brazos, la tomé para llevarla al ascensor.
—Es por eso que quiero ir. Necesito libros nuevos.
—¿Ya te terminaste los cinco que te regalé? —Sus ojos se abrieron en sorpresa cuando asentí—. Estás loca. ¡Pero loquísima!
—Me los regalaste hace meses, era obvio que los iba a terminar.
El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron.
—Yo nunca jamás en la vida los hubiera terminado.
La seguí arrastrando hasta que llegamos a la puerta de la librería. Dentro, las estanterías tenías formas geométricas; algunas colgadas en las paredes y otras que tocaban el suelo y llegaban hasta el techo. El olor a libros me llenó completamente, haciéndome sentir más como yo. Unas cuantas personas caminaban sin notar nuestra reciente presencia.
—¿Qué quieres que haga mientras compras? ¿Esperar sentada cien años?
—Mejor dormida, así tu príncipe te encuentra y te besa para que despiertes, princesa Aurora.
Bufó, molesta, antes de caminar entre algunas estanterías, revisando cada libro sin interés.
En una de las blancas paredes aparecía una chica con audífonos, ignorando el ruido que la rodeaba. En otra, había una enredadera que incluso pintaba las estanterías. Un sentimiento cálido se formó dentro de mí cuando las sonrisas de las personas y las miradas interesadas me rodeaban. Todos ahí amaban leer, creía.
—¿Necesita algo en específico, señorita? —preguntó, al parecer, un empleado vestido de negro.
—No, gracias, por ahora no.
El chico asintió antes de marcharse.
Las estanterías dividían el lugar, por lo que no tenía mucha visión de algunos lugares. También había pequeños recuerdos de libros famosos en las esquinas de la tienda... Me traía recuerdos.
Por eso te llamas Leyenda.
Vi el libro del Principito.
También Mujercitas.
Don Quijote de la Mancha.
Y... la Bella y la Bestia.
Tomé el libro con cuidado, como si fuera a desvanecerse en cualquier segundo. Miré la portada, tan mágica y llena de vida como sus palabras, escritas en los párrafos de adentro. Quería el libro. Un capricho. Necesitaba leerlo.
Recordaba que ella me lo leyó una vez. Un fugaz recuerdo que se desvaneció de la misma manera en la que apareció: muy rápido.
La portada tenía algunas divisiones y era de color violeta con dorado. Había dos imágenes de ambos protagonistas. La hermosa Bella con un ave en sus manos y un largo vestido celeste. Y la Bestia con el rostro oscuro y un traje blanco, con sus largas patas afuera. Escrito por Gabrielle Suzanne Barbot de Villeneuve, una de las mejores versiones de esta bella historia.
Tenía la cabeza abajo, contemplando aquel libro hasta que sentí un tropiezo; una pista. Debajo de mis pies se hallaba una pila de libros que me hicieron perder el equilibrio.
Al tratar de poner el otro pie para no caer, choqué con algo duro frente a mí que tambaleó fuertemente, seguido de un grito de susto. Un chico estaba a punto de caer de la escalera que acababa de empujar, así que solté el libro y tomé la escalera con ambas manos. Dejó de temblar.
—¡Dios, cuanto lo siento! —exclamé al ver aquel chico con un pincel en la mano, sosteniéndose fuertemente de la escalera de madera.
Bajó su vista a mí, lentamente.
Y los vi.